El último recuerdo
Daniel Luna caminaba con alegría, la promesa de una velada maravillosa le llenaba los pulmones de aire puro que se quedaba en su interior más tiempo del necesario, ocasionándole suspiros que lo hacían sentir infantil y un tanto soñador.
No le molestaba en absoluto, siempre había sido del tipo soñador. Creía con vehemencia en aquella frase que dice que los sueños son el motor de la vida, porque lo son…
No tenía pasta y necesitaría pasta para hacer una cena digna de un reencuentro amoroso con la que se perfilaba como su posible gran amor. ¿Qué si se sentía ridículo?... bueno, un poco sí, pero no lo suficiente como para quitar la insufrible sonrisa de su rostro.
Ella quería hablar, lo que muy probablemente significaba que al fin estaba lista para llevar lo suyo a un nivel más formal. Habían pasado casi un año juntos, habían tenido sus altibajos, pero es lo normal en cualquier relación, así que, simplemente estaba sintiéndose pacíficamente alegre.
Cuando cruzó las puertas automáticas del pequeño super mercado, algo en el ambiente lo hizo sentir escalofríos. Tal vez desde ese momento debió dar la media vuelta y salir de ahí, se habría ahorrado un mal rato, se habría ayudado a seguir… con ella. Era un insulto pensarlo, un insulto para sí mismo y la vida que había pasado años planificando, construyendo.
Justo al doblar por uno de los pasillos de un vacío casi fantasmal, una mujer sonrió en su dirección, ojalá no hubiera sido cortés, ojalá no le hubiese devuelto la sonrisa, porque entonces ella se había acercado a conversar y sin saberlo había iniciado una cuenta regresiva para que una enorme y explosiva bomba estallase, la bomba era su vida, la bomba era la relación en la que llevaba meses, la bomba era ella… Layla.
Entonces aquella mujer sonreía y había preguntado donde trabajaba y Daniel había respondido, porque su madre le había enseñado desde niño que es de mala educación zafarse de una conversación.
—Oh, que casualidad... mi hija estudia en esa escuela, está en cuarto grado
Si, qué casualidad, había pensado antes de saber lo siguiente, él estaba sonriendo y de pronto…
—Lía Alexander —Daniel dejó de sonreír, porque había preguntado el nombre de la hija de la mujer y… ese no podía ser, absolutamente no…
Porque él conocía a la madre de Lía Alexander y, definitivamente no lucía como esa mujer, lucía como la mujer que él amaba, a la que le prepararía la cena, con la que iniciaría una vida formal, una vida….
—¿Cómo? —una sola palabra había salido, el tono de su voz hacía evidente su confusión, pero aquella mujer sonriente y de rasgos familiares no parecía notarlo.
—¿La conoces? —sonrió ampliamente y lo miró a los ojos.
Daniel se aclaró la garganta un par de veces, preparándose para poder hablar, porque, realmente, se sentía físicamente imposibilitado.
—Amm... sí, sí, Lía... Lía Alexander es mi alumna —se sentía paralizado, no podía entenderlo, no podía entender nada, si aquello era una clase de mala broma deseaba que alguien se lo dijera, como… de inmediato.
—Yo... Sé que Lía es distraída y que puede llegar a ser un desastre, pero menos mal su hermana mayor siempre la ayuda en todo
No la estaba escuchando, no con demasiada atención desde que escuchó la mención de aquella palabra, entonces la miró y preguntó:
—¿Lía tiene una hermana? —su voz tembló, lo escuchó en sus propios oídos y lo sintió en la garganta y en el esternón…
—Ah, por supuesto, de hecho, ambas vienen conmigo ahora mismo
Y entonces todo pasó tan rápido, la mujer le hablaba de su otra hija y Lía apareció de repente, mencionando aquel nombre; Layla… y de un segundo a otro, la bomba había explotado, arrasando con toda la estabilidad que pensaba tener, con todo lo que creía, pensaba y sentía…. La mujer hablaba, le presentaba a su otra hija, hija… la hermana de Lía, hermana….
¿Qué es esto?
¿Quién eres?
¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?
No podía pensar con claridad, porque ella estaba ahí, mirándolo con aquellos ojos verdes arrepentidos, sintió ganas de vomitar, ni siquiera podía mirarla, el peso de la traición le apuñalaba el corazón como una filosa daga, dejando a su paso una cicatriz irreversible.
No sabía nada en aquel momento, ni como había pasado, ni lo que tenía que hacer, no sabía lo que sentía por ella y si en cualquier caso lo que pensaba sentir era real, si todo era una mentira, si ella no era ella… estaba todo jodido, porque lo que menos sabía era porque estaba deseando no haberlo sabido.
Y de pronto todo lo que sentía era rencor, todo lo que quería era mirarla y hacerle saber lo defraudado que se estaba…
—Ya. Un placer conocerte Layla... —casi había escupido su nombre… casi —. Debo irme, hasta luego señora Alexander —emitió una sonrisa sintética y forzada, la miró.
Editado: 30.06.2021