Capítulo 21: Ecos de una verdad enterrada.
Después del juicio nadie se había retirado realmente del Anfiteatro de Zhaer, hasta establecer correctamente el un Consejo de Voces o llegar a un nuevo juicio no era adecuado marchar. Con la noche cubriendo las tierras, todos se encontraban en las catacumbas subterráneas del Anfiteatro.
La llama de una pequeña fogata crepitaba en el centro de la cámara, proyectando sombras que parecían figuras antiguas danzando sobre las paredes heladas. Afuera, el viento golpeaba los corredores del viejo palacio subterráneo, como si Titan mismo quisiera escuchar lo que allí se estaba por revelar. Nadie hablaba. Solo el resuello cansado de los presentes y el eco lejano de las gotas de agua rompiendo el silencio.
Phastheur, encorvado pero con una mirada que atravesaba tiempo y carne, se levantó lentamente apoyándose en su bastón. Su túnica parecía demasiado grande para su cuerpo frágil, pero cuando habló, su voz no pertenecía a un anciano: era firme, como roca que ha sobrevivido a tormentas milenarias.
Los líderes aunque se encontraban en completo silencio, estaba claro que estaban inquietos, sus miradas decían más que lo que eran capaces de decir con palabras y la tensión era palpable.
—Habéis luchado, habéis sangrado… y aún pensáis que todo comenzó en Elyndra, entre los ángeles y los Elfos oscuros, que los demás solo fueron daño colateral. —Sus ojos blancos, sin pupilas, recorrieron el círculo de rostros. Lyara apretó los labios; Lys tensó los dedos bajando la mirada al fuego que crepitaba; Brouke, en silencio, cerró su cuaderno de notas. — Pero la verdad es más antigua y más de una. Y si no la enfrentáis, la guerra no habrá terminado… solo habrá cambiado de máscara.
El silencio se hizo más denso.
El fuego rompía los troncos y se movía con las pequeñas brizas jugando con las sombras y todos parecían reflexionar en aquellas palabras, ninguno era tan joven como para no saber lo que había sido esa interminable guerra pero ninguno era tan mayor como para recordar cómo había iniciado todo.
Fue uno de los Ifrit llamado Jhotum quien se atrevió a preguntar con las voz baja y casi estrangulada:
—¿Qué verdad?
Phastheur alzó su bastón. La llama del fuego se agitó y se expandió en una esfera luminosa que proyectó imágenes en el aire. Rostros, escenas, recuerdos enterrados en la memoria del flujo.
—La verdad de que inició la última Gran Guerra, la que ustedes conocen y han vivido. La verdad de Adriene, de Tervhael… y de Dhelia.
Lyara sobresaltada observó al mago, mientras Lyz y Brouke la observaron a ella.
Esto era personal y podría abrir grietas que no estaba segura de querer saber del pasado de sus padres.
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La imagen se transformó en un vasto salón tallado en piedra negra. Una multitud de elfos oscuros vitoreaba mientras Adriene, joven aún, pero ya marcado por cicatrices, era coronado como rey. A sus pies, un féretro adornado con flores nocturnas.
—Se dice que Adriene tomó el trono tras la muerte de su padre, el rey Elandar y la de su hermano mayor Barkha. —Explicó Phastheur con voz grave. — No fue un ascenso natural, su destino nunca se había tejido alrededor de tomar el poder, todo fue impuesto por la tragedia. Su hermano mayor, heredero legítimo, había sido asesinado, su hermana quien debía ser la mano derecha del Rey habían caído en desgracia después de una batalla donde fue prisionera de un grupo de orcos oscuros.
El humo de la ilusión mostró la figura de aquel hermano: alto, de mirada noble pero afilada, portando la misma insignia que años después Ryder llevaría en su pecho. Luego, la escena cambió bruscamente: un campo de batalla, un duelo, una lanza de luz atravesando el corazón del príncipe dejándolo enterrado en el suelo bajo la mirada de sus compañeros.
—Tervhael lo mató. —Dijo Phastheur, y sus palabras pesaron como piedras. — Lo proclamó un acto de justicia divina, acusándolo de traidor y del secuestro y tortura de su prometida. Pero no fue más que una ejecución política. Así cayó el verdadero heredero, y Adriene debió cargar con un reino quebrado y con el dolor de su pueblo. —En la bruma se mostró la silueta de la coronación de Adriene y paralelamente se mostró como a Tervhael se le otorgaba un nuevo don por su acción. — Bajo ese acto, Tervhael amarró su destino al de Adriene y un acto que pensó le daría la victoria solo los llevó a la desgracia.
Los duendes se movieron incómodos ante la imagen mientras algunas hadas ocultaban su malestar tapando su boca.
Lyara cerró los ojos. En su memoria, las palabras de su padre resonaban: “La pureza no es vida, es muerte vestida de orgullo.” Ahora entendía de dónde venía ese dolor.
La bruma de la esfera cambió de color, mostrando ahora un salón angelical, con vitrales luminosos y cánticos solemnes. Una joven de cabellos plateados y ojos radiantes caminaba cubierta con un velo.
—Ella era Alba. —Continuó Phastheur, y su voz se suavizó como si nombrar a la mujer exigiera respeto. — Una ángel de linaje puro, prometida a Tervhael para sellar la supremacía de los ángeles en la guerra. No fue un matrimonio por amor, sino por conveniencia, un pacto sellado en sangre y cadenas.
El rostro de Alba apareció más de cerca: serena, pero sus ojos mostraban una melancolía profunda.
—Sin embargo, antes de esa unión forzada, Alba había amado a otro. —El fuego reveló al hermano mayor de Adriene, el príncipe caído. — Aunque no fue algo que pudiera compartir, de esa unión secreta, nació un hijo.
El aire se volvió más pesado. Lys se llevó la mano al pecho, como si de repente le faltara oxígeno.
—Kael. —Murmuró Brouke.
Phastheur asintió lentamente.
—Oficialmente, Kael fue proclamado hijo de Tervhael. Un símbolo de pureza, la promesa de un linaje aún más divino. Nadie se atrevió a dudarlo. Nadie… salvo Tervhael mismo.
La visión mostró ahora a un niño de alas pequeñas, corriendo entre pasillos luminosos. Kael, apenas un infante, con ojos brillantes y una risa inocente. A su lado, Alba lo observaba con ternura.