En el ocaso de la vida, como un sol sereno,
llegamos a la vejez, donde el tiempo es un terreno.
Caminamos por senderos trazados por la experiencia,
un viaje que nos lleva hacia la sabia conciencia.
Arrugas como surcos, marcadas por los años,
testigos de historias, de risas y desengaños.
En cada línea, un relato grabado en la piel,
la vejez, un capítulo que el tiempo revela.
El cabello plateado, como la luna en la noche,
reflejo de la sabiduría, que en el alma brota.
Los ojos, espejos del tiempo que se despliega,
contemplando el mundo con calma y sosiego.
Los pasos, más lentos, pero llenos de certeza,
caminando con la calma que otorga la vejez.
En el corazón, latidos como notas pausadas,
una melodía serena, en las páginas del ayer.
La memoria, como un río que fluye con pausa,
navegando entre recuerdos, con su propia causa.
En la vejez, el tesoro de experiencias acumulado,
un legado que en el alma queda grabado.
En la quietud del ocaso, se revela la belleza,
la vejez, un poema escrito con paciencia.
En cada arruga, en cada cabello plateado,
la vida se despliega, en su eterna presencia.
Así, en la vejez, como un ocaso dorado,
encontramos la plenitud de lo vivido y amado.
En cada paso, en cada mirada serena,
la vejez, un viaje hacia la esencia plena.