El Lado Hermoso De La Bestia

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El poder del lazo

He pasado tres lunas evitando el consejo, ignorando las miradas de la manada que ardían sobre mi espalda como brasas encendidas. Tiempo en el cual también había postergado juicios y evadido responsabilidades que ningún alfa digno habría dejado escapar.

No era propio de mí.

Siempre había enfrentado los desafíos con fiereza, aplastándolos con la autoridad que me correspondía. Pero esta vez, algo me contenía. No era miedo… era la sensación de estar caminando sobre una cuerda invisible, tendida entre el deber y el destino.

Cuanto más avanzaba, más me hundía en un pozo del que no sabía si podría escapar.

El vínculo con Nyra no era solo una condena personal: se estaba extendiendo como una sombra sobre toda la manada. Cada decisión que tomaba, cada palabra que pronunciaba, vibraba en ellos como un eco que no podían ignorar.

El lazo nos unía a todos, sin que lo comprendieran, sin que yo pudiera explicarlo. Y eso… me estaba consumiendo.

Antes de enfrentar al consejo, necesitaba respuestas. Respuestas que ni los textos sagrados ni el consejo de la manada podían darme. Solo una persona conocía los secretos que danzaban entre las runas y la sangre: una mujer que había visto nacer y morir más lunas que cualquiera de nosotros.

Al llegar a la casa de la anciana Isolde, me encontré con Ailís en la puerta. Sostenía una cesta de hierbas secas entre sus manos, y aunque su postura era serena, su mirada era un muro.

—No pierdas tu tiempo y regresa. Mi abuela no puede atenderte —dijo sin rodeos, sin inclinarse, sin la reverencia debida a un alfa supremo.

—Ella no podrá evitarme para siempre.

Ailís levantó la mirada por fin, sus ojos clavándose en los míos.

—No, no podrá hacerlo —replicó con una sonrisa amarga—. No cuando vienes a su casa irrumpiendo como el alfa supremo, como si el título te hiciese merecedor de respuestas.

Sus palabras eran un recordatorio de que seguía dolida por mis palabras. No era el momento de disculpas, pero el filo en su mirada me hizo pensar que algún día tendría que hacerlo. Antes de que pudiera hacerla a un lado, la puerta se abrió y apareció la anciana. Su figura encorvada, envuelta en un manto gris que olía a salvia, y sus ojos, siempre tan quietos, me observaron con una mezcla de aceptación y advertencia.

No necesitó pronunciar palabra; con un solo gesto de su mano delgada, me indicó que entrara. Y así lo hice. Ya tendría tiempo para hablar con Ailís.

Isolde caminó lentamente hasta sentarse junto al fuego.

—¿Qué te ha hecho querer recibirme? —pregunté, rompiendo el silencio mientras me sentaba frente a ella.

—El hecho de que eres mi alfa —respondió con serenidad—. Y también dado que quiero que esta anciana tenga paz antes de que la luna me reclame.

—Si realmente querías paz, me habrías recibido hace tiempo —repliqué, incapaz de contener el filo de la impaciencia.

—La paz que buscas implica darte una respuesta definitiva, pero la respuesta que deseas escuchar… no la tengo.

Mis manos se cerraron en puños sobre mis rodillas.

No tenía tiempo para acertijos. Mi paciencia estaba agotándose, y la sombra del lazo se extendía cada día más sobre la manada.

—Necesito saber cómo romper el lazo —dije sin rodeos—. No importa el costo. Necesito una forma.

Ella guardó silencio. Solo el crujir del fuego rompía la quietud, como si las llamas esperaran su veredicto.

—Te lo he dicho. No tengo una respuesta definitiva.

—¿Entonces qué es lo que tienes para decirme? —exigí, inclinándome hacia ella.

Isolde suspiró profundamente antes de responder, como si las palabras que estaba a punto de decir cargaran un peso demasiado grande incluso para ella.

—Hay caminos —dijo—, pero ninguno es fácil… porque nadie rompe un lazo sin pagar un precio.

Mi respiración se tornó pesada.

—Estoy dispuesto a enfrentar cualquier consecuencia —afirmé.

—No lo digas con tanta ligereza. Las consecuencias no se enfrentan, se padecen.

—Primero déjame escuchar lo que tienes por decir y luego hablaremos de las consecuencias.

—Una opción implica el Desgarramiento del Alma —continuó ella—. Puedes forzar la ruptura con pura voluntad y poder, pero el costo es eterno. Una parte de tu alma quedará rota, vacía, llevándose consigo tu poder y tu esencia como alfa. La manada perdería fuerza y quedaría vulnerable. Nunca volverás a sentir nada como antes. Serías un líder sin fuego… un lobo sin luna. Y eso, Rhydian, te obligaría a ceder tu puesto a otro.

La anciana sonrió al ver la tensión que se dibujaba en mis hombros. No era una sonrisa amable, sino la de quien observa a un condenado intentando negociar con su verdugo.




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