Alexandra y sus amigas regresaron al hotel después de la excursión, con una energía inesperada a pesar del cansancio acumulado. La experiencia en la Acrópolis había sido tan enriquecedora que ninguna de ellas quería que el día terminara. Esa tarde, el comedor del lujoso hotel las esperaba con nuevas exquisiteces para probar.
La Horiatiki, una auténtica ensalada griega, fue la protagonista de la cena. Los tomates y pimientos cultivados al sol, el queso feta de la zona, las aceitunas negras, la cebolla, el pepino fresco y jugoso, junto con las hierbas aromáticas tradicionales, ofrecían un festival de sabores frescos y genuinos. Todo esto se acompañó con un vaso de ouzo frío, un licor anisado que realzaba cada bocado con su sabor inigualable. Para el postre, disfrutaron de baclavá, una delicia de masa de hojaldre horneada e impregnada con almíbar de miel, canela y limón, rellena de nuez triturada y pistachos.
Tras esta cena memorable, las amigas se retiraron a sus habitaciones. El día había sido largo, pero Alexandra se sentía más viva que nunca. Había algo en el aire, en el ambiente, que la hacía sentirse como en casa. Compartió con sus amigas sobre cómo le hacía sentir Grecia lo que Jimena y Amanda las dejó intrigadas.
Sus amigas intentaron disimular su sorpresa ante el sutil cambio de ella. Aunque no dijeron nada, pero comenzaban a notar algo diferente en ella. Alexandra, quien siempre había sido la más racional del grupo, parecía estar atrapada en un sueño despierto. Sin embargo, como estaban a pocos días de regresar a casa, pensaron que pronto todo volvería a la normalidad.