Desde hacía años, Alexandra había soñado con un viaje a Grecia junto a sus amigas, Amanda y Jimena. Ese destino, ubicado en el sureste de Europa, es conocido por sus miles de islas en los mares Egeo y Jónico, y por su herencia cultural como la "cuna de la civilización occidental". Atenas, la capital, alberga monumentos icónicos como la Acrópolis, que data del siglo V a.C.
Tras varias postergaciones debido a compromisos laborales y personales, el esperado día finalmente llegó. El 10 de abril, partieron del aeropuerto de Ezeiza rumbo a Grecia. El itinerario incluía un recorrido por Atenas, Santorini, Míkonos, Heraklion y las islas de Creta, durante diez días y nueve noches.
Sin embargo, ninguna de ellas podía prever que ese viaje marcaría un cambio inesperado en la vida de una de las tres.
Al aterrizar en Atenas, fueron recibidas por un clima cálido y vistas que les resultaron sobrecogedoras. Las tres amigas, emocionadas, se dispusieron a explorar cada rincón que el paquete prémium les prometía. Se hospedaron en el Vitali Resort, un hotel de renombre mundial, célebre por su atención personalizada, su exquisita gastronomía y su arquitectura que combinaba lujo y tradición.
Después de un viaje de 12,386 kilómetros, que incluyó una escala en el aeropuerto de Fiumicino, en Italia, las amigas decidieron descansar en sus suites antes de bajar a cenar. Alexandra aprovechó para disfrutar de un relajante baño en el opulento cuarto de baño de su habitación, un espacio que parecía una obra de arte por sí mismo. La tina de mármol blanco, las griferías doradas, los armarios integrados y las fragancias aromáticas llenaban el ambiente de una sofisticación encantadora. Mientras el agua llenaba la tina, la joven preparaba su ropa para la cena, dejándose envolver por los aromas que le arrancaban una sonrisa.
Tras un baño revitalizante, se reunió con sus amigas en el restaurante del hotel. El cansancio del viaje las había convencido de cenar allí esa noche, y no se arrepintieron. Mientras charlaban sobre la belleza del lugar, un camarero interrumpió amablemente para ofrecerles el menú. Amanda, quien había investigado previamente sobre la gastronomía local, tomó el rol de portavoz del grupo.
Decidieron degustar un vino tradicional griego, con más de dos mil años de historia, cuyos sabores de menta, romero y eneldo conquistaron sus paladares. Como entrada, optaron por unas dolmadakia, pequeños rollos de hojas de parra rellenos de cordero y arroz. Para el postre, eligieron el famoso revani, un pastel húmedo de nuez y limón, bañado en un almíbar de ralladura de naranja.
Al terminar la cena, cada una regresó a su habitación para descansar. Alexandra, al acercarse al ventanal de su suite, notó que había empezado a llover. En la penumbra de la noche, le pareció distinguir una figura de un hombre que la miraba bajo la lluvia. Atribuyó esa visión a los efectos del vino, se encogió de hombros y decidió no darle importancia. Se dio media vuelta y se preparó para dormir. Al día siguiente, comenzarían las excursiones guiadas junto a otros turistas del tour.