La belleza en la osuridad
Sintió los ojos pesados, jamás lo había hablado con nadie, es decir, la situación que tuvo con Layla… se había tragado solo su dolor y decepción, porque ¿Cómo podría contarlo sin sentirse idiota?
Está demás decir que seguramente aquello era la causa de que sus dolores acerca del tema parecieran una herida aun abierta, porque, de hecho, lo era. Layla no era solo una cicatriz con iniciales grabadas, Layla era una herida que quizá nunca sanó.
No ella o lo que hizo, porque, aunque aún le podía un poco el hecho de pensar en ella mintiéndole, lo había superado, había perdonado aquello. Mas bien era el hecho de haber encontrado a la persona perfecta en la vida incorrecta… porque justo así se había sentido dejarla ir.
Estaba tan jodido…
¿Para qué has vuelto? ¿Por qué no dejas de colarte en mis huesos?...
Tomó un encendedor de la pequeña cocina en la habitación y lo puso directamente en contacto con la vieja instantánea, de pronto la posibilidad de que aquellos sentimientos se debieran a seguir guardando objetos del pasado se hizo una posibilidad.
La llama abrazó el material al instante, volviendo negra una esquina y entonces, Daniel lanzó un soplido, apagando el pequeñísimo incendio.
Lanzó el encendedor a una esquina de la habitación y trató de limpiar con los dedos la mancha negra que había dejado, no podía deshacerse de aquello, no podía quemar el único recuerdo que lo había mantenido viviendo por tantos años.
En su mente, comenzaron a arremolinarse una serie interminable de pensamientos y recuerdos, recuerdos sobre una época oscura y fría, posterior a su huida, posterior al final de lo que había tenido con Layla, se había sentido tan solo, tan decepcionado, tan… vacío.
Había perdido el hilo de su vida, la dirección y sus motivaciones, se había perdido a sí mismo y quizá desde entonces penaba por la vida buscándose… más tarde llegaría a la conclusión de que ella se había llevado sin querer buena parte de él y en ese momento la vida los volvía a cruzar para el ajuste de cuentas… ella le devolvería aquello que le había arrebatado con una simple sonrisa y un aleteo de pestañas sobre sus ojos verdes; la esperanza.
En aquel momento aun no sabía esto, solo sabía que estaba entrando en un lugar oscuro al que no extrañaba ir, pero del que nunca había salido realmente por completo. Su corazón taquicárdico le dio la pista de que tenía que dejarlo ir, pero por algún motivo solo se sostuvo con más fuerza del recuerdo…
Varios años atrás, cumplía treinta y un años; joven, exitoso, aventurero, era todo eso… un año atrás lo era, pero en aquel instante no lo era más, era solo el vestigio de lo que solía ser, se puso de pie y realmente pensó en abrir las persianas y dejar entrar la luz al cuarto… no pudo, su mano se detuvo a medio camino y su mirada se concentró en la mancha oscura que los cigarrillos dejaban en las yemas de sus dedos, se talló los ojos, debería estar celebrando, debería haber hecho algunos amigos en la nueva ciudad, excepto que ya no era fácil, ya nada de lo que antes era normal lo parecía.
Tenía apenas seis meses viviendo ahí y solo se dedicaba a ir y venir entre su nueva escuela, en la que evitaba todo contacto humano, estaba mal, lo sabía, pero, quizá, solo quizá… sentirse mal comenzaba a sentirse bien, ¿entienden?... justo esa sensación de grandeza cuando estás en medio de una crisis existencial y el dolor hace presión en tu pecho, sabes que estas mal y que puedes hacerlo durar tanto como quieras…
Ese fue su problema… Daniel siempre encontraba lo bonito, amaba la belleza como había amado a Layla, quizá el problema era que cuando las cosas se ponían feas no sabía del todo como actuar y… se ocupaba fingiendo que todo seguía bonito, simplemente había encontrado la belleza de la oscuridad y de esa forma ninguna tristeza es completamente mala…
Se llevó un cigarrillo a la boca, sosteniéndolo con los labios, cuando dio la primera calada tuvo por fin la fuerza para abrir las persianas, se quedó paralizado; era de noche, había pasado su trigésimo segundo cumpleaños dentro de una habitación oscura, aun cuando ese día despertó con el deseo de hacer algo más, no lo había hecho, justo en ese instante se dio cuenta del poder de la tristeza mezclada con soledad; te envuelven, te hacen creer que las necesitas y que son tus únicas compañeras y quizá sí, quizá lo son, pero lo serán hasta que lo permitas.
Concentró su mirada oscura en el cielo nocturno, algo en su interior le dijo que ya era momento de salir de ahí, y no se refería al cuarto, si no a su propio interior; era el momento de dejar de ensimismarse. Decir que su revelación lo hizo cambiar y ser el de antes después de ese día, era una mentira, jamás volvió a ser “el de antes”.
Pensó en ella, en Layla y sus destructivos ojos verdes entrando en sus pensamientos, quizá si volvía y daba un vistazo… si volvía a aquella ciudad y trataba de buscarla… lo pensaba constantemente, habían pasado apenas seis meses desde la última vez que la vio en aquel callejón, en aquella insulsa despedida, lamentaba que eso fuese lo único que habían tenido, porque quizá merecían más, pero, quizá, merecían menos. De cualquier forma, ya no podía cambiar nada de eso.
Habían sido los peores seis meses de su vida, todo su mundo se había volcado sobre los pasos de una jovencita misteriosa de la que probablemente la mitad de lo que sabía era mentira. Toda su vida había sido tan tranquila hasta dos años atrás, todo había sido normal y él había sido feliz y normal, hasta que la conoció y entonces fue extremadamente feliz y luego nada volvió a ser normal.
Editado: 30.06.2021