El lado oscuro de la Luna

Capítulo 14

 

Desear lo que está mal a veces se siente bien

 

Había terminado aquel encuentro con un extraño sabor de boca. Acababa de bajar del coche de Layla y la observó alejarse con prisa, de pronto le fue un poco familiar aquel color rojo brillante y el sonido chirriante de sus neumáticos cuando ella arrancó a toda velocidad. Pero lo dejó pasar en vista de que mil cosas más rondaban su mente.

Como el hecho de que, contrario a sus deseos ella había parecido tener una vida dura y horrible en los años más posteriores a su separación, agregándole el hecho de que aquella conversación había parecido durar unos cuantos segundos, en verdad se sentía como una vieja amistad de la que no había sabido en un largo tiempo, exceptuando el hecho de que, si se permitía ir demasiado lejos, sus pensamientos iban a sus labios y preguntarse si se sentiría lo mismo que hace años rozarlos…

Era un poco turbio, o quizá un demasiado…

No sabía realmente porque le había pedido que saliesen una segunda vez, pero últimamente no sabía mucho, así que esperaba conseguir un poco de la paz que sentía al estar con ella, quizá era demasiado codicioso al desear tener algo que probablemente no merecía, pero era lo suficientemente egoísta para desearlo de todas maneras.

Y es que desear lo que está mal a veces se siente bien. Su amistad no podría ser algo malo, no cuando de alguna manera, saber lo que el otro había estado haciendo durante tantos años lejos y después de la historia que habían compartido, se sentía un poco aliviador. Se sentía como algo que se debían, que la vida les debía.

No estaba seguro de si ella lo sentía de la misma manera, pero en definitiva parecía relajada hablándole de su vida, de sus nuevas metas, de aquel novio suyo… en fin, se sentía como algo correcto por hacer. Aun cuando aquellas suaves insinuaciones no buscadas o recuerdos del pasado se colaban entre ambos… era confuso, pero era menos confuso de lo que había estado siendo su vida y, bueno, aquello ya era un enorme avance.

Así que ahora eran amigos, él había insistido y ella no había tardado mucho en aceptar, si se estaban haciendo daño, no lo sabía, solo sabía que aquello se sentía mejor que ignorarse y fingir que el otro no existía.

Aquel fin de semana se encontró a si mismo deseoso de ver a su madre, quizá es un poco extraño que un hombre de su edad tenga una relación tan cercana a su madre, pero quizá es lo más normal ya que era la única familia directa que le quedaba, no tenía hermanos así que le había tocado crecer solo, su padre había muerto muchos años atrás. Y ante el vuelco que su vida acababa de dar; él divorciándose y siendo amigo de una ex, bueno, sonaba como que necesitaba un poco de aire fresco, así que hizo lo único que se sentía correcto en aquel momento; ir a casa.

En cuanto cruzó la cerca de madera, su madre corrió a abrazarle y Daniel sintió un poco de la paz que había estado necesitando. Le habló a su madre de como su vida estaba dándole bofetadas de realidad y como algunas de ellas no dolían como él creería.

Finalmente, había vuelto a la ciudad en autobús, lleno de consejos y palabras de aliento, dándose cuenta de que no todo iba bien, pero podría ser peor.

Había dejado su coche en la casa que compartía con Marianne y en aquel punto, su entretejido sistema de experiencias y dolores le había hecho evitar ir por sus cosas, porque, si iba y sacaba todo lo que quedaba en la vida que habían construido juntos, entonces aquel sería un irremediable e irreversible final y los finales lastiman y cortan… Daniel no se sentía listo para una herida más. Aunque quizá, si desde entonces hubiese sido lo suficientemente valiente, se habría dado cuenta que solo postergaba lo inevitable en un intento por huir de sus verdaderos sentimientos, que desde entonces comenzaban a presentarse en forma de negación y amables encuentros con una vieja “amiga”.

 




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