El laberinto del Minotauro

Capítulo 12: En el umbral del misterio

El reloj marcaba las nueve de la mañana, y el desayuno en la terraza del hotel estaba impregnado de aromas a café, frutas frescas y el salobre aire del mar. Alexandra sostenía su taza con firmeza, aunque su mente estaba atrapada en un remolino de pensamientos que no lograba descifrar. Sus amigas, Jimena y Amanda, habían insistido en que se uniera a la última excursión a Santorini, pero ella había rechazado la idea, argumentando que el médico le había recomendado descansar. Sin embargo, todo cambió al enterarse de que Andara sería la guía del recorrido. Necesitaba hablar con ella, descubrir qué significado oculto podía haber detrás de su sueño.

—He cambiado de opinión. Voy con ustedes —anunció finalmente, esforzándose por sonar casual.

Jimena y Amanda intercambiaron miradas cómplices, aliviadas de que su amiga no se perdiera la experiencia.

Horas después, el grupo subía al ferry que los llevaría a Santorini. La brisa marina acariciaba sus rostros mientras el barco surcaba las aguas cristalinas del Egeo. Alexandra permanecía en silencio, observando cómo las blancas casas encaladas y las cúpulas azules de la isla se perfilaban en el horizonte.

Al llegar, el recorrido los llevó por Athinios, el bullicioso puerto de la isla, y luego a Fira, con sus estrechas calles adoquinadas llenas de tiendas de artesanías y cafeterías pintorescas. Ese día le fue imposible hablar con Andara; la agotadora jornada la dejó sin fuerzas para pensar en la criatura mitológica.

Al día siguiente, conocieron el pueblo de Oia, famoso por sus imponentes paisajes y atardeceres que parecían pinturas vivientes. Fascinadas por las vistas, Jimena y Amanda decidieron buscar el mejor lugar para tomar fotografías.

—Alexandra, ¿te unes? —preguntó Amanda con entusiasmo.

—No, vayan ustedes. Voy a quedarme viendo algunas tiendas para comprar regalos; luego las alcanzo —respondió con una sonrisa despreocupada.

Se separó del grupo y siguió a Andara, que la observaba desde la sombra de un árbol frondoso. Era el momento perfecto para hablar, lejos de miradas curiosas.

—Hola, soñé de nuevo con el laberinto —soltó Alexandra de golpe, con urgencia en la voz—. Esta vez estaba fuera de las puertas, en una fila. Había hombres y mujeres... las mujeres llevaban vestidos blancos, y los hombres, solo pantalones del mismo color. Estaban inmóviles, como en trance, menos yo. Cruzamos las puertas del laberinto y, de repente, despertaron y empezaron a correr. Yo también lo hice. Se escuchaban gritos, como si todos supieran lo que iba a pasar.

Andara la miró con intensidad.

—¿Por qué crees que tú estabas en esa fila? —preguntó, su tono sereno pero cargado de significado.

Alexandra frunció el ceño, intentando encontrar una conexión.

—No lo sé... No tiene sentido —respondió con frustración—. Después, ese hombre gritó y fue atacado por el Minotauro. Sentí que alguien me llamaba por mi nombre, y entonces me desperté, agitada.

Andara respiró hondo, como quien está a punto de revelar un secreto ancestral.

—Esa fila era de ofrendas para el Minotauro, enviadas por el rey cada año —explicó con suavidad—. Hombres y mujeres vírgenes, sacrificados para apaciguar a la bestia.

El corazón de Alexandra se aceleró.

—¿Sacrificios? —susurró, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda—. Entonces... ¿yo también era una ofrenda?

Andara no respondió de inmediato. Puso una mano cálida pero firme sobre su hombro y la miró directamente a los ojos.

—Hoy él te hablará —dijo finalmente, con una gravedad que dejó a Alexandra sin palabras.

Antes de que pudiera procesar lo que había escuchado, las voces de Jimena y Amanda resonaron a la distancia, llamándola para una foto. Alexandra giró hacia ellas y, al volver la vista hacia Andara, ella ya no estaba.

—¡Alexandra, ven! ¡El atardecer está espectacular! —gritó Amanda, animándola.

Confundida y perturbada, Alexandra caminó hacia sus amigas, pero en su mente, las palabras de Andara resonaban como un eco constante: "Hoy él te hablará




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