El lado oscuro de la Luna

Capítulo 4

 

Seré todo lo que necesitas 

 

Marianne Roque

Estiró los brazos apenas despertar, miró hacia el otro lado de la cama con languidez, sonrió al recordar que justo entonces se cumplía una semana del día en que Daniel le había pedido matrimonio, bueno, quizá había sido más un acuerdo tácito entre ambos, pero igual tenía una sortija en la mano y eso se sentía como una ganancia. Recordó como le había contado a sus amigas cercanas y a su madre que había conocido a su futuro esposo, todas se habían reído de ella cuando había anunciado: —Me casaré con él.

—¿Te lo ha pedido ya? ¡Pero si le conoces hace dos minutos! —había soltado su madre, la juzgaba con su aguda mirada y el semblante mortalmente serio, se sintió tonta; su madre siempre la hacía sentir de esa manera.

—Por supuesto que no, pero lo hará

Ellas se habían reído, con las copas de vino en las manos y sus sonrisas perfectamente blancas, todas en la mesa se habían reído. Y entonces ahora era real, ahora podría restregar en sus caras el anillo en su dedo.

Era verdad que aquella decisión no le dio toda la satisfacción que había pensado le daría, pero él era bueno, él siempre hacia lo que ella pedía y la dejaba acomodar sus partes rotas, sabía que había algo en su pasado, pero Daniel odiaba hablar del pasado, sus ojos se volvían aún más oscuros si le preguntaban de su anterior trabajo en una ciudad del sur, ella no pensaba mucho en eso, no le importaba realmente, no hasta ese día de cualquier manera.

La noche anterior había llegado a casa de Daniel sin avisar, él estaba sorprendido y ebrio; muy ebrio. Le pareció tan inusual, lo miró con desagrado y cuando él le ofreció ver una película ella supo que definitivamente tenía algo, algo muy extraño.

—Sabes que no veo películas —le había soltado Marianne con voz cortante.

Daniel olía a vodka barato y ella solo podía preguntarse si podría soportar por el resto de sus vidas ese tipo de momentos en los que él se alejaba en silencio de la realidad y visitaba lugares del pasado que nadie conocía.

Aun no vivían juntos, pasaban noches ocasionales en el apartamento del otro, pero… bueno, quizá en aquel momento el impacto de como serian sus próximos años en compañía de aquel hombre le pegó de lleno.

Al menos lucía lindo durmiendo. Su rostro se relajaba en una sincronía hermosa, su aire atormentado que atraía miradas de mujeres como miel a las abejas desaparecía, mientras Daniel dormía después de su borrachera a solas y con las largas pestañas descansando plácidamente sobre la piel de sus mejillas, Marianne se dijo que sin lugar a dudas era la mejor decisión. Nunca había conocido a un hombre que se dejase llevar y se adaptase a ella tan bien como Daniel lo había hecho.

Debía mantenerse feliz, porque se iban a casar, porque le habían ofrecido el mejor puesto de su vida en una ciudad grande y bonita y además porque Daniel había comprado un segundo inmueble para rentarlo como escuela, también debía sentirse sumamente feliz porque le había pedido matrimonio tal y como ella había pensado que haría desde el primer día que se cruzó con aquella mirada perdida.

Marianne dio una vuelta en la cama, intentando encontrar una postura cómoda para volver a dormir, su mirada perezosa se cruzó con aquellas hojas en la esquina de la habitación, reconoció la caligrafía alineada de Daniel al instante, su ceño se frunció inconscientemente, caminó hasta ahí y observó más de cerca. La curiosidad haciendo mella en su interior cuando sus ojos alcanzaron a vislumbrar aquel nombre de mujer: Layla.

Fue inevitable no preguntarse qué era lo que aquellas hojas arrumbadas en el cesto de basura tenían, si él se había tomado el tiempo de escribirlo a mano, si después había ido a parar a aquel lugar como destino… bueno, debían ser importantes, quizá tenían relación con su estado de la noche anterior… su mente imparable ya estaba maquinando una serie interminable de posibles escenarios. Las tomó entre sus manos incluso antes de tratar de convencerse de no leerlas. Y dudó por unos segundos en hacerlo, entonces sus ojos ya estaban en la primera línea y su respiración se atascó en su garganta.

Se aseguró de no hacer ruido cuando se sentó en la silla del escritorio de Daniel, justo frente a su cama, preparada para soltar las hojas si él abría los ojos, indispuesta a quedar como una entrometida desconfiada, pero sin poder evitar saciar su necesidad por saber qué era aquello.

 

 

Layla:

Aun pienso en tu nombre, aun lo saboreo entre la lengua y el paladar, a veces aun lo susurro de forma inconsciente cuando pienso en ti… Layla Alexander.

Estaba pensando en ti, es evidente por estas palabras. Aunque ya no lo hago tan a menudo, pero de cualquier manera lo hago más de lo que me gustaría de hecho, creo que tal vez nunca podré olvidarte. Es bueno, supongo, fuimos parte de nuestras vidas y… ya sabes, fue algo significativo lo que vivimos, al menos hasta el momento en que todo… se acabó. La verdad es que llegué a desear no haberlo sabido, puedes imaginar lo mucho que te amé con solo esto ¿no?... con solo saber que desee no enterarme de algo que me abría los ojos, deseé no haber ido ese día a hacer la compra, deseé no detenerme a hablar con tu madre, también pensé en como habría sido si no me hubiese enterado de esa manera. Ahora da igual, ya nada se puede cambiar.




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