El lado oscuro de la Luna

Capítulo 3

 

Un pequeño resplandor de esperanza

 

El calor en aquel lugar era abrazador, hacía sentir su cuerpo pegajoso y el aire pesado, lo caliente del vaso de café recién hecho en su mano ni siquiera le provocaba ganas de beberlo, bebidas calientes en clima caluroso no es una buena combinación, en definitiva, aquello no estaba siendo lo que le habían prometido. Al menos en su habitación había aire acondicionado, pero el resto del hotel parecía carecer de esto.

Miró el reloj en su muñeca, iba a tiempo, aun cuando le había tomado más que solo un poco de esfuerzo levantarse de su cómoda cama aquella mañana, decir que le gustaba aquel tipo de actividades colectivas para la capacitación de profesores en masa, bueno, sería una completa mentira, quizá unos años atrás aún podría disfrutar de las multitudes, pero después de aquellos extraños y oscuros meses en los que se revolcó en su soledad luego de dejar a aquella chica y la promesa de un amor inigualable… bueno, estar solo era su estado ideal ahora.

Miró hacia una pareja excesivamente amorosa en el lobby y soltó un soplido ambicioso y para nada modesto, llevaba casi tres años invicto… así lo decía siempre, se sentía estúpido después de decirlo, pero era su absurda manera de enfrentar el hecho de que no había vuelto a tener una relación formal luego de su más grande fracaso amoroso.

Estaba en un congreso para docentes de educación básica, no lo hacía feliz, había tenido que viajar casi tres horas en avión, no era el medio de transporte lo que le molestaba, eran aquellas personas alegres… en aquella ciudad calurosa, ni siquiera tenía playa… era irónico ¿cierto?

El director de su programa escolar lo había propuesto a él para aquel congreso: —Son como unas vacaciones disfrazadas de trabajo Luna —había dicho para convencerlo.

No quería vacaciones… trabajar lo ayudó bastante a olvidar todo lo que lo ponía mal, había pasado un año desde su compra de una escuela, invirtió sus ahorros en el inmueble, ahora el gobierno de la ciudad debía pagarle la renta del lugar, era bueno, era una manera inteligente de hacer dinero, además lo había hecho pensando en los años futuros, cuando ya fuese muy viejo para trabajar o en caso de que aun siendo joven quisiera un tiempo fuera… ya sabes, después de que pasa por primera vez, la segunda ya es costumbre.

Vio a las personas dirigirse a la sala de conferencias en aquel hotel, en ropas relajadas y con sonrisas emocionadas, si dejaba de lado que estaba dirigiéndose a aprender algo nuevo para la posterior aplicación en el trabajo… bueno, quizá sí que podían ser unas vacaciones… un tipo demasiado joven pasó por su lado con un entusiasmo casi repulsivo, quizá su mirada o su gesto condescendiente fue el que delató su desagrado hacia el buen humor… porque cuando una mujer caminando a su altura soltó una risa burlona supo que había sido evidente.

Ella lo miró, llevaba el cabello recogido y unas gafas negras en la cabeza, como esperando a ser usadas, le pareció ilógico, estarían en un lugar cerrado… al menos que no se dirigiese a las conferencias, pero, por la dirección que tomaban sus pasos, sí que se dirigía hacia allí.

—¿Estás de mal humor colega? —sus cejas perfectamente enarcadas se elevaron y él la miró desconfiado.

—¿Sabes que soy profesor o solo lo supones? —sus ojos fríos lo evaluaron de arriba abajo.

—Esa pegatina de flor en la esquina de tu maletín te delata —soltó muy decidida —, Además todos los que caminan siguiendo las flechas rojas lo son —señaló las imágenes en las paredes, apuntando hacia la sala de conferencias.

Daniel miró a su alrededor, todos llevaban un vaso con café y rostros afables del tipo que se usan con niños, bueno, quizá sí que era fácil reconocer a un profesor, luego miró hacia su maletín y la mencionada florecilla, pensó en la pequeña que lo había pegado ahí la semana pasada, le había pedido su autorización con una voz infantil y él había aceptado, solo porque el nombre de la niña le había recordado a alguien del pasado; Laira, la niña se llamaba Laira y había sido… había sido ridículo aceptar aquella florecilla rosa solo por eso, pero era la única verdad.

—Eres observadora —apuntó hacia ella.

—Así es —sus ojos oscuros le dieron una última mirada antes de adentrarse en la conferencia.

Daniel no sabía que le sorprendía más; si la cantidad de personas en aquel lugar, tomando sus lugares en las filas de asientos azules despegables o ver a la mujer que le había hablado en el camino subir al escenario y convertirse en una persona imponente y decidida hablando de liderazgo, su voz ni siquiera tenía una céntima de duda, sus ojos vagaban entre la multitud y entonces lo había mirado y una sonrisilla apenas perceptible se había colado en su rostro impávido, duró solo unos segundos, pero lo suficiente para que él la notase y se sintiese como… perdido.

No la había vuelto a ver aquel día, pero ella había llegado a su habitación en el hotel el día siguiente, con un semblante serio estaba esperando a que Daniel abriese la puerta.

—¿Me recuerdas? —había soltado de inmediato y él solo había podido asentir, ella parecía complacida con su confusión —Me llamo Marianne —ofreció la mano en su dirección y él la tomó, dando un ligero apretón cortés.

—Daniel Luna —se presentó.

—Lo sé




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