El Kairós de las primeras veces

Una mirada...

Aquel día había creído que su vida se resumiría en soledad, como había ocurrido con los últimos años.

Hasta que decidió caminar por el parque en lugar de tomar su cómodo auto.

Quizá sentía que era lo que tenía que hacer. Por una vez en la vida, salir de su zona de confort. Encontrarse y mirar más allá de sí mismo.

Con la mirada baja, su saco entre los brazos abrazándose, y jugueteando con una pequeña piedra siguió caminando sin prestarle la atención que quería darle, en un principio, a aquel lugar.

Un parque tan pintoresco, de bellas flores, como las obras que le gustaba restaurar en su tiempo libre .
Una gran plaza, adornada por un kiosco en el que, cada fin de semana, se exponían obras de arte locales, obras literarias, pequeños conciertos y una que otra película a fin de mes, era su compañera en ese momento.

Le recordaba tanto a su infancia y a las veces que había querido quedarse allí, a disfrutar más el tiempo, con su madre.

Ahora tenía algo de tiempo, pero ella ya no estaba.

Al crecer había puesto su carrera en primer lugar, y no es que pensara que su madre no tuviera que ocupar ese lugar, simplemente quería sobresalir. Quería hacerlo por sí mismo y por ella.

Al escuchar la risa de los niños, a los pájaros cantar y al bullicio de los jóvenes que se encargaban de las actividades del kiosco, se lamentó a sí mismo haber tenido perspectivas equivocadas.

Ahora era una persona importante, podía darse muchos más lujos que los que su madre le había podido dar.

Vivía mejor.

Se veía mejor.

Se sentía el mejor.

Pero ella ya no estaba para verlo.

Se reprimió esos pensamientos que lo único que hacían eran gritarle lo egoísta que había sido y decidió darle paso a lo que le gustaba de pequeño: admirar.

Ese era su propósito al decidir caminar. Que los recuerdos lo invadieron al aceptar hacerle caso a su mente, era algo que se le había salido de las manos. Parecía que esa mañana templada no podía controlar algo en su vida.

Antes de llegar al pequeño mariposario, que era parte atractiva de aquel lugar especial, levantó su vista cuando decidió que había tenido suficiente con la batalla que su mente parecía jugarle una y otra vez.

Y allí estaba.

Algo había captado su atención provocando que cualquier guerra, en su mente, se disipara como por arte de magia.
Y es que ahora no podía dejar de mirar.

Seguía lentamente lo que sus ojos miraban, como si hubiese recibido un hechizo que hiciera que todo al rededor dejara de existir.

¿Qué le había pasado?

Y de pronto no solo la vio, sino que la contempló.

Se sentiría avergonzado si no estuviera tan atrapado en aquella silueta, que estaba por pasar tan cerca de aquel manojo de recuerdos, que habría apartado de pronto la vista. Pero en ese instante no podía o más bien, no quería.
No debía perderse de aquel ser que estaba apareciendo en los juegos de su propia mente.

Vio a una joven, tan diferente a sus propias perspectivas, con un poder de atracción tan grande que jamás en su vida había experimentado.

¡Si no era así, que alguien le explicará entonces por qué no podía dejar de mirar!

No es que fuera de aquellas personas que organiza a cada ser que ve con etiquetas como "nivel bajo", "nivel alto" o "pasable", "inmejorable" y "superior" sin siquiera permitir conocerlos; era solo que, en su vida cerca a las grandes esferas, se había permitido ser más atento, crítico y selectivo con aquello que captaba su atención.

El poder de lo que miraba, en lo que no había tenido tiempo para comprender, le estaba robando su esencia.
¿Qué aspecto tendría, desde otro plano, si se contemplara justo en ese ese instante? Nadie se lo imaginaría siendo inquebrantable en su profesión, pero tan débil con lo que sea que estuviera absorbiéndolo desde sus ojos.

Había pensado, en ese instante que, aquella joven era lo más bello que había apreciado.

Era, quizás, aquel afán de ella en abrazar las carpetas que llevaba, de trabajo o de tareas, que le estaba recordando las cosas a las que él se había aferrado pero que, por azares, había soltado.
O sus pasos rápidos pero firmes, el menear de su cabello rebelde y corto, que le recordaban a la cantidad excesiva de tiempo perdido que había estado consumiendo su vida, en el que se había olvidado de disfrutar, de ser "más él" y menos "los demás".
O era la postura de su bolso ligeramente abierto y del que parecía no darse cuenta, o el desastre de sus gafas resbaladizas que acomodaba con su mano libre, o sus rápidas miradas a los escalones para no tropezar, o la angustia de su rostro...

¡Su rostro!

Tan diferente.
Tan único.
Con esa desesperación por llegar a cualquier lugar...
Como a cierta persona.

Todo eso le estaba pareciendo hechizante.

¿Qué tenía de especial lo que estaba viendo?

¿Y por qué ahora que sus ojos la estaban perdiendo sintió la misma angustia de ella?

¿Era la angustia por ya no verla?

Ni siquiera sabía quién era, ni qué acababa de pasar.

La primera reacción de su cuerpo y mente fue detenerse y querer grabar lo que había visto. Lo que había admirado.

Le gustaba observar, pero aquello había sido lo más satisfactorio que había mantenido, con tanta certeza, clavado en la mirada.



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En el texto hay: primeras veces, romance, relatos cortos

Editado: 16.10.2021

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