El día comenzó aún antes del amanecer. Alexandra y sus amigas abordaron el primer ferry para llegar a Mykonos, donde las esperaba una jornada inolvidable. Chora, como llaman sus habitantes a la capital de la isla, se desplegó ante ellas con su magia característica: callejuelas empedradas flanqueadas por casas de un blanco resplandeciente y adornadas con ventanas y puertas de colores vivos.
Una guía local, Helena, recibió al grupo de turistas con una sonrisa amplia y les explicó el recorrido que realizarían. — Hoy exploraremos los lugares más icónicos de Mykonos. Comenzaremos con la Iglesia Panagia Paraportiani, una joya arquitectónica, luego iremos a los Molinos de Viento Kato Mili, desde donde se obtiene una vista espectacular. También visitaremos el Antiguo Puerto, un lugar con mucha historia, y finalmente buscaremos al famoso pelícano, que es casi un embajador de la isla.
La energía de la guía contagió al grupo mientras avanzaban por los sitios. Alexandra y sus amigas no dejaban de maravillarse.
—¡No puedo creer que estemos aquí! — Exclamó Jimena, tomando una foto de la Iglesia Panagia Paraportiani. —Este lugar parece de cuento.
—Es tan distinto a todo lo que hemos visto— añadió Amanda. —Miren los detalles de la iglesia, es como si cada esquina tuviera su propia historia.
—Y piensen en los siglos que ha sobrevivido— comentó Alexandra. —Es como si el tiempo se detuviera aquí.
Al llegar a los Molinos de Viento Kato Mili, el viento jugaba con sus cabellos mientras contemplaban el paisaje.
—¡Es tan pintoresco! Esto tiene que ir directo a mi perfil de redes— dijo Jimena mientras ajustaba el encuadre de su cámara.
—Pero no es solo para fotos, también es para disfrutar— intervino Alexandra, tomando un momento para cerrar los ojos y sentir la brisa. —Este aire, estas vistas... es pura paz.
Al día siguiente, fueron al Antiguo Puerto, la guía compartió anécdotas de la época en que los comerciantes llenaban los muelles con especias y seda.
—¿Se imaginan cómo debió ser la vida aquí hace siglos? — Reflexionó Amanda. —Todo este bullicio, pero ahora convertido en algo tan tranquilo.
—¡Miren, allá está el pelícano! — Gritó Jimena emocionada. —Es más grande de lo que imaginé.
Dos días después, tras disfrutar de la gastronomía local y descansar, el grupo partió rumbo a Heraklion. El trayecto en ferry fue tranquilo.
—Bienvenidas a Heraklion. Nuestro recorrido incluye el Palacio de Cnosos, una de las estructuras más fascinantes de la civilización minoica. También visitaremos la Fortaleza de Koules, que protegió a la ciudad durante siglos. No podemos perdernos el Museo Arqueológico, con tesoros únicos de la historia, y finalizaremos en la Logia Veneciana, un testimonio del esplendor renacentista— explicó la guía mientras avanzaban hacia su primer destino.
Alexandra luego de pasar su segunda noche en un hotel de la imponente Heraklion tuvo un sueño inquietante. Se vio a sí misma caminando por un lugar oscuro, donde el eco de sus pasos resonaba como si estuviera en un vasto espacio cerrado. La atmósfera era opresiva, y aunque no había peligro aparente, el sentimiento de urgencia la invadió. Al intentar avanzar, el suelo parecía moverse bajo sus pies, como si la guiara hacia algún lugar desconocido.
Se despertó sobresaltada, con el corazón latiendo desbocado.
—¿Alexandra, estás bien? — Preguntó Amanda desde la cama contigua.
—Sí... creo que sí— respondió Alexandra, aunque algo en su interior le decía que lo que había vivido no era solo un sueño. Algo más grande se estaba gestando, y su conexión con ese lugar oscuro seguía presente. La intriga de lo que podría significar la acompañó hasta el amanecer.