El sol apenas comenzaba a despuntar cuando llegaron al hotel en la isla de Creta. La brisa fresca del mar Mediterráneo acariciaba los rostros de Alexandra y sus amigas, quienes, agotadas por el viaje, decidieron descansar un par de horas antes de retomar las excursiones. Los días parecían desvanecerse con una velocidad inquietante, y la idea de que el final del viaje estaba cerca les provocaba una mezcla de nostalgia y urgencia por aprovechar cada momento.
Creta, la isla más grande de Grecia, se extendía ante ellas como un manto de historias y secretos. Esta vez, el grupo sería guiado por una mujer mayor llamada Andara. Su presencia era distinta, cautivadora y desconcertante al mismo tiempo. De cabellos plateados y ojos que parecían contener siglos de sabiduría, Andara se movía con una serenidad que contrastaba con el bullicio de los turistas. Sin embargo, cada vez que su mirada se cruzaba con la de Alexandra, un estremecimiento recorría a la joven, como si una sombra invisible la envolviera.
—Bienvenidos a Creta— comenzó a decir la guía con una voz grave pero melodiosa. —Hoy exploraremos los vestigios de una civilización antigua y los ecos de sus mitos. Creta no es solo una isla; es un puente entre lo humano y lo divino.
A medida que avanzaban, la guía relató la historia del rey Minos y el legendario laberinto construido por Dédalo para encerrar al Minotauro, una criatura nacida de una maldición de Poseidón. Su narración era tan vívida que los turistas podían imaginar a Teseo enfrentando al monstruo.
—Se dice que el laberinto no era solo una construcción física— continuó Andara, mirando fijamente a Alexandra. —Era también un espejo del alma, un lugar donde las sombras y los deseos tomaban forma.
El grupo llegó al Palacio de Cnosos, cuyas ruinas hablaban de un esplendor perdido. Mientras los demás escuchaban con atención, Alexandra sentía que las palabras de Andara parecían dirigidas exclusivamente a ella. En un momento en que el grupo se dispersó para tomar fotos, la joven quedó sola con la guía.
—Crees en los mitos, ¿verdad? — Preguntó Andara con un tono que parecía una afirmación más que una pregunta.
—Supongo que son historias interesantes, pero no necesariamente reales— respondió Alexandra, tratando de sonar segura, aunque la intensidad de la mirada de la mujer la desconcertaba.
Andara esbozó una leve sonrisa.
—¿Qué es lo que define lo real, muchacha? Muchas cosas que el hombre consideró irreales alguna vez luego descubrieron que eran verdad. ¿No crees que hay fuerzas más allá de nuestra comprensión?
Alexandra frunció el ceño, sintiendo que había algo más en las palabras de la mujer.
—Tal vez…, pero ¿qué tiene que ver eso conmigo?
Andara se acercó ligeramente, bajando la voz a un susurro.
—Mucho más de lo que imaginas, ανθος (Anfisa).
Alexandra sintió un escalofrío al escuchar esa palabra. No la entendía, pero algo en su interior reaccionó como si la conociera.
—¿Qué dijiste? —Preguntó con el corazón latiendo con fuerza.
Antes de que Andara pudiera responder, Jimena llegó corriendo.
—¡Alexandra! Te estamos esperando para sacarnos fotos, apúrate.
Andara se enderezó y, con una mirada enigmática se alejó con paso tranquilo, perdiéndose entre las ruinas del palacio.
Alexandra se quedó inmóvil por un instante. La palabra resonaba en su mente como un eco lejano. Sentía que algo importante le estaba siendo revelado, pero también que no estaba lista para comprenderlo. La intriga había echado raíces en su corazón, y las respuestas parecían estar tan cerca como inalcanzables.
arecían estar tan cerca como inalcanzables.