En el vasto cielo, un manto estrellado,
el universo exaltando su magnificencia,
somos meros suspiros en la eternidad,
un destello fugaz en su inmensidad.
Bajo la bóveda celeste nos encontramos,
sin más que un puñado de polvo, seres humanos,
parecemos insignificantes, diminutos,
como las gotas de agua en océanos absolutos.
Las constelaciones dibujan nuestra historia,
las estrellas son testigos de nuestra gloria,
pero ante ellas somos apenas un suspiro,
en el universo.
Nuestros sueños parecen gigantes imposibles,
en el vasto cosmos, solo momentos risibles,
nuestros problemas, tan pequeños y vanos,
se diluyen sin rastro entre los planetas lejanos.
Las galaxias giran en un ballet cósmico,
mientras nosotros, perdidos en lo microscópico,
postrados ante la grandeza infinita del espacio,
nos damos cuenta de nuestra insignificancia en el caso.
Pero en nuestra pequeñez hallamos consuelo,
en cada amanecer, en un abrazo sincero,
en la risa que a veces nos hace trascender,
somos pequeños, sí, pero capaces de amar y entender.
Así, mientras somos polvo en la vasta inmensidad,
nuestra alma se expande, busca la eternidad,
y aunque pequeños, somos parte de un todo,
en este vasto universo, donde todos somos nada.