El laberinto del Minotauro

Capítulo 11: Sombras en el Laberinto

De regreso al hotel, Alexandra vio a Amanda y Jimena esperándola en la entrada.

—¿Dónde estuviste? —preguntó Jimena con curiosidad.

Alexandra esbozó una sonrisa forzada.
—Solo salí a recorrer un poco. Me aburrí de estar encerrada.

Amanda levantó una ceja.
—¿En serio? Pensé que estabas agotada.

—Ya estoy mejor —replicó Alexandra rápidamente, desviando la mirada. Sabía que ellas no entenderían lo que realmente había ido a hacer. Esto trascendía la lógica y solo podía comprenderse con el alma.

Más tarde, se reunieron para una merienda-cena en el restaurante del hotel. Mientras tomaban un café, Alexandra intentó desviar la atención.
—¿Y cómo les fue en la playa?

Amanda se encogió de hombros y sonrió.
—¡Increíble! El agua estaba perfecta, parecía un espejo. — Lo decía con mucho entusiasmo.

—Y Amanda casi se ahoga porque pensó que dentro de uno de los cenotes que había en la playa eran de poca profundidad, menos mal que un joven apuesto estaba cerca para socorrerla— añadió Jimena, riendo.

—¡Mentira! Solo pisé en falso y me caí, pero es verdad que me ayudó ese joven. —respondió Amanda, con fingida indignación.

El ambiente se relajó, pero la mirada de Jimena pronto se tornó seria.
—¿Y tú, Alexandra? ¿Cómo estás después de lo que te pasó esta mañana?

Alexandra parpadeó, insegura de cómo responder.

—Fue terror nocturno —interrumpió Amanda, con un tono resolutivo.

Jimena la miró, sorprendida.
—¿Cómo sabes eso?

—Hablé con el médico. Me dijo que, si vuelve a pasar, debería ver a un especialista.

Alexandra asintió, fingiendo estar de acuerdo.
—Sí, si vuelve a pasar, lo haré.

Esa noche, ya en su habitación, Alexandra intentó relajarse. Se sirvió una copa de vino, buscando el coraje necesario para enfrentar lo que podría venir en sus sueños. Sabía que la verdad estaba cerca, aunque aún era un misterio. Sin embargo, esa noche no soñó. Su mente quedó en negro, como si algo o alguien le impidiera avanzar.

A la mañana siguiente, las tres amigas desayunaron temprano.

—¿Cómo dormiste? —preguntó Amanda mientras se servía jugo.

—Tranquilo, sorprendentemente —respondió Alexandra.

—Los tres días más mágicos de nuestras vidas —dijo Amanda, suspirando.

—Creta tiene algo especial —añadió Jimena.

Antes de partir, se tomaron una foto juntas en el vestíbulo del hotel.

En el ferry de regreso, Alexandra intentó leer un libro, pero sus ojos se cerraron. El sueño la envolvió como una niebla, llevándola de nuevo al mundo del subconsciente.

Se encontraba en una fila de mujeres, todas vestidas de blanco, con hombres a su lado, vestidos únicamente con pantalones del mismo color. Parecían todos hipnotizados. Al mirar hacia adelante, vio una inmensa puerta antigua que se abrió de par en par. Como un rebaño, todos empezaron a entrar.

De repente, comprendió: estaban entrando al laberinto del Minotauro.

—¡No puede ser! —susurró Alexandra, paralizada.

Una vez dentro, los gritos comenzaron. El grupo despertó de su trance y corrió por los interminables pasillos. Alexandra tropezó junto a dos mujeres, que lloraban desconsoladas.

—¿Qué está pasando? —preguntó Alexandra con desesperación.

—¡Vamos a morir! —gritó una de ellas.

—¿Por qué dices eso?

—Él vendrá por nosotras —respondió la mujer, llorando.

De pronto, una voz masculina gritó desde detrás de ellas:
—¡Corran!

Alexandra volteó justo a tiempo para ver a una criatura bestial levantando al hombre que había gritado. El monstruo lo destrozó con sus garras, arrancándole un grito de agonía. Alexandra no pudo contenerse y gritó también, olvidando que era solo un sueño.

Corrió sin dirección, perdiéndose de las otras mujeres. Su corazón latía con fuerza, el miedo la consumía. Justo cuando pensaba que no podía más, sintió una mano en su brazo.

—¡Alexandra! ¡Alexandra!

Despertó de golpe en el ferry, con Jimena sacudiéndola suavemente.

—¿Estás bien? —preguntó su amiga, preocupada.

Alexandra se cubrió el rostro con las manos, tratando de calmarse.
—Tuve... otro sueño.

Amanda trató de explicar a los demás pasajeros que se habían acercado.
—Disculpen, está pasando por una crisis.

Jimena abrazó a Alexandra mientras ella se tranquilizaba lentamente.

Al llegar al hotel, un médico fue llamado para atenderla. Aunque le recetaron tranquilizantes, Alexandra sabía que no los tomaría. Antes de dejar Grecia, debía encontrar su destino y descubrir la verdad detrás de sus sueños.




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