El laberinto del Minotauro

Capítulo 8: La historia del Minotauro

Andara se cruzó de brazos, mirando hacia el mar.
—Hace mucho tiempo, el rey Minos de Creta le pidió a Poseidón un signo de legitimidad para reinar. El dios del mar le envió un majestuoso toro blanco, pero Minos, cegado por la codicia, decidió no sacrificarlo en su honor como había prometido.

—¿Qué pasó después? —Preguntó Alexandra, acercándose a la guía.

—Poseidón, furioso, decidió castigar su arrogancia. Maldijo a Pasífae, su esposa, para que se enamorara del toro. De esa unión nació el Minotauro, mitad hombre y mitad toro. Aunque tenía una cualidad única —podía tomar forma humana o animal—, era una criatura que nunca pidió existir, condenada al aislamiento y al odio de todos.

—¿Y el Laberinto?

—El Laberinto fue construido por Dédalo para encerrar al Minotauro. Era tan intrincado que nadie podía escapar de él. A medida que la fama de la criatura crecía, también lo hacía el miedo que generaba.

—¿Miedo?

—El Minotauro devoraba carne humana, Alexandra. Para apaciguar a la criatura, Minos exigía tributos de jóvenes vírgenes de Atenas cada año. Una tradición cruel que solo perpetuaba el sufrimiento.

Alexandra sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Es horrible —dijo en voz baja.

Andara continuó, como si no hubiera notado la reacción de Alexandra.
—Y entonces llegó Teseo. Un héroe que decidió poner fin al terror. Ariadna, la hija de Minos, se enamoró perdidamente del semidiós. Rendida ante él, le proporcionó un ovillo de hilo para que pudiera entrar al Laberinto, encontrar al Minotauro y regresar sin perderse en aquel intrincado lugar.

—El mito termina ahí para muchos, pero para quienes saben leer entre líneas, es solo el comienzo.

Alexandra frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?

—Minos no solo fue castigado por los dioses; también dejó un legado de tragedia que marcó a Creta y a todos los que lo rodearon. Murió de la peor forma, pero nadie sabe quién lo mató.

Alexandra permaneció en silencio un momento antes de preguntar:
—¿Qué tiene esto que ver conmigo?

Andara la miró fijamente y, con voz solemne, respondió.
—Todo. Pero no es momento de revelarlo aún.

Alexandra quiso insistir, pero Andara se sentó junto a la fogata, indicando con su actitud que la conversación había terminado. Las palabras de la guía resonaban en la mente de Alexandra mientras la brisa nocturna traía consigo un eco de algo antiguo, algo que aún no podía comprender algo antiguo, algo que aún no podía comprender.




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