
Entre la lealtad a la manada y el deseo prohibido

Permanecía apoyado contra la piedra fría de la pared, tensando cada músculo de mi cuerpo como si el simple acto de sostenerme en pie dependiera de no ceder al impulso primario de abalanzarme sobre ella. No la observaba como un alfa que supervisa a su súbdita, ni como el guerrero que lidera las fronteras del reino. La miraba como un lobo hambriento frente a la única presa que no podía —ni quería— degollar… porque cada fibra de su ser ya me pertenecía.
Nyra se sumergía en la bañera de madera con una calma que era pura provocación. El agua tibia ondulaba con cada uno de sus movimientos, acariciando su figura delgada, revelando apenas la pálida curva de sus hombros y la línea frágil de su clavícula. La luz de las velas danzaba en las paredes, proyectando sombras que se enroscaban en su piel nívea como dedos ansiosos.
Entonces, con una lentitud calculada —un dardo directo a mi dominio—, elevó una pierna fuera del agua. Las gotas resbalaron por la seda de su muslo, brillando como aceite bajo el influjo de la luna, hasta que su pie desnudo descansó sobre el borde de madera.
Mis ojos se clavaron en las marcas negras de su piel. Aquellas manchas oscuras que ningún agua podía limpiar eran el recordatorio constante de que ella era un misterio que escapaba a mi dominio. Era una bruja, un enigma tejido en sombras y, sin embargo, mi mirada era incapaz de romper el hechizo que me mantenía anclado a ella.
Mis pasos firmes crujieron sobre la madera, como si el mundo mismo me advirtiera que no debía acercarme. Pero ya era demasiado tarde para advertencias. Me detuve frente a la bañera, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba el agua, tan cerca que su olor me llenaba los pulmones como un veneno dulce.
Ella alzó la vista. Lenta. Intencionada. Una sonrisa juguetona, casi cruel, curvó sus labios, pero sus ojos… sus ojos ardían con desafío puro.
—¿Cuánto tiempo más pensabas quedarte ahí, acechándome como el depredador que espera el momento de hincar el colmillo? —su voz era una caricia de terciopelo y espinas.
Guardé silencio.
Mis palabras estaban atrapadas bajo la presión de un deseo que amenazaba con romper mis defensas. Porque lo que veía no era solo el esplendor de su cuerpo desnudo. Era la forma en que el agua la adoraba, deslizándose por la curva de sus senos y haciendo brillar la punta de su pecho bajo la luz de las velas. Era la forma en que su cabello azabache se pegaba a sus hombros como sombras vivientes.
Era la forma en que, incluso en su absoluta quietud, Nyra me retaba a perder el control y demostrarle quién era el verdadero dueño de su oscuridad.
—Habla. No tengo tiempo para tus juegos —dije; mi voz se alzó como un filo cortante.
Nyra soltó una risa breve, un sonido burlón que vibró en el aire húmedo. Sus manos se deslizaron con una lentitud tortuosa por la línea de su cuello; sus dedos rozaban su propia piel, trazando senderos invisibles con el único fin de reducir mi voluntad a cenizas.
—¿Y qué pretendes que confiese? —inquirió ella, con una indiferencia que apestaba a falsedad—. Si tus oídos están cerrados a mi verdad, ¿por qué habría de malgastar el aliento? Ve e interroga a tus leales lobos. Ellos estaban allí también, ¿no? Tal vez ellos tengan una versión que prefieras escuchar.
—Quiero escuchar la tuya —sentencié, con las mandíbulas tan apretadas que sentí el crujido en las sienes.
—¿Por qué? —replicó ella, ladeando la cabeza—. ¿Por qué depositarías tu fe en una bruja? ¿O es que… ya no me percibes solo como una enemiga? ¿Acaso empiezas a verme como la compañera que el destino te impuso, alguien digna de tu confianza?
Acorté la distancia con un paso depredador. Me incliné sobre el borde de la bañera y, con una rapidez que delataba la fragilidad de mi compostura, apresé su mentón entre mis dedos. No fue una caricia; fue un reclamo, una advertencia física.
—Si descubro que tus hilos están enredados en lo que sucedió esta tarde —susurré, tan cerca que mi aliento acarició sus labios—, te haré pagar el precio. Personalmente.
Nyra ni siquiera parpadeó. Con un movimiento seco y decidido, apartó mi mano como quien espanta a un insecto impertinente.
—¿Esa es la estima en la que me tienes? Qué decepcionante, mi alfa. Hace apenas unas horas parecías consumido por la angustia al verme caer… y ahora, vuelvo a ser tu principal sospechosa.
En el instante en que nuestras miradas colisionaron de nuevo, algo en mi pecho se fracturó. El lazo de pareja, esa conexión antigua y salvaje, estaba jugando conmigo, retorciéndose como una serpiente que ni el odio más profundo podía romper. Podía sentir el galope de su corazón resonando en mi propia sangre; cada una de sus respiraciones se entrelazaba con la mía en un baile asfixiante. Y lo peor de todo… cada deseo oscuro que ella ocultaba tras esa sonrisa falsa, yo lo experimentaba como un incendio propio.
Si permanecía un segundo más ahí, si inhalaba una vez más su olor, si permitía que mis ojos recorrieran de nuevo el rastro del agua por su piel… la devoraría allí mismo, sin importar las consecuencias.