Me encontraba en la calle, llegando a la misma cárcel de siempre.
—¿Oye que te dijo tu madre ayer? —me pregunto Ismael que me sorprendió por la espalda.
—Al principio me echó la bronca, ya sabes cómo es, pero después vino Sara por la tarde a hacer los deberes conmigo y me encubrió, dijo que nos habíamos quedado castigadas en el instituto, y tampoco me preguntó que hice para llegar tarde a casa —le solté toda la explicación.
—Entonces genial, ya sabes que tienes que llevar cuidado y no contarle ni a Sara, Cinthia y Ana todo lo que sabes. —me lo volvió a repetir como si a mí se me olvidarán las cosas.
—Ya lo se, que no tengo cuatro años —le respondí de mala manera.
En ese preciso instante me acordé de aquel chico que no me lo quito de la cabeza desde el día que lo conocí.
—Ismael, me tienes que hacer un favor —le puse ojitos de pena.
—Que es lo que quieres —me respondió de forma que diría que si a todo lo que dijese.
—Quiero ir a ver a Enrique, llevo varios días sin poder ir a verlo —le dije mientras seguía con la misma cara desde el principio.
—¿Y la misión? llevas días sin ir y no te estás preparando lo suficiente —lanzó las palabras mientras iba poco a poco alzando la voz.
—Joder Ismael siempre estás con lo mismo, ya iré —me puse ya enfadada.
—Es que ese chico te está distrayendo, y no estás en lo que tienes que estar —me devolvió la palabra.
—Bueno, con lo que yo haga con mi vida no es asunto tuyo —le respondí con rabia.
—Si afectan a los dos mundos si que es asunto mío —nos adentramos a la clase y no comentamos nada más.