El lado oscuro de la Luna

Capítulo 23

 

La tortura de estar lejos queriendo estar cerca

 

Cada día se despertaba con el deseo de buscarla, cada día deseaba volver a estar frente a ella, respirar el mismo aire que ella y mirar sus ojos.

La había llamado y ni siquiera había escuchado su voz porque ella no había respondido nada a lo que él le dijo:

—Necesito resolver muchas cosas. No estoy listo, pero lo estaré...

Era todo lo que podía ofrecer, pero estaba luchando por poder ofrecer más, mucho más.

Y llevaba un mes en el intento cuando ir a visitar a Marianne fue una necesidad más que cualquier otra cosa, porque requería su firma en un papel para estar completamente libre.

Esperaba con toda el alma que ella entendiese que en esta ocasión no sería como hace años, no se retiraba para siempre, se retiraba para volver siendo lo que ella merecía.

Desde aquella llamada no había sabido nada de ella y como él no le había respondido nada a su propuesta, pensó que lo más prudente sería sólo aparecer, la camioneta de mudanzas que rentó debió ser el elefante en la sala, es decir, la causa de que ella saliera de casa con rostro sorprendido.

Daniel miró aquel porche de madera y sólo deseó sacar todo con la mayor rapidez posible.

—Hola… —soltó ella con una mueca forzada, saliendo y cerrando la puerta tras ella, como si aun pudiese ocultar que alguien más pasaba tiempo en aquel lugar.

Pero él ya lo sabía, lo había intuido unas semanas atrás, en el momento en que fue a aquel lugar en busca de una reafirmación de que era lo que no quería en su vida.

—He venido por mis cosas…

—Yo… debiste avisar —ella rehuyó de su mirada y se cruzó de brazos, en su postura defensiva a la que Daniel no tenía ánimos de combatir.

—Solo pasaré, si quieres puedo fingir sorpresa, pero igual lo sé… —la mirada atónita de Marianne pasó a ser una de odio puro.

—¿Ella te lo dijo? —Daniel entornó los ojos, no podía negar que aquello lo desestabilizo, se preguntó desde qué momento Layla sabía aquello y porqué no se lo había dicho…

—No… lamentablemente Layla ni siquiera lo mencionó —mencionó su nombre con firmeza, cansado de que Marianne la llamase “ella” con aquel tono condescendiente…

—¿Qué? —parecía realmente confundida, lo miró fijamente, desde su lugar en la puerta, como si aun tratase de prohibir su entrada.

—Layla no me dijo nada, seguramente pensó que no era de su incumbencia…

—Pensé…

—¿Cómo lo supo Layla? —la miró, aquella mujer ya ni tenía poder alguno sobre él y aquello se sentía liberador.

—Yo… ella, ella vino hace un tiempo, antes de renunciar al caso, vino y me dijo que lo haría… —Daniel caminó hasta ella, que ya no parecía más una barrera entre él y la que solía ser su casa.

Entró sin mirarla, todo seguía igual y eso parecía cada vez más incorrecto.

—He pasado muchos años sin pedirte nada Marianne, dejando que tomases las decisiones, pero, eso no pasará hoy, porque hoy vengo a pedirte que seas sincera y a decirte que necesito que firmes el divorcio, acepto esa tregua, pero quiero que sea una en la que nos deshacemos de este contrato que a ninguno nos hace feliz, si lo que quieres es tener mis bienes, te los cederé, si es que te hace feliz o te da alguna clase de sensación de justicia… —Marianne entornó los ojos oscuros en su dirección,

Daniel escuchó pasos tras él y cuando miró sobre su hombro, un chico demasiado joven arrastraba los pies, en camino a la salida, pareció tensarse ante su mirada, así que dejó de mirarlo.

—Yo… eh, me voy…. —Marianne parecía mas que avergonzada, pasó una mano por su frente mientras asentía en su dirección.

El joven salió, dejando a aquellas personas en un profundo e incómodo mutismo.

—¿Cuánto tiempo lleva eso? —le cuestionó con voz firme, no le importaba en realidad, pero su lado rencoroso clamaba por echarle en cara que lo había acusado de algo que ella hacía, no él…

—Mucho… lleva mucho tiempo, lo siento… —por primera vez la vio arrepentida de algo y eso bastó un poco.

—Dime, dime todo lo que sabes que quiero saber —Marianne se dejó caer con aire abatido en el sofá, pasaba sus manos por su rostro y él notó que aquella sortija seguía en su dedo, como si aun fuese significativa.

—Daniel… yo supe desde hace mucho de ella, leí una… una carta o confesión, no sé lo que era, pero… desde entonces supe que jamás obtendría su lugar, porque nunca me habías mirado con esa mirada con la que te quedaste dormido y eso que a ella solo la recordabas… estabas tan ebrio que… cuando la encontré y la leí, la lancé a la trituradora de basura, creí que si esas hojas dejaban de existir tus sentimientos también, creo que fui tonta, creo que si hubiese aceptado lo que me ofrecías a mí y no hubiese envidiado lo que habías sentido por ella quizá habría sido todo distinto, yo… no lo entendía, no podía entender qué era lo que ella tenía, es decir, es más joven y te hizo daño, yo simplemente no lo entendía, no hasta que la conocí, al principio no tenía idea, pero los vi aquel día en su casa, cuando le llevé los documentos y las piezas conectaron y recordé el nombre que había en esa carta y… era ella, aunque para ti siempre lo fue —su voz era dura y fría mientras aceptaba aquella realidad.




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