Capítulo 22: Raíces del destino.
El aire era denso en el Bosque de las Raíces Invertidas. Allí no había arriba ni abajo: el mundo parecía un espejo roto. De las bóvedas heladas del techo colgaban raíces gigantescas que descendían como columnas de un templo vivo. Algunas brillaban con savia luminosa, otras latían como arterias, pulsando con la cadencia de un corazón colosal. El suelo, irregular y húmedo, estaba cubierto de hojas que no caían, sino que flotaban lentamente, desafiando la gravedad, como si el tiempo hubiera olvidado avanzar.
Kael avanzó con cautela. Cada paso que daba resonaba como un eco en su pecho, como si el bosque caminara con él. No sentía frío ni calor, sino una vibración constante, la misma del flujo que ahora lo atravesaba desde que había tocado el cristal.
Era distinto a la primera vez que había entrado, era el mismo lugar solo que ahora se sentía vivo y lleno de energía. O quizás era él quien, lejos de la guerra, por fin era capaz de apreciar más allá de su deber.
Detuvo su andar en medio de una grieta iluminada por hongos azulados. Se inclinó, apoyando una mano sobre la tierra húmeda. El pulso del flujo lo envolvió, fuerte, insistente, como si el bosque reconociera su presencia.
—No estás perdido. —Dijo una voz ligera, juguetona.
De entre las raíces surgió Nim. La pequeña hada se deslizaba entre los haces de luz como una chispa traviesa, pero esta vez su rostro no mostraba la inocencia habitual. Había en su mirada un dejo de seriedad, como si incluso ella comprendiera la magnitud del lugar.
Aún así voló a su alrededor revisando su nueva apariencia con juguetona curiosidad, pasando por debajo de sus brazos, entremedio de sus piernas y hasta le revisó tras las orejas.
—¿Tú también fuiste llamada aquí? —Preguntó Kael, su voz grave, aunque con un matiz de alivio al verla.
—Nadie llega aquí por casualidad. —Respondió ella, dando una pirueta antes de posarse sobre una raíz palpitante y comenzó a anotar en una pequeña agenda emocionada. —El bosque nos elige. Y ahora… te eligió a ti.
Kael se acercó y se acuclilló frente al hada. Observó cómo las raíces se movían levemente, como si respiraran, y cómo el aire mismo vibraba con murmullos que no lograba descifrar.
—¿Por qué? —Preguntó, más para sí mismo que para ella.
La respuesta llegó desde el fondo del bosque, no como un sonido, sino como una presencia que lo atravesó. Una figura se delineó entre las raíces: alta, imponente, con cabellos oscuros que parecían fundirse con la corteza. Su rostro, aunque marcado por el tiempo y el dolor, emanaba una dignidad inquebrantable, una que había visto de cerca pero en una versión mucho más joven e inexperta.
Debía ser Dhelia, madre de Lyara y actual Reina de los elfos oscuros.
No caminaba: emergía, como si el bosque mismo la hubiera modelado con savia y recuerdos. Sus brazos estaban adornados con marcas que brillaban en tonos plateados, runas que parecían talladas en su piel. Su mirada se encontró con la de Kael, y por un instante, él sintió el peso de siglos de sabiduría y sufrimiento caer sobre sus hombros.
—Has crecido mucho, Kael. —Dijo ella con una voz serena, profunda, que parecía venir desde todas partes del bosque a la vez.— Estuve esperando mucho este momento.
Kael levantándose con un movimiento rápido, dio un paso adelante, el corazón latiendo con fuerza.
—Reina Dhelia…
Ella sonrió levemente, aunque en sus ojos había más dolor que alegría.
—No como reina. No como madre. Solo como lo que soy ahora: raíz de un castigo que nunca terminó.
Nim bajó la mirada, como si incluso ella sintiera respeto por esa verdad.
Kael respiró hondo. Había escuchado fragmentos de lo que ella había sido, de su juicio, de su sacrificio. Pero verla allí, fusionada con el bosque, lo confrontaba con la magnitud de lo que significaba vivir encadenado a un destino.
—¿Qué te hicieron? —Preguntó, con un dejo de furia contenida.
Dhelia alzó una mano, y las raíces a su alrededor brillaron en respuesta.
—Cuando me juzgaron, no quisieron ejecutarme. Eso habría sido demasiado fácil y habría generado una guerra de venganza la cual nunca hubiera terminado. En cambió fui castigada por no predecir el fin de la guerra. —Su voz se quebró apenas. — Decidieron atarme al bosque, al nodo más antiguo del flujo. Así, cuando cualquiera de los líderes de guerra cayera, sería testigo eterno de las consecuencias de nuestras guerras. No libre, pero tampoco muerta. Soy guardiana y prisionera.
El silencio se extendió, pesado. Kael bajó la mirada, con un nudo en el pecho.
—No merecías esto. Lyara… no lo sabe ¿Cierto?
—De saberlo ni ella ni Ryder hubieran partido a sus destinos.
Dhelia se acercó más, sus pasos apenas perturbaban el suelo. Extendió una mano y rozó la mejilla de Kael, como si quisiera consolarlo.
—Quizás sí lo merecía. Sabía demasiado, y callé demasiado, eso me dio libertad pero también miedos y desconfianzas. Alba confió en mí… y yo no pude evitar su destino.
El nombre de su madre cayó como un rayo en el corazón de Kael. Levantó la vista de golpe, con los ojos encendidos.
—¿Sabías… de mí?
—Desde antes de tu nacimiento. —Dijo Dhelia con calma. —Tu madre vino a mí, buscando respuestas. Las estrellas ya habían cantado tu llegada. Le advertí que tu camino no sería como el de los demás: que serías puente, ni de la luz ni de la sombra, sino de ambas. Pero también le advertí que ese mismo lazo con el flujo sería tu fuerza y tu condena.
El aire se estremeció, como si el bosque aprobara sus palabras, Kael sintió un vacío dentro de su pecho, estaba todo escritor y ellos eran actores que seguían el guíon.
—El flujo es espejo, Kael. —Continuó ella. —Te dará tanto como lo que creas posible. Si eliges la esperanza, podrás sostener mundos. Si eliges el odio… podrías destruirlos.
Kael retrocedió un paso. Esa verdad lo golpeó con una crudeza brutal.