En los años pasados, juventud vivida,
nuestras almas ardían cual llamas encendidas.
Pero el tiempo implacable nos hizo marchitar,
y en sus manos crueles, la juventud expirar.
Mas no es motivo de pesar y afán,
pues de la juventud, la sabiduría nació.
Cual primorosa joya, se forjó en el ser,
con cada arruga nueva, el saber amanecer.
La piel que fue lozana, ahora serena y sería,
es testigo fiel de una vida ya vivida.
Con cada nuevo día, la experiencia se alza,
como promesa eterna, en cada arruga traza.
Perder la juventud, es ganar sabiduría,
un tesoro escondido en la melancolía.
Enfrentémoslo con garbo, con entereza y valor,
pues cada paso dado, nos acerca al fulgor.
No temamos al paso de los años que se acumulan,
ya que en cada canto gris, la sabiduría se acumula.
La juventud se va, pero la esencia prevalece,
en el alma iluminada, que la vida merece.
Envejecer es un don, una señal de grandeza,
un viaje sin retorno, hacia la pura belleza.
Así que abracemos con fuerza lo que la vida provee,
la sabiduría infinita, que en cada arruga se ve.