Cuando todo terminó
Daniel Luna se encaminó a la salida de aquel apartamento que había sido su hogar durante el último año, sus ojos se sentían pesados y picaban, no había llorado, por supuesto que no, pero había estado muy cerca de hacerlo.
Se tenía que ir, tendría que dejarla, eso era algo que había sabido desde aquel día, desde que se enteró de la verdad, lo había sabido desde entonces y también lo había evitado. Había estirado el tiempo y la decisión tanto que comenzó a desgastarse, pero el día anterior se había encontrado con ella de la forma más inesperada y burda posible, la había visto con aquel uniforme de la pastelería y, algunas cosas habían tenido un poco de sentido, entonces vio aquello como una señal del universo, para que… le dijese todo lo que le tenía que decir.
No podía prometerle el mundo, porque ya ni siquiera estaba seguro con respecto a nada de sí mismo, no podía decirle que la odiaba y le guardaría rencor por siempre, porque nunca había amado tanto para actuar en favor de la felicidad unilateral de otra persona, justo como había hecho, dejándola libre, dejándole claro que debía dejar de sentir culpa porque ya la había perdonado, pero, quizá había algo que si cambiaría, porque aquel “tal vez” había salido de su boca sin autorización de su cerebro, no debía decir tal vez, debía decir que no, pero tampoco quería decir tal vez, quería decir si, si Layla en algunos años, espero que sí,
Pero estaba mal poner esperanza en algo que debía ser un final, estaba mal para ambos porque aquello había sido un poco como una promesa, como un iluso; “esperaré por ti”.
No podían hacerse algo como eso y sin embargo, lo habían hecho, solo deseaba tener la fuerza suficiente para olvidarlo o al menos la inteligencia que requería ignorar aquello que ya se había grabado con letras de hierro en el fondo de su mente.
Negó con la cabeza ante el recuerdo, mirando a ningún lado en particular.
¿Cómo demonios podía explicarle a su corazón que ya no podía amar a quien amaba?
¿Cómo le explicaba a su cerebro que la vida que había estado imaginando y deseando comenzar al lado de la mujer que llevaba conociendo un año ya ni siquiera era una posibilidad?
La única verdad era que había estado volando alto, tan alto que cuando había caído todo se había estrellado. Sus huesos contra el cemento, su piel contra la realidad, su corazón contra la soledad. Si, bueno, estaba jodido.
Todo estaba jodido.
Al menos podía permitirse pensar en ella imaginándola superar aquello con más facilidad, podía pensar en toda la vida, experiencias y años que Layla tendría por delante. No podía mentir, definitivamente tenía mil dudas acerca de ella, quizá podría haber preguntado para saciar su curiosidad, pero ya saben… la curiosidad mató al gato. Y al ser Daniel Luna lo suficientemente inteligente para saber cuál era su limite a soportar, pues, eso de conocer toda la verdad que Layla escondía era su límite.
Ella se había metido tan hondo en su piel, que creía que era capaz de hacerlo cambiar de opinión, aun cuando sus creencias eran otras, por esta razón, el preguntarle y conocer todo su panorama era un riesgo, porque quizá aquellos ojos verdes mirándolo con arrepentimiento serían suficientes para convencerse de olvidar todo lo que había pasado y aceptar intentarlo de nuevo…
Si ella no fuera tan joven… bueno, quizá ese ni siquiera era un problema… ¿o lo era? No sabía, ya no sabía nada, ya no tenía certeza de nada en su vida…
Exhaló una gran cantidad de aire que se sentía atorado en sus pulmones, definitivamente era triste dejar un lugar, llevaba varios años moviéndose de acá para allá, pero por algún motivo extraño, esa ocasión dolía un poco más, se había encariñado con la pequeña ciudad, había encontrado lindas sus edificaciones antiguas, le gustaba pensar en el parque cerca de aquella pastelería, pero, en medio de aquel apartamento vacío, se encontró con que lo que más le gustaba de aquella ciudad erra que la tenía a ella, caminando entre sus calles con aquella mirada profunda pasando de una persona a otra, paseando con aquel lento caminar y sonriendo en pocas ocasiones, ocasiones en las que todo se iluminaba…
Era absurdo, todo en aquella situación lo era. Le estaba costando más de la cuenta irse, no debía pensarlo dos veces, no era lógico que dudara, ya había tomado la decisión, ya se lo había dicho… Y entonces la última mirada que ella le dio, de pie en aquel lúgubre callejón, con los ojos verdes llenos de esperanza y lágrimas… No podía negar que, desde ese momento, cada una de sus células le había estado rogando por dar la vuelta y besarla una última vez, pero una última vez nunca sería suficiente si llegaba una… es absurdo enamorarse, amar te nubla la vida, te hace… tonto. No, definitivamente, estaba perdiendo el hilo…
Había llegado su momento de marcharse, salvar la poca fe en sí mismo que le había quedado, dejar atrás los pensamientos sobre si estaba bien o mal terminar aquello, porque en primer lugar no sabía cómo demonios podía dudar de su decisión, había sido la correcta, había sido la única decisión lógica que podía tomar.
Llevaba una semana esperando, la cosa es que ya no tenía nada que esperar, había dejado de ir a dar clases dos semanas antes de la última vez que la vio y ya habían pasado dos semanas más desde entonces… ya era tiempo, solo que… bueno, era difícil, volvemos a aquel circulo interminable de duda que ahora era su vida. Él no sabía a qué esperaba, quizá solo estaba aguantando unos días más, por si acaso a ella se le ocurría buscarle, o quizá había pasado tiempo demás guardando sus ropas en maletas nuevas, o quizá quería ver una vez más caer el sol tras los techos rústicos de los edificios vecinos, o quizá… bueno, si, estaba esperando a cambiar su propia decisión, a tener la valentía suficiente para perdonarla por completo, pero cada que lo pensaba, la idea de que algún en el futuro despertase con ella a su lado y la mirase con rencor, recordando de pronto la cruel manera en que le mintió mirando sus ojos…
Editado: 30.06.2021