Alexandra regresó con sus amigas al lugar donde todos los turistas se reunían, pero su mente seguía atrapada en las palabras de la guía: mito, laberinto, castigo, dioses, Minotauro y muerte. Cada término resonaba en su interior como un eco interminable. Jimena y Amanda notaron de inmediato que algo le sucedía.
—¿Alexandra, estás bien? —preguntó Jimena con el ceño fruncido. —Sí, estoy bien, solo un poco cansada —respondió, intentando sonar despreocupada. —No parece eso —dijo Amanda, cruzando los brazos. —Nos conocemos demasiado bien. ¿Qué te tiene tan pensativa?
Alexandra tomó aire, buscando palabras que no la comprometieran.
—Es que... la guía me contó algo curioso. Algo sobre los mitos de esta región. ¿Han oído hablar del Minotauro? —Claro, es esa monstruo mitad hombre y mitad toro —dijo Amanda. —Está relacionado con un laberinto, ¿no? —Exactamente. Me pareció interesante. Tal vez demasiado. Pero no quiero aburrirlas con detalles.
Jimena sonrió.
—Nunca te ha interesado tanto la mitología. Algo más te pasa, y no lo estás contando. —Jimena, en serio, estoy bien. Solo fue una charla que me dejó pensando —dijo Alexandra, desviando la mirada.
La conversación cambió de rumbo cuando otros turistas se unieron a ellas, animados por la fiesta que continuó hasta las tres de la mañana. Bailaron alrededor de una fogata, compartieron historias y rieron sin preocupaciones. Algunos se aventuraron a probar bebidas locales, mientras otros simplemente disfrutaron del ambiente.
Cuando finalmente volvieron al hotel, decidieron dormir en habitaciones separadas para descansar mejor. Alexandra se deslizó bajo las sábanas, pero el sueño no llegó hasta bien entrada la madrugada.
Se encontraba de nuevo en ese lugar. La oscuridad era tan densa que sentía el peso de la atmósfera en sus hombros. Sus pasos resonaban con un eco inquietante, como si el espacio que la rodeaba fuera infinito y cerrado al mismo tiempo. El suelo bajo sus pies se movía, guiándola hacia un destino desconocido.
Cuando miró hacia abajo, notó que llevaba un vestido blanco largo que rozaba sus tobillos. Sus pies estaban cubiertos de lodo, y una llovizna persistente empapaba su cabello y su ropa. De pronto, gritos desgarradores de hombres y mujeres rompieron el silencio. La urgencia la empujó a correr, aunque no sabía hacia dónde.
La lluvia y la oscuridad conspiraban para ocultar cualquier rastro de la luna y las estrellas. Su instinto era su única guía. Entonces lo vio: una figura mitad animal, mitad hombre, que emergió de las sombras. Su corazón latía con fuerza. Antes de que pudiera procesar lo que veía, se desmayó.
Al recobrar un poco el conocimiento sintió que alguien la levantaba en brazos. En un destello fugaz, la figura monstruosa comenzó a transformarse en algo humano. La lluvia seguía cayendo sobre su rostro mientras su conciencia se desvanecía de nuevo.
Alexandra despertó de golpe, sobresaltada. Su respiración era rápida y su corazón latía con fuerza. Corrió al baño, tropezando en el camino. Abrió la llave de la canilla y se lavó la cara.
—Esto no puede ser real —susurró, mirándose al espejo. —Debes calmarte, Alexandra. Solo fue un sueño.
Al regresar a la cama, el reflejo de su cuerpo completo en el espejo capturó su atención. Sus pies estaban manchados de lodo. Un grito de horror escapó de su garganta. Golpes en la puerta la sobresaltaron. Un escalofrío recorrió su espalda.
— ¿Estás bien? —dijo una voz femenina.
Con esfuerzo, abrió la puerta. Una mujer del personal del hotel estaba allí.
Jimena y Amanda llegaron corriendo desde sus habitaciones al escuchar esos gritos y vieron que fuera de la puerta del dormitorio de su amiga había algunas personas más que se acercaron que eran del personal de limpieza.
"—¿Qué pasó? ¿Por qué gritabas? —preguntó Amanda, con evidente preocupación reflejada en su rostro. — Alexandra señaló sus pies.
—Tuve un sueño. Fue tan real... y miren mis pies. ¡Están llenos de lodo! — Dijo con un tono nervioso.
Jimena y Amanda miraron, pero no vieron nada.
—Alexandra, no hay nada ahí —dijo Jimena con suavidad para tranquilizarla.
Alexandra empezó a dudar de su cordura.
—Tal vez... tal vez estoy loca. O quizá sigo dentro del sueño.
Un médico del hotel fue llamado para asistirla. Mientras la examinaba, Alexandra le preguntó:
—¿Qué me está pasando?
El hombre, de mirada profunda, respondió con calma:
—A veces, ciertos vínculos trascienden lo que entendemos como realidad. Hay cosas que solo aquellos que las viven pueden comprender. El alma guarda secretos que la mente apenas empieza a descubrir.
Alexandra sintió un escalofrío. Sus palabras parecían dirigidas a algo más que su estado físico.
El médico les informó a sus amigas que le había administrado un sedante y que la dejaran descansar por ese día. Jimena y Amanda, preocupadas, la acompañaron hasta que se durmió. Pero la sensación de misterio quedó suspendida en el aire, como si algo mucho más grande estuviera por revelarse.