SALVATORE.
Un suspiro fuerte invade la tranquilidad del lugar; ordeno los utensilios en la gran mesa de plata.
—Daniel, busca al holandés —demando.
Acata la orden y sale de inmediato a la búsqueda. Me volteo, apoyando mis manos en la mesa de plata y cruzo mis pies.
—Bien, ¿cuál crees que es el método de tortura más efectivo? —sonrío mirando su cara ensangrentada.
El sonido constante del reloj suena en la pared. Muevo mis manos a ciegas detrás de mí, el filo del cuchillo toca mis dedos y el frío del metal recorre mi mano.
—Oh, lo olvidaba, no tienes lengua —atraigo el cuchillo y lo balanceo en mis manos.
Su mirada altiva me hace sonreír con arrogancia. Acomodo el cuchillo en mi mano, apunto con precisión y lanzo el cuchillo.
Acierto en mi tiro y el cuchillo cae justo en el lado del corazón, matándolo de inmediato. El chirriante sonido de la puerta invade el lugar; las maldiciones en holandés resuenan en la estancia.
Sin darme la vuelta, me acerco al minibar y me sirvo una copa de whisky. Levanto la mirada de la mesa y acomodo mi traje mientras hablo mirando por la ventana:
—Las cosas son simples: o dices quién fue o mueres en mis manos. A tu jefe no le importa tu miserable vida; elige bien. El precio de las traiciones se paga caro y el doble —me llevo el vaso a la boca y me lo bebo de un solo trago.
Mientras el whisky quema mi garganta y calienta mi cuerpo, espero que el holandés suelte la primera palabra.
—Un viejo amigo me pidió el favor de introducirse en tu mafia. Respeto las reglas de los antiguos líderes: un favor se paga con un favor o si no con la muerte. Fui el único que se atrevió a ofrecer su miserable vida; no me queda nada, así que no tenía nada que perder. Solo una cosa antes de morir en tus manos... —Daniel espera las siguientes palabras para traducir— Lucifer siempre elige el camino de muerte de su objetivo, y recuerda: la sangre que fue derramada por culpa de tu enemigo es la sangre que tú derramarás el día de tu venganza.
Desenfundo mi arma y disparo directo a la cabeza; el sonido sordo atraviesa el aire y poco después suena un teléfono.
Contesto la llamada y sonrío al escuchar la voz del otro lado:
—Espero que la información te sirva en un futuro no muy lejano. Recuerda que no todo siempre sale como lo esperas, querido Salvatore —al decir mi nombre, mi sonrisa flaquea.
—Tú recuerda que por más que un lugar esté lleno de cámaras siempre habrá un punto ciego —amenazo.
—Oh, querido Salvatore, lo sé. Quién crees que soy? No te sorprendas de las cosas que sé de ti... Eres muy ingenuo al pensar que todos están de tu lado. El reloj corre tic-tac, Salvatore; no siempre tendrás un respaldo —anuncia y la llamada se corta
Me acerco de nuevo al minibar y saco un porro dejando el vaso.
Enciendo el porro y camino hacia la salida con el inminente silencio:
—Suéltalo; ¿qué es lo que vas a decir? —demando.
—¿Quién era la persona de la llamada? —pregunta con curiosidad.
—Lucifer quiere jugar y quiere jugar al gato y al ratón —suelto de forma neutra esperando en la entrada a que traigan la camioneta
Dejo caer el porro al suelo y lo piso con la planta del pie; una llamada entra nuevamente:
—¿Cuál es el problema ahora? ¿No pueden hacer nada bien? —digo cuando contesto
—Señor, lamento molestar, pero las bodegas del centro sufrieron un ataque y me informaron que el biólogo está muerto —declara.
—Ustedes no pueden hacer nada bien. Tengan un informe completo; preparen un grupo de hombres para luego —ordeno.
Corto la llamada y levanto la mirada revisando el perímetro fuera de las rejas; el color rojo en la nieve se ve desde lejos. El ruido del motor interrumpe mi enfoque en el color rojo que tiñe la nieve.
Espero que la puerta sea abierta mientras me pasan mi iPad y me entregan tres carpetas de diferentes colores.
—¿Qué información contienen? —indago, esperando por su respuesta.
—La información que está en cada carpeta es distinta: el hacker tiene información nueva; el encargado de las bodegas del centro intentó huir, fue atrapado en su casa antes de que lograra salir al aeropuerto; y la otra la mandó su abuela —anuncia.
Asiento sin decir más y me monto en la camioneta seguido de Daniel. Entra nuevamente una llamada, pero esta vez es de mi abuela.
—Abuela —digo al contestar
—¿Cuál es esa forma de saludar a tu abuela? Solo llamo para ver si recibiste la carpeta —deja escapar un suspiro—. ¿Cuándo vendrás a ver a tu nonna?
—Pronto iré con ustedes, nonna, y si no les molesta, Daniel también irá —anuncio.
—Sabes que Daniel no es una molestia; lo considero un nieto más —dice alegremente
—Hablamos después, nonna; iremos pronto.
—Cumple, Salvatore, o iré y te jalaré las orejas —dice antes de cortar la llamada.
Las grandes rejas son abiertas para la salida; mis ojos captan la minúscula forma de la que trataron de ocultar el tono carmín de la nieve.
—Salvatore —pronuncia Daniel.
Murmuro algo y sigo viendo la nieve mientras él habla.
—No te va a gustar lo que tienes enfrente —comunica.
El sonido de voces fuera del auto es ensordecedor e irritante; palabras incoherentes de la boca de Daniel se escuchan. Conecto todos los puntos y busco con mi mirada en la multitud a una persona en específico.
—Maldito traidor infeliz —gesticulo de manera hostil.
Me bajo de la camioneta con mi arma en la mano, y la primera bala sale disparada al aire, atrayendo la atención de los hombres que están parados frente a la camioneta.
—Te dignas a salir, diablo. ¿A qué debemos tu presencia y no la de uno de tus hombres? —escupe burlesco.
—Ahora me tratas de diablo; ¿dónde quedó ese nombre tan estúpido que me decías? Tal vez por eso nunca me gustó tu formalidad fingida —manifiesto.
—Qué grande te queda el puesto de tu padre —asegura.