El Lado Hermoso De La Bestia

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La fuerza de un colmillo y una daga

Parte I

Kaela dejó escapar un jadeo irregular, con la mirada fija en el lobo que yacía en el suelo, retorciéndose mientras luchaba por ponerse en pie.

Mantuve el rostro impasible, una máscara de fría indiferencia, aunque el aire había cambiado. Se había vuelto espeso, cargado, como si el bosque entero contuviera el aliento, aguardando el instante exacto en que todo estallara.

—¡Por la luna! —exclamó Kaela.

Por primera vez desde que la conocía, algo distinto cruzó su mirada. No era miedo; era alarma. Una chispa de puro instinto de supervivencia.

Kaela avanzó hacia el lobo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, un crujido resonó a nuestras espaldas. Tres figuras emergieron de entre las sombras de los árboles, silenciosas y letales. Eran hadas grises: pequeñas, sí, pero con rostros afilados como cuchillas y sonrisas torcidas que prometían dolor. Sus ojos, sin el brillo etéreo de las hadas del reino, ardían con una malicia cruda, la clase de malicia que solo nace del odio puro.

Kaela no esperó una invitación. Con una elegancia letal, desenfundó dos dagas de los costados de su ajustado pantalón de cuero.

—Mantente alerta —siseó; su voz era una advertencia afilada.

Yo me limité a cruzar los brazos, observándola con una mezcla de tedio y diversión.

—¿No crees que estás exagerando? —comenté, señalando las dagas con desdén—. Pareces preparada para derrocar un trono, no para enfrentarte a tres alimañas con hedor a sepulcro.

Kaela tensó la mandíbula, sus labios apretados en una línea de furia contenida.

—Son hadas grises… sin alas —dijo, como si eso lo explicara todo—. No son cualquier cosa.

Alcé una ceja, poco impresionada.

—¿Y qué importa? —dejé escapar una risa seca, cargada de esa altanería que solo una bruja que ha sobrevivido al repudio puede poseer—. Con alas o sin ellas, no son más que ratas con complejo de realeza. Criaturas que se alimentan de sobras y…

No terminé la frase.

El aire siseó, cortado por una velocidad brutal que no esperé de un hada gris. El impacto en mi pecho fue como el golpe de un mazo de guerra. Salí despedida; el mundo se convirtió en un torbellino de ramas y sombras hasta que mi espalda colisionó contra el tronco rugoso de un roble. El crujido de la madera contra mis huesos fue lo último que escuché antes de que el oxígeno abandonara mis pulmones, y por un instante, todo se volvió negro.

—¡Nyra!

Logré escuchar claramente el grito de Kaela, aunque no pude ignorar el rastro de burla sofocada que vibraba en su voz.

Me puse de pie con una lentitud calculada, ignorando el fuego que recorría mi columna. Cada movimiento dolía, pero no le concedí al dolor el honor de una mueca. Me sacudí el polvo del vestido con un gesto de soberano desprecio, como si solo hubiera tropezado en un charco de vino agrio en mitad de un banquete real.

—¿Qué demonios fue eso? —gruñí, sujetándome el costado.

Kaela me dedicó una sonrisa ladeada, cargada de una camaradería ácida que, por una vez, no me provocó ganas de maldecirla, porque mi atención estaba en otra criatura.

—Hay una diferencia importante entre las hadas grises con alas y las que carecen de ellas —dijo—. Las hadas sin alas fueron, en otro tiempo, la élite guerrera del reino. Y créeme… saben cómo pelear.

Hizo una breve pausa, sin apartar la mirada de las criaturas.

—En este reino, las hadas que no pueden volar aprenden a matar de forma cruel.

—Gracias por la lección, profesora —mascullé; mis ojos ya no se apartaban del hada que me había golpeado—. Muy esclarecedor.

La que parecía liderar la pequeña jauría dio un paso al frente. Su voz no fue un susurro, sino un sonido áspero, como metal oxidado arrastrándose sobre la piedra húmeda de una celda.

—Silencio. Hoy es un día glorioso para las Tierras Grises. Llevaremos tres trofeos al exilio: el corazón de un lobo, la piel de una hembra… y la cabeza de una bruja traidora.

Mi irritación se evaporó y se transformó en algo más peligroso: un gesto de desafío.

—Tendrás que esforzarte mucho para separar mi cabeza de mi cuerpo —respondí—. Y si lo logras… te aseguro que mi cabeza será lo último que desees cargar sobre tus hombros.

A mi lado, el lobo herido finalmente se alzó. No era una simple recuperación; era una resurrección de furia primitiva. Su pelaje oscuro, manchado de tierra y sangre, se erizó como una corona de espinas, y sus ojos —pozos de ámbar incandescente— brillaron con el odio acumulado de mil inviernos. Un gruñido vibró en lo profundo de su pecho, haciendo que el suelo bajo sus garras pareciera estremecerse.

Con un rugido que hizo vibrar mis propios huesos, el lobo se lanzó. Fue un borrón de colmillos y sombras, una fuerza de la naturaleza que embistió a una de las hadas antes de que esta pudiera siquiera parpadear.




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