El amanecer en Santorini iluminó la habitación de Alexandra con un resplandor dorado. Se despertó de golpe, con el corazón latiéndole en el pecho como si hubiera corrido un maratón. Recordaba perfectamente el sueño: el Minotauro, su voz grave pronunciando su nombre, Anfisa, y el peculiar brillo de sus ojos al confesar que le había perdonado la vida porque se había enamorado de ella.
Se sentó en la cama, intentando procesar lo vivido. Algo en su interior le decía que no era un simple sueño, pero su mente lógica descartaba la idea.
—Dioses... el Minotauro... almas gemelas. Estoy perdiendo la cabeza —murmuró mientras se pasaba las manos por el rostro. Sin embargo, una sensación cálida y familiar permanecía en su pecho, como si estuviera conectada a algo mucho más grande de lo que podía comprender.
Esa noche, el Vitali Resort ofreció una fiesta de despedida para agasajar a sus huéspedes. Alexandra, Amanda, Jimena y los demás turistas asistieron. El lugar estaba decorado con luces, música en vivo, comida y bebidas. El ambiente era tan acogedor que todos coincidieron en que recomendarían el hotel a amigos y familiares.
La música se mezclaba con las risas, y el murmullo de las olas cercanas hacía de la terraza un lugar de ensueño. Amanda, con una copa en la mano, se acercó a Alexandra y la observó detenidamente.
—¿Estás bien? Has estado distraída toda la noche.
Alexandra forzó una sonrisa.
—Sí, solo estoy cansada.
Jimena intervino, llevándose un mechón de cabello tras la oreja.
—Vamos, Alex, algo te pasa. Has estado como en otro mundo desde esta mañana.
Alexandra, tratando de no exponer lo que le estaba pasando, contestó:
—Voy a ir a servirme una copa de champán para celebrar este viaje con ustedes.
Sus amigas asintieron, aliviadas al notar que Alexandra parecía haber recuperado su semblante habitual. Su actuación fue convincente.
Entre la multitud apareció Andara con su habitual aura de sabiduría y misterio. Ella se detuvo junto a Alexandra y le dedicó una mirada intensa.
—A veces, los sueños son el eco de lo que el alma ya sabe, aunque la mente no lo comprenda.
Alexandra sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que esa mujer no era simplemente una simple mortal, aunque jamás reveló su verdadera identidad. Antes de que pudiera formular una respuesta, Andara sonrió con sutileza y se alejó, dejando a joven sumida en sus pensamientos.
Más tarde, cuando la fiesta terminó, Alexandra se despidió de sus amigas y regresó a su habitación. Cerró la puerta tras de sí y apoyó la frente contra la madera.
—Si realmente existen... dioses, les pido que me dejen verlo y entender mi vínculo con él. Porque lo que me dijo en el sueño, no recuerdo haberlo vivido... —susurró al vacío y luego, en un tono más bajo dijo—Estoy loca. ¿Por qué estoy haciendo esto?
Se dejó caer en la cama, el cansancio finalmente la venció. En el instante en que cerró los ojos, el familiar aroma a piedra y humedad del laberinto la envolvió. Esta vez, no había miedo, solo una extraña sensación de pertenencia.
El laberinto se desplegaba ante ella como si lo conociera de toda la vida. Sus pies se movían con seguridad entre los pasillos, hasta que llegó al centro: un templo majestuoso de mármol. Las columnas estaban decoradas con figuras de dioses que no lograba identificar del todo, aunque Poseidón se destacaba entre ellos.
El Minotauro estaba allí, esperándola, su figura imponente bañada por la luz de antorchas invisibles.
—Te estaba esperando, άνθος (Anfisa) —dijo con voz grave y melancólica.
Alexandra tragó saliva.
—Este lugar... es increíble. Pero ¿cómo puedes conocer todos sus rincones y no haber escapado nunca?
El Minotauro dejó escapar una risa amarga.
—Porque mi destino estaba marcado desde el principio. El rey Minos rompió su promesa, y Poseidón decidió castigarlo entregando a mi madre, su esposa, al toro de Creta. Yo fui el producto de ese castigo. Nunca tuve elección. Mi existencia nunca me permitiría ser libre.
Alexandra lo miró con tristeza.
—¿Y esperabas tu muerte?
—Al principio, sí. Pero todo cambió cuando te conocí. —El Minotauro bajó la mirada y, por un instante, Alexandra vio una vulnerabilidad que no esperaba en una criatura tan poderosa.
—¿Por qué me llamas Anfisa? —preguntó.
—Porque ese es tu verdadero nombre. Tú solo eras un sacrificio, sin embargo, no sé qué ocurrió, el destino nos unió. Pero sabía que nuestro amor no podía perdurar. Estabas destinada a ser una ofrenda, no mi alma gemela.
Alexandra sintió un nudo en la garganta.
—¿Entonces qué pasó?
El Minotauro suspiró profundamente.
El Minotauro suspiró profundamente. —Cuando Teseo entró al laberinto, sabía que debía enfrentarlo. Él no saldría con vida de ese lugar, porque yo lo superaba en fuerza. Sin embargo, antes de enfrentarlo, le propuse al dios del mar ofrecer nuestras vidas en sacrificio, con el propósito de que nos permitiera estar juntos en otra vida.
—Y así fue. Ambos nos enfrentamos a Teseo y tú caíste primero. Fue en ese momento que supe que todo valía la pena, porque volveríamos a encontrarnos.
Las palabras del Minotauro despertaron recuerdos olvidados en Alexandra. Entonces, como un relámpago, pronunció su verdadero nombre:
—Asterión...