Gracias al cielo que los pensamientos no se escriben solos
Sus manos fueron instintivamente a cubrir sus ojos de la luz cegadora que se colaba por las persianas abiertas de la habitación. Solía amar la luz de la mañana, pero en aquel instante eso era todo lo que estaba mal en la vida. Un agudo dolor comenzó a surgir en su sien derecha y recorrió todo su cráneo, sentía la garganta seca y los ojos pesados.
Cuando sus ojos pardos se acostumbraron a la luminosidad; entrecerrados para que fuese más fácil adaptarlos, un vaso de agua se cruzó en su campo visual, era como el brebaje idílico en medio de un desierto imaginario, luego siguió con la mirada el camino de la mano que lo sostenía, avanzando hasta el brazo, el hombro, el cuello y el rostro… sonrió un poco. Marianne lo miraba de pie al lado de la cama con ojos evaluadores y un poco siniestros verdaderamente, Daniel se incorporó a medias y tomo el vaso, bebiendo todo su contenido que a duras penas hizo algo de efecto en su resaca.
No recordaba casi nada de la noche anterior y no sabía a ciencia cierta en qué momento, como y porque estaba ahí Marianne. Recordaba los motivos que lo habían llevado hasta la tienda de conveniencia a comprar aquella botella demasiado barata para ser confiable pero muy conveniente para ayudarle a olvidar sus oscuros y agotadores pensamientos sobre el rumbo de su vida y el pasado.
—¿Te sientes mejor? —preguntó ella después de entregarle la aspirina y observarlo tragar la pastilla con el poco líquido que quedaba en el vaso.
Daniel asintió, aunque en realidad seguía igual, las pastillas no hacen efecto inmediato, claro está, pero estaba demás mencionarlo en el tono sarcástico que había acudido a su mente deteriorada, porque ella parecía estarlo cuidando y el mal humor con el que había despertado no era su culpa…
—¿Cuándo llegaste? —ella lo miró de hito en hito, tratando de averiguar qué tanto había hecho el día anterior si no recordaba la parte en la que ella se había presentado en su puerta.
—Anoche —soltó, él asintió, como si de pronto recordase. No lo había hecho.
—Te prepararé el desayuno y debo ir a mi casa… tal vez vuelva en la tarde a ver como sigues —el tono ligeramente reprobatorio no pasó desapercibido.
Daniel sabia con certeza que ella jamás lo había visto ebrio, no bebía, no seguido y no en cantidades descomunales como lo había hecho, pero es que el día anterior todos sus pensamientos y recuerdos se habían vuelto tan pesados en su cabeza que necesitaba un escape; el alcohol lo era, al menos momentáneo.
Asintió, su mirada se centró en el destello que irradiaba el anillo en la mano de Marianne y entonces recordó que ese artefacto costoso, pretensioso y ostentoso había sido parte del problema; estaba comenzando su vida, esta vez en serio, ella no dudaba y él solía no dudar, pero aquella maldita sortija con una esmeralda pequeña rodeada de diamantes le había hecho recordar unos ojos jóvenes que… bueno, le destrozaban los nervios, le hacían pensar en dudas y quizá no lo había sabido manejar en su tiempo porque… aun le causaban tanto.
Decir que el día anterior había estado desconcertado era ser amable, porque estaba totalmente fuera de su mente.
Asintió hacia Marianne; si, está bien, soportaré tus juicios sobre mi manera de afrontar los nervios y comeré el desayuno que hagas… Se dejó caer contra su mullida almohada, pasando sus manos por su rostro, como si aquello ayudase a borrar los rastros de desesperación.
De pronto sus ojos se cruzaron con el bolígrafo en el escritorio, un ligero y vago recuerdo inundó su mente; observó sus propias manos escribir aquel nombre y recordó sus propios pensamientos mientras lo hacía; palabras y oraciones inconclusas y patéticas que buscaban ser lo suficientemente claras para ser entendidas, cubrió sus ojos con exasperación, la realidad de lo que había pasado la tarde haciendo le llenó el cuerpo de nerviosismo, porque de todo lo que habría podido hacer estando ebrio aquello era lo peor en la lista; una carta a su ex.
Había pasado su episodio de dudas pre-boda escribiendo una carta de despecho/despedida para la chica que le había mentido sobre su identidad, la chica que lo había hecho dudar, la chica que se había metido bajo su piel tan profundamente que aun después de tantos años y frente a la mujer con la que comenzaría una vida de verdad… le venía a la mente.
¿Podía ser aquello una especie de karma? Porque ella ni siquiera se había esforzado demasiado en volverse tan importante para él y lo era… o lo había sido, hasta el día anterior, de cualquier manera. Si aquello había sido el último adiós, podía soportarlo.
Había pasado antes; aquello de recordarla de repente luego de acontecimientos muy importantes o por el contrario simples y mundanos, la primera vez lo había aceptado sin mucha resistencia, luego de haber estado con la primera mujer después de que lo suyo había terminado, se dijo que era normal porque… bueno, lo es un poco, pero unos meses después volvió a pasar y ya llevaba cuatro años en lo mismo… Pero aquel día anterior, con aquella carta de letra descuidada, bueno, se sentía como la última, amaba a Marianne, de verdad lo hacía y estaba listo para comenzar una vida a su lado… estaba convencido de ella y de todo lo que tenía que ver con ella, así que… no podía reprenderse por aquel adiós, porque era el definitivo, era el momento en que Layla dejaría de aparecer y rondar por sus pensamientos y su vida como un fantasma cansón que le recordaba que aquello que alguna vez quiso nunca sería posible.
Editado: 30.06.2021