El juramento de las lunas gemelas

Capítulo 19

Capítulo 19: Raíces de hielo y fuego.

“Los niños no nacen con odio. Se les enseña. A veces con palabras suaves. A veces con silencio.”

El cielo sobre Elyndran siempre fue claro.

Demasiado claro.

Lys recordaba correr a los jardines de la Catedral principal, mirar hacia arriba y pensar que no había lugar para las sombras, para la oscuridad, para el vacío. Todo estaba tan limpio, tan brillante, tan frío, tan… perfecto. Creció en torres de cristal tallado, naturaleza eterna que siempre hacía alusión a la primavera, entre columnas que nunca tenían polvo y escaleras que no crujían al subirlas. Todo se mantenía ordenado, simétrico. Como si la armonía fuera ley.

Pero no lo era.

Porque debajo de ese orden perfecto, latía el miedo. Y el miedo, cuando se refina y se eleva, se llama pureza.

—No puedes ir con los elfos de luz. No te acerques a ningún extranjero. —Le dijo su institutriz cuando ella tenía apenas siete ciclos. Recién se habían abierto las puertas para aquellos seres en una tensa armonía pero estaba claro que nadie compartía su emoción. —Podrías enfermarte de impureza, recuerda que ellos vienen de afuera de Elyndra.

Era curioso como todos parecían destacar que todo lo estuviera al exterior de Elyndra era impuro, era como si aquellos inmaculados muros tuvieran la habilidad de protegerlos de eso.

La pureza era la excusa perfecta para desaparecer a quien no encajaba.

Aunque curiosamente dentro de los muros de Elyndra existían sus propios muros para separar a sus residentes, no solo físicamente, sino también en sus mentes.

Kael, por su parte, no tuvo un jardín donde correr. O al menos no recordaba haberlo tenido.

Su infancia fue el sonido del metal.

El grito de las órdenes.

El peso del origen de su sangre y la imagen de su padre.

—Serás un guerrero. Debes ser el mejor de todos. —Le dijo un instructor mientras lo hacía sangrar a los diez años, en su entrenamiento con espada. —No por gloria. Por legado. Porque Elyndra nos necesita para proteger su pureza.

Kael no entendía el concepto de gloria. Solo entendía que los errores se pagaban con castigos silenciosos. Que no debía llorar si lo herían. Que no debía preguntar por qué su madre, de sangre no tan pura, era mencionada como una “desviación necesaria” en los registros del linaje.

—No hables de ella. —Ordenó su padre, Tervhael, después del juicio de su madre; sin levantar la voz, pero congelando el aire a su alrededor.

Kael aprendió que el amor no existía, lo más cercano era la aprobación y está se medía por obediencia, y la obediencia por eficiencia. Si cumplía, merecía respeto. Si fallaba… era una amenaza. Su cuerpo estaba destinado a la guerra antes de que supiera leer.

**

Kael y Lyz no debieron haberse cruzado nunca pero el destino quiso lo contrario y sus caminos se cruzaron viendo en los ojos del otro sus propias dudas.

En los salones del saber, Lys estudiaba los cantos de creación. Le hablaban del Primer Canto, aquel que separó luz y oscuridad. Se le enseñó que su pueblo descendía de la nota perfecta, armonía en estado puro.

—Nosotros somos custodios de la vibración pura del universo. —Decía la Gran Maestra de historia, una figura envuelta en velos plateados. —Lo demás… son desviaciones del eco. Ruidos que deben ser silenciados.

Pero Lys amaba las bibliotecas olvidadas y su padre le ofrecía total acceso a cambio de llevar siempre un guardián, aquí es donde Kael cumplía su deber. Una vez, en uno de los niveles cerrados, encontraron un fragmento de texto antiguo, escrito por un ángel cuyo nombre se eliminó de la historia:

"La pureza es una jaula brillante. El flujo... no elige pureza. Elige resonancia."

Kael escuchó aunque después de tantos años entrenando su rostro no cambió de expresión sin importar lo jóvenes que eran, pero algo se había instalado ahí, como un susurro, un eco de sus antepasados que gritaban por salir.

Lyz guardó ese papel bajo su ropa durante años. No entendía del todo lo que significaba. Solo que sonaba verdadero.

—¿Es correcto esto? —Preguntó Kael con voz firme y sin vida.

—¿Es correcto salir a matar siendo que estos muros nos protegen? —Preguntó con voz desafiante, algo que hizo que Kael solo apretara la mandíbula. — Tu deber es cuidar que no me ataque nadie, todo lo demás queda entre nosotros.

Kael asintió, esas eran las órdenes y por jerarquía ella tenía la razón.

**

Kael tenía entrenamientos con espadas largas antes de que su voz mudara. Recitaban oraciones mientras atacaban muñecos con formas de demonios, de elfos, de cualquier otro ser que no encajara en su visión del mundo.

—Si no luchas contra ellos, acabarán con nosotros. —Decían los instructores. —Tu espada no es solo un arma. Es juicio.

Cada vez los muñecos eran más reales.

El entrenamiento más duro.

Más crudo.

Más frío.

Cada vez la experiencia era más cercana a la guerra.

Pero una vez, en medio de un ejercicio, vio cómo uno de sus compañeros se negó a golpear a una figura de hada. Dijo que le recordaba a su hermana menor.

Ese ángel no volvió al día siguiente.

Su nombre fue borrado igual que muchos otros y su familia fue exiliada, primero socialmente y luego físicamente. Y su pequeña hermana, cuyos rasgos si recordaban a lo que conocían de las hadas desapareció junto con ellos, con la marca en la espalda.

Kael supo entonces que pensar diferente era una traición.

Una traición que lo acompañaría toda su vida.

**

—El viaje ha sido largo hasta aquí. —Admitió Kael sin dirigirse a nadie en específico, mirando a los seres que se habían vuelto uno de con la energía. — Pensé que el fin estaría cuando saliera un vencedor de la guerra. Que todo acabaría.

Se encontraba en la nada, en el corazón de la energía, donde todo fluía. No era un lugar físico donde pudiera indicar un punto de referencia: no existía arriba o abajo, no había un inicio o un final solo el flujo de memorias, de sentimientos de energía.




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