Se encontraba sumergida en el mar bravo que Emilio había dejado en sus pensamientos, su conversación había terminado con un corazón roto y una mente perdida.
No sentía tener que arrepentirse de cosas mayores, salvo en aquel momento de haber hecho sentir infeliz a alguien más.
Y es que sabía más que nadie cómo se sentía ese ardor en el corazón.
No es que sintiera ser digna de hacerse rogar ni mucho menos de sentirse superior.
Creía profundamente que su pasado no le permitiría jamás querer ser diferente ni mucho menos más importante que alguien.
Había aprendido muy pronto a hacerse madura, a ser fuerte, a buscar sobrevivir en el calabozo de su vida.
Sin embargo, su espíritu seguía limpio, seguía exigiéndole qué camino seguir y aunque dudase, sus pasos la guiaban.
¡¿Qué podía perder?! Se tenía sólo a ella.
Emilio la había estado cortejando desde hacía ya varios años, y a pesar de que el amor había sido ajeno a su vida casi desde que nació, su alma albergaba aquello que me gusta llamar "la luz chispeante" de la que todos dependemos.
Pero responderle a aquella confesión de amor con su sentir, con honestidad, al decirle que no era correspondido a pesar de convivir por tantos años, que no lo amaba y que no merecía menos, le estaba consumiendo el corazón.
Sabía que había jurado que nadie más debería sentirse como ella; pero acababa de romper ese juramento cuando casi escuchó el corazón de Emilio deslizarse como seda rasgada al suelo.
Suave pero irremediablemente servible.
***
Su espíritu también era fuerte.
En lo profundo de las piezas rotas de su corazón sabía que no podía ser correspondido, no con la intensidad de la luz del sol que él quería.
Tampoco es que iba a rebajarse a no ser hombre y a obligarla.
Sus Padres se habrían vuelto a morir al saberlo y sería su culpa, sería la decepción de esos ojos que lo habían visto crecer y que ahora ya no estaban.
Su ser estaba herido por el rechazo de quien amaba, pero no sería para siempre.
Admiraba esa resiliencia en ella y qué mejor que hacerla suya de esa manera.
Ser como ella.
Dejarse sufrir, perdonar y seguir.
Había decidido en una fracción de segundos encapsularla en su memoria, ahí en donde el amor habita y en donde el perdón reina.
Ese era el sitio digno que quedaba para ofrecerle de su basto corazón.
Ya no había más palabras que decirle, ni se permitiría arrepentirse de haberle confesado sus sentimientos.
No merecía ocultárselos ni cargar con ellos ocultos en su vida.
Los había expuesto, se los había hecho añicos con todo el amor del mundo, y ahora cada pedazo le pertenecía a ella.
***
Sumergida en la tempestad en la que se estaba permitiendo navegar, solo le quedó observar al horizonte y ver cómo aquel hombre se marchaba, sin regresar a verla.
Había sentido en el silencio que la perdonaba, aunque eso no reparaba su corazón.
Sentía las piezas en el aire, le susurraban al oído que aún latían, pero que aceptaban no ser correspondidas.
Perdida en el punto fijo en el que la silueta desapareció aquella tarde de otoño, recuerdos de su vida enmarcaron sus ojos y como una cinta de película, éstos se le proyectaban.
Eran esos momentos en los que no se había rendido.
Hubiese sido fácil hacerlo, pero de haber sido así, ¿en dónde se encontraría ahora?, ¿seguiría siendo digna de una Trinidad que deseaba?, ¿sería capaz de ser marchita toda su vida como las personas que se habían cruzado en la de ella?
No apoyaría esa parte que estaba haciendo nacer. No más dudas.
Había aprendido a leer a una edad en la que los demás empezaban a salir a fiestas, a disfrutar de la libertad que sus padres le otorgaban a cambio de compensar el tiempo que no estaban.
La falta de algo que ella sola se había aprendido a construir, amor.
Había aprendido a trabajar por y para sí misma cuando debía tener consigo un cuaderno y asistir a clases.
Tenía en mente que no importara la edad, se había prometido redirigir su vida, de controlarla y guiarla por un mar en calma, como el que le había gustado contemplar en la primera postal que había aprendido a leer.
Recordó aquel instante en el que un ángel del cielo la había descubierto con su cara de terror al ver la hoja de papel crema en la que se apuntaban los visitantes a la biblioteca, y no había sabido qué hacer, ni siquiera sabía qué estaba haciendo ahí. Su pánico la hacía vulnerable, pero aquella mujer desconocida la confortaría.
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Editado: 16.10.2021