El juramento de las lunas gemelas

Capítulo 16

Capítulo 16: Lo que queda en pie.

El sol apenas asomaba entre los restos flotantes de lo que alguna vez fue Elyndran, bañando con una luz tibia las ruinas aún humeantes. La ciudad madre de los celestiales, orgullosa, majestuosa, había colapsado bajo el peso de siglos de arrogancia y aislamiento. Ahora, lo que flotaba eran fragmentos: torres rotas, estatuas caídas, puentes suspendidos por última vez antes de ceder.

La armonía no existía.

Sobre uno de esos bloques de piedra de imán, entre polvo y silencio, Adriene sostenía el cuerpo de Tervhael. No lo había dejado caer, su consciencia no se lo hubiera permitido. Lo cargaba con respeto, aún sabiendo que había sido su enemigo más despiadado.

Lo colocó con cuidado sobre una losa rota se arrodilló en una sola pierna observando a aquel ángel, cerró sus ojos con dos dedos y murmuró:

—Que la historia te recuerde por lo que fuiste… no solo por lo que permitiste que te convirtiera.

A su alrededor, los pocos ángeles puristas y Elfos oscuros que quedaban formaban un semicírculo. Heridos, cubiertos de hollín, empuñaban sus armas con nerviosismo. Varios de los ángeles miraban a Adriene con una mezcla de rabia y miedo. ¿Era el asesino de su líder? ¿El destructor de su ciudad? ¿Podrían atacarlo?

Las tensiones eran palpables… hasta que se sintió un temblor. No en la tierra, sino en el aire.

Desde el horizonte, tras Adriene, como si fueran en su apoyo se acercaba algo nuevo.

Un ejército.

Pero no uno cualquiera.

Era el ejército de Ryder, el mismo encabezaba la marcha. Sin escudo, sin marcas.

Caminaron sin tambores ni cantos de guerra. Eran druidas de mirada sabia, demonios en formación ordenada, sirenas portando heridas de batallas pasadas. Humanos de aldeas olvidadas, mestizos, marginados. Cada uno con sus marcas… y su dignidad. Marchaban no como conquistadores, sino como testigos.

Ryder se detuvo al ver la escena: Adriene solo y herido, con el cuerpo de Tervhael inmóvil frente a él, y los ángeles en duda.

Apretó un puño, aquel hombre herido y desgastado era su padre, el Rey de los elfos oscuros y aún así no dejó nunca de mostrar respeto a su adversario. Tenía a su propio ejército, sabía que contaba con el poder de arrasar con todos pero aquel no era así mensaje, no era lo que deseaban.

—¡Buscad a los heridos! —Ordenó con voz clara alzando su puño indicando a los alrededores. — ¡A los vivos y a los que no tuvieron quien los despida! ¡Nadie se quedará solo este día!

Y sus tropas se desplegaron, sin cuestionar, sin dudar. Porque eso eran: no eran mercenarios, sino guerreros con su propia tabla de valores.

Gigantes, magos y druidas comenzaron a levantar escombros, las hadas y elfos vendaron heridas, duendes y sirenas enterraron a los caídos de todas las razas. Algunos ángeles se negaban a bajar la guardia, hasta que vieron cómo un demonio alzaba a un niño con alas rotas y lo llevaba hasta un sanador sin preguntar su nombre y un hada comenzaba a buscar la manera de arreglarlas mientras una sirena le daba un néctar para reducir su dolor.

—Por favor. —Ryder se acercó a ellos sin armas, con sus manos alzadas demostrando que iba en son de paz. — Los suyos necesitan que estén en condiciones para guiarlos y, heridos, no es mucho lo que puedan hacer.

Finalmente, los ángeles bajaron sus armas.

Y nadie volvió a alzarlas.

Ryder tan solo asintió antes de guiarlos para que los curarán antes de ayudar a su propio padre, quien le sonrió con orgullo.

—Buen chico. —Adriene felicitó, haciendo que Adriene sonriera como un niño, aunque de aquel niño solo quedaba el espíritu.

**

En una cámara improvisada, construida con escombros y tela, Lyara encontró a su madre, Dhelia.

La reina la abrazó sin una palabra, su rostro bañado en lágrimas, luego su hermano se acercó y la abrazó con el mismo cariño que le expresó antes de marchar años atrás. Cerca, en un lecho de ramas secas y mantas negras, yacía Adriene, pálido, sereno, agotado.

Lyara cayó a sus rodillas junto a él.

—Padre…

Adriene abrió los ojos, lentamente. Al verla, sonrió con ternura.

—Estás viva… —Sonrió antes de acariciar su mano con dulzura. — Has hecho más que sobrevivir, hija mía.

—Viniste a salvarnos… y lo lograste.

—No… viniste tú y tú hermano. —El hombre todo la mano de manos sin quitar su sonrisa. — Yo solo abrí camino.

Apretó suavemente sus manos, una en cada una de las suyas, temblorosas.

—Este momento… lo soñé tantas veces. La guerra, terminando… con ustedes al frente como un equipo. —Miro a Lyara. — Tú con tu espíritu fuerte y osado. —Luego a Ryder.— Y tú espíritu noble y bondadoso. Verlos antes de partir es todo por lo que luche.

—¿Sabías que ocurriría? —Preguntó Lyara, mirando a su madre.

Dhelia asintió, conteniendo el llanto.

—Lo vi, era uno de los futuros. Su tiempo terminaría aquí.

Adriene cerró los ojos brevemente, antes de murmurar:

—No morí, no por la guerra. Morí viendo renacer a Titán, nunca lo olviden.

Y con un último suspiro, su mano soltó la de sus hijos.

**

En lo que quedaba del templo del cristal, Brouke, Nim, Khorvak y Lys avanzaban con cautela; después de haber sido encontrados por unos duendes y atendidos por ninfas de agua habían vuelto. El lugar no había colapsado por completo: el núcleo se mantenía, como si una voluntad más grande lo protegiera y ellos sentían como si los llamara.

Allí, entre las columnas rotas y la vibración suave del flujo, lo encontraron.

Kael.

No como antes. Ya no era del todo ángel, ni del todo elfo. Sus alas eran grandes hebras de energía viva, conectadas al cristal incrustado en su espalda, sus ojos mostraban dos colores distintos aunque su mirada seguía siendo segura y analítica. Su cuerpo brillaba tenuemente, y su voz parecía resonar en el aire mismo como un murmullo.

—Pensamos que habías muerto. —Dijo Brouke, con la voz entrecortada.




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