Alexandra bajó del colectivo con sus amigas, emocionada por la primera visita del día. El aire fresco de Atenas les daba la bienvenida, mientras se unían al grupo de turistas que también participaban en el tour. Era un grupo diverso, con personas de diferentes partes del mundo; las conversaciones en varios idiomas llenaban el ambiente con un mosaico sonoro que hacía eco de la riqueza cultural de la ciudad.
El guía, un hombre de mediana edad con cabello canoso y una voz firme pero amable, se colocó al frente del grupo. Llevaba más de veinte años recorriendo la Acrópolis, y cada palabra que pronunciaba reflejaba su pasión por la historia de su tierra. Explicaba en inglés con una fluidez que Alexandra y sus amigas comprendían perfectamente.
—Nuestra primera parada —dijo, alzando la voz para que todos pudieran escuchar— es el Partenón, un monumento que representa la cúpula del arte y la arquitectura de la Antigua Grecia.
Mientras caminaban hacia la estructura, el guía comenzó a narrar la historia del Partenón. Construido entre los años 447 y 432 a.C., estaba hecho completamente de mármol del monte Pentélico, un material que le daba su característico brillo bajo la luz del sol. Alexandra escuchaba fascinada, imaginando cómo habría sido ese lugar en esa época.
El grupo avanzó, contemplando los restos del friso que una vez adornó la parte alta del monumento. Las delicadas tallas representaban la procesión de las Panateneas, una celebración anual en honor a la diosa Atenea. Alexandra podía imaginar las escenas vibrantes que alguna vez decoraron el templo, ahora desgastadas por el tiempo y los saqueos.
—Es imposible hablar del Partenón sin mencionar las desgracias que ha sufrido —dijo el guía, adoptando un tono solemne—. Los terremotos dañaron su estructura, pero fueron los saqueos los que causaron las pérdidas más significativas. Entre 1801 y 1803, un diplomático inglés llamado Lord Elgin removió gran parte de los elementos decorativos, incluyendo fragmentos del friso. Hoy, esas piezas se encuentran en el Museo Británico, y muchos deseamos que sean devueltas al pueblo griego.
Alexandra observó a su alrededor, tratando de captar cada detalle. Sentía una mezcla de admiración y tristeza al pensar en la magnitud de su esplendor y en cómo el paso del tiempo y la intervención humana lo habían transformado. Sus amigas tomaban fotos, intentando inmortalizar ese momento.
—Aunque lo que vemos hoy es solo una sombra de lo que fue —continuó el guía—, el Partenón sigue siendo un símbolo de la resistencia cultural y de la herencia griega.
Cuando finalmente se alejaron del templo, Alexandra sintió que había absorbido no solo la historia del Partenón, sino también un poco de la esencia de Atenas. Había algo en esas ruinas, en el viento que acariciaba las columnas y en las historias que las rodeaban, que la conectaba con un pasado remoto y, al mismo tiempo, universal. El recorrido apenas comenzaba, pero ya sentía que aquella experiencia permanecería con ella mucho antes de haber pisado Grecia.