El laberinto del Minotauro

Capítulo 13: La voz del Minotauro

El ocaso envolvía el Vitali Resort cuando los turistas regresaron desde Santorini. Las luces del hotel se encendían una a una, como si dieran la bienvenida a los viajeros cansados. Mientras las amigas conversaban animadamente sobre las maravillas del día, Alexandra sentía un peso desconocido en el pecho. Algo en el aire había cambiado, algo que no podía definir.

Aquella noche, la inquietud no la dejó conciliar el sueño de inmediato. Se removía entre las sábanas blancas de su habitación, escuchando el murmullo del mar en la distancia, hasta que finalmente el cansancio venció su resistencia. Fue entonces cuando todo comenzó.

En sus sueños, Alexandra se encontró de vuelta en el laberinto esta vez estaba iluminado por antorchas titilantes. Frente a ella estaba él. Su figura era imponente: su tono piel evocaba la tierra y el sol, con una calidez natural y profundamente mediterránea, su musculatura bien definida y movimientos cargados de una fuerza contenida. Su rostro tenía facciones talladas con precisión, como una escultura de un dios griego. Unas cejas marcadas y una mandíbula firme se suavizaban con el destello dorado de sus ojos, los cuales no se apartaban de ella. La tela que cubría su cintura apenas distraía de los brazaletes dorados que adornaban sus muñecas y de la argolla que colgaba de su nariz. Había algo profundamente ancestral en su presencia, algo que la estremecía y la atraía a la vez.

—Ανθός (Anfisa) —pronunció con una voz grave y resonante, como un eco que llenaba el espacio.

Alexandra sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo. Aquel nombre, que había oído por Andara ahora le resultaba dolorosamente familiar.

—¿Quién eres? —preguntó, su voz temblando entre curiosidad y temor.

El hombre sonrió apenas, y su expresión fue un equilibrio perfecto entre melancolía y adoración.

—Soy quien fue condenado por el rey Minos a permanecer en este lugar por el resto de mi existencia. Durante años, él buscó demostrar su poder sobre el reino, y una de las formas de quebrar la voluntad de su gente fue a través de las ofrendas que llegaban a mi puerta: sacrificios que alimentaban mi condena. Hasta que un día llegaste tú.

Alexandra dio un paso atrás, como si intentara huir de una verdad que comenzaba a formarse en su mente.

—¿Qué quieres decir?

—El instante en que percibí tu olor —continuó él—, supe que eras diferente. Dejé que vivieras, aun cuando la bestia en mí exigía lo contrario.

Sus palabras la dejaban sin aliento. Alexandra no podía entender del todo el significado de aquello, pero algo profundo dentro de ella reaccionaba, como si despertara de un largo letargo.

—¿Yo te correspondí? —preguntó, su voz apenas un susurro.

El hombre desvió la mirada por un momento, como si aquella pregunta cargara siglos de recuerdos.

—Al principio, no —admitió—. Me temías, como todos los que llegaron antes que tú. Pero con el tiempo, te diste cuenta de que no era un monstruo para ti. Te diste cuenta de que éramos… especiales.

—¿Por qué me llamas Anfisa? —insistió Alexandra, cada vez más inquieta.

—Porque ese era tu nombre —respondió él con una ternura que contrastaba con su porte imponente—. Anfisa significa “flor”. Así te conocí, y así siempre te recordaré.

La voz del hombre era imponente, pero al mismo tiempo tenía un matiz extrañamente familiar, como una melodía olvidada que volvía a ella. Alexandra no podía apartar la mirada de él, de su presencia que parecía ocupar todo el espacio, y de ese magnetismo inexplicable que la anclaba.

—Nos volveremos a ver —dijo él, su voz profunda e imponente, cargada de una certeza que heló a Alexandra hasta lo más profundo de su ser.

Alexandra despertó de golpe, con el corazón latiendo desbocado. Las primeras luces del amanecer se filtraban por las cortinas, pero la sensación de aquel encuentro en sus sueños persistía, tan real como el aire que respiraba. Se llevó una mano al rostro y cerró los ojos, intentando calmarse, pero el nombre “Anfisa” seguía resonando en su mente.

Y entonces supo que aquello era solo el principio.




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