En la sinfonía de la vida, un triste acorde resuena,
la salud, cual tesoro, desvaneciéndose en la arena.
Un cuerpo que fue fuerte, como roble en la pradera,
se torna frágil, en la danza de una rima austera.
La fiebre del dolor, un fuego que consume,
cuerpo y alma, en una danza que se asume.
La vitalidad, fugaz como la luz de la luna,
se desvanece, cual melodía que se desatina.
En la quietud de la noche, suspiros de angustia,
la salud, una amiga perdida en la intriga.
Los días que fueron risas, ahora son silencio,
el eco de la fragilidad, un lamento intenso.
En el espejo, el reflejo de una sombra persiste,
cuerpo marcado por la lucha, que nunca desiste.
La salud, como un río que fluye a la inversa,
se desliza entre dedos, dejando tristeza dispersa.
En el hospital, pasillos cargados de anhelos,
historias de resistencia, de batallas y desvelos.
En la cama, el eco de pasos que se desvanecen,
la salud, un susurro en el viento que enmudece.
Pero en la penumbra, una luz titila en la espera,
la esperanza, medicina que el corazón venera.
Aunque la salud se deslice como arena entre dedos,
la fortaleza del espíritu resurge desde los cimientos.
En la pérdida de salud, se escribe un capítulo amargo,
pero también nace la fuerza, en cada paso largo.
La fragilidad del cuerpo, un lienzo en la tormenta,
donde el alma florece, en su lucha eterna.
Así, en la partitura de la vida, donde la salud se esconde,
la resiliencia se erige, en un poema que responde.
Porque aún en la pérdida, la esperanza persiste,
y en cada amanecer, la vida, con fuerza, insiste.