El lado oscuro de la Luna

Capítulo 21

 

Segundas oportunidades

 

Tomó el móvil, el nombre de contacto iluminando su pantalla lo hizo mirar dos veces, asegurándose de que aquello era real.

—¿Sí? —soltó como quien no quiere la cosa.

Advirtiendo el deje de duda en la voz de la mujer cuando ella respondió:

—Dan… solo, quería escuchar tu voz, ha pasado una eternidad —el rostro del hombre su contrajo con sorpresa, de todas las posibles cosas que pensó que ella diría, aquella era la más inesperada.

—¿Te has equivocado de número? —cuestionó, incapaz de creer que aquello fuese real.

—No… —la escuchó reír al otro lado y arrugó el entrecejo en respuesta.

Apenas estaba amaneciendo y su primer pensamiento al abrir los ojos fue que sólo estaba dispuesto a responder el móvil a esas horas si se trataba de una persona en especial y definitivamente, no era quien hablaba… no era Layla.

—Ya…

—Sé que esto puede parecer extraño, pero… he estado pensando que deberíamos tener una tregua, deberíamos salir un día de estos y conversar…

—¿Conversar? ¿De qué me estas hablando?

—Daniel… aún estamos casados y…

—Si no mal recuerdo ya no querías que lo estuviéramos

—Pero tu si y lo he pensado mejor…

—Pues mira que yo también lo he pensado mejor he… —el bufido de Marianne fue audible, la imaginó pasando la mano por su cabello peinado tratando de alisar lo que ya era demasiado liso.

—¿Es por esa mujer? —su voz sonó herida, como si en realidad le afectase.

Pero a esas alturas, Daniel sabía que aquello era poco probable, quizá había perdido la capacidad de sentir empatía, o quizá había abierto los ojos y ya sabía como se siente importarle a alguien, porque una mujer de ojos verdes había pasado meses demostrándoselo.

—Eso no es de tu incumbencia…

—Aún estamos casados —repitió aquello como si fuese la única cuerda que la sostenía de caer a un acantilado, quizá lo era, aquella unión legal era la cuerda y la realidad de que nunca fue amor real era el acantilado.

—Pues estate tranquila, que pronto ya no será así

—Daniel… podríamos ser tan felices, podríamos volver a intentarlo…

—No creo que eso sea posible… —soltó, aquello ya le había quedado muy claro, muchos días atrás.

—Podríamos tener la familia que siempre has querido… —Daniel sintió algo amargo subiendo por su garganta.

Había muchos grandes problemas con aquello, porque hasta ese momento no había pensado en aquella familia en la que había sido recibido y de la que de una manera misteriosa ya se sentía parte; Lía, Jerome y Layla, la extraña e inusual mejor familia, luego pensó en la ultima vez que su mente había viajado hacía el deseo de tener un hijo… justo al momento en que imaginó a ese bebé con unos ojos verdes que sólo le serían heredados de otra persona, que no era la que hablaba.

Aquello estaba mal en muchas maneras, la llamada, su mente soñadora, la sensación en su pecho, todo, todo se sentía terriblemente mal.

El hecho de que aquella propuesta fuese hecha por una insulsa llamada lo hacía aún peor.

—Lo que antes quería ha cambiado Marianne… creo que esto, esta llamada y esta absurda propuesta, no debería estar ocurriendo…

—Ella nunca será lo que necesitas —aquello le sonaba tétricamente familiar, pero aquello de que tenía una mala memoria era cada vez más confirmado.

Aun así, Marianne se equivocaba, porque “ella” no solo era lo que necesitaba, era más, Layla era todo.

—No sabes nada, no sabes nada de ella y nada de mi ahora, y no estamos juntos, antes de que pienses que es por eso que la defiendo, pero no puedes hablar de alguien que no está presente…

—¿Te estás escuchando? ¡Daniel, por favor!...

—No puedes convencerme de creer algo sobre alguien a quien conozco más que tú…. Esta conversación es demasiado innecesaria, así que… —estuvo a punto de colgar, pero escuchó sus siguientes palabras.

—Daniel… todos merecemos segundas oportunidades, nosotros tenemos toda una vida hecha, yo… te perdonaré si quieres regresar, simplemente… podemos seguir, piensa en ello —y ella colgó, su manía por ser la de la última palabra le parecía tan estresante ahora.

La verdad era que sus últimas palabras lo siguieron todo el resto del día, mientras iba a su trabajo, mientras comía un emparedado de pollo, antes de llegar a su práctica de boxeo, al saludar a su entrenador y al golpear el saco, mientras se daba una ducha y cuando se metía en la cama para comenzar de nuevo aquella rutina;

Todos merecemos segundas oportunidades…

Si aquello era verdad, si todos las merecemos, él la merecía también, él podía tener una segunda oportunidad, podía dejar de repetirse que no era suficiente y podía continuar trabajando en serlo.

Mágicas… las segundas oportunidades son mágicas…

Y mientras se quedaba dormido imaginando que una mujer reposaba a su lado con aquellos ojos verdes fijos en su alma, deseó una segunda oportunidad.




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