El Lado Hermoso De La Bestia

|06|

Un vínculo prohibido bajo la mirada cruel de la luna

La habitación estaba envuelta en un silencio sepulcral, tan espeso que devoraba el aire. Zander no dejaba de caminar de un extremo a otro, su energía desbordante chocando contra las paredes, cual animal enjaulado. Fenric y Thyrius, en cambio, permanecían sentados, observándolo con rostros tensos, una mezcla de incredulidad y preocupación. La situación era inaudita y ninguno de nosotros sabía cómo reaccionar.

—¡Esto tiene que ser un error! —exclamó Zander al fin, con los puños crispados, como si intentara arrancar la verdad del aire—. ¡Ella no puede ser nuestra luna! ¡Es imposible!

—Zander, contrólate —replicó Thyrius, su voz serena aunque cargada de tensión.

—¿Controlarme? —rugió Zander, volviéndose hacia él con los ojos encendidos—. ¿Cómo pretendes que me calme? ¿Comprendes lo que esto significa? Fuimos humillados frente a los vampiros y, cuando regresemos a la manada, seremos el hazmerreír de todos. ¡Es una vergüenza para los lobos!

Fenric, siempre el más sensato de nosotros, se inclinó hacia adelante, cruzando las manos sobre sus rodillas. Su mirada se posó en mí, como si buscara respuestas en mi silencio.

—Por lo menos, su majestad tomó todo esto con cierta gracia —comentó Fenric—. Después de todo, todos vimos cómo Rhydian amenazó a la princesa Vesna.

—No la amenacé —intervine por primera vez desde el encuentro con la bruja—. Le advertí que me ocuparía de la bruja personalmente.

—Una bruja… —escupió Zander, como si la palabra misma le quemara la lengua—. ¡De entre todas las criaturas del reino, tenía que ser una bruja! Pensé que estaban extinguidas. Una híbrida habría sido menos humillante. Hasta una Fae habría sido más… aceptable.

—Quizás haya algo más detrás de esto —dijo Thyrius, su tono grave y reflexivo—. No debemos confiarnos. Las brujas siempre fueron criaturas caprichosas, impredecibles. Y esta en particular… tiene algo singularmente oscuro.

—¿También lo percibiste? —inquirió Zander, con un deje de desesperación—. Aquella figura parecía hecha de sombras y hueso, con la piel lívida; parecía enferma. Y su aura…

—Oscuridad pura —completó Thyrius—. Esa mujer emanaba tinieblas con cada paso que daba.

—Ni siquiera eso era lo peor —añadió Zander, arrugando la nariz—. ¡Huele a muerto!

Fenric dirigió una mirada a Zander, incitándolo a mirarme

—Zander… mide tus palabras.

Con una mirada, Fenric invitó a Zander a lanzarme una mirada. Y el gesto bastó para que los ojos de Zander se volvieran hacia mí.

Mi pecho se tensó, henchido por una furia contenida que me devoraba desde dentro. Jamás imaginé que tendría que sofocar mis impulsos para no aplastar la cabeza de quien era mi hermano y mejor amigo.

—¡Esto es una locura! —bramó Zander, mirándome con incredulidad ardiente—. ¡Tiene que haber un error, un engaño! ¡Ha de existir una forma de quebrar este vínculo! No aceptaré jamás que la luna haya escogido a una bruja como tu compañera.

Fenric intervino antes de que sus palabras encendieran aún más el incendio.

—Si hay algo que ni siquiera una bruja puede manipular, es el designio de la luna.

Zander bufó con desprecio, como lobo acorralado.

—¿Qué estás sugiriendo? —replicó, con un tono impregnado de desafío—. ¿Que esa criatura debe ser reconocida como nuestra luna? ¿Que nos postremos ante una maldita traidora?

—Solo digo… —respondió Fenric, sin elevar la voz—, que el comportamiento de Rhydian en este momento me recuerda mucho al tuyo, Thyrius, cuando encontraste a tu compañera.

Thyrius me miró con una expresión que mezclaba comprensión y curiosidad. Me aclaré la garganta antes de hablar.

—Aún alcanzo a comprender del todo lo que me ocurre —admití.

Thyrius asintió lentamente, como si entendiera algo que yo aún no lograba captar.

—Cuando hallé a Eira, fue como si algo me desgarrara por dentro —confesó, su tono cargado de una emoción que rara vez mostraba—. Una necesidad salvaje, incontrolable. Su aroma… me hacía querer dar la vida por ella, si con ello podía tenerla cerca.

Zander soltó una carcajada amarga.

—Con el hedor de esa bruja, cualquiera elegiría la muerte —murmuró con sarcasmo.

No respondí de inmediato. Mi silencio hizo que Zander girara hacia mí, esperando una reacción. Me aclaré la garganta nuevamente antes de hablar.

—Su aroma… no me resulta tan desagradable —confesé al fin.

Los tres intercambiaron miradas cargadas de sorpresa, y luego sus ojos se posaron en mí como si hubiera pronunciado una blasfemia.

—Eso, viniendo de ti, ya es demasiado —murmuró Fenric, dejando asomar una sonrisa apenas perceptible.

Yo no estaba dispuesto a aceptar lo “inevitable”. No, todavía no. Mi mente buscaba desesperadamente una salida, cualquier excusa que me permitiera negar lo que, en lo más profundo, ya sabía: que algo en mí la reclamaba. Que mi lobo rugía su nombre en la penumbra. Que cada vez que cerraba los ojos, veía sus ojos, negros como el abismo; su sonrisa helada; su piel pálida, bañada por la luna.




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