SALVATORE.
Sorprendente, miro a Daniel intrigado, ha estado muy callado desde que salimos de esa casa, el camino ha sido lento y calmado cosa que rara vez sucede.
Lo último que dijo su asistente antes de salir de aquella casa fue.
—la próxima dile a Daniel que me llame ya tiene mi número, nos vemos en otra ocasión.
Cuando se dió la vuelta Daniel solo cerró la puerta, veinte minutos después hizo una llamada después de colgar se quedó inmóvil mirando la ventana con una sonrisa en su rostro.
—Daniel.—llamo su atención— llama al jefe de seguridad que prepare los cuatro escuadrónes y que mantenga al quinto en reserva.
—Entendido.
Asiente y llama, un brillo peligroso atraviesa sus ojos, corta la llamada y me mira directo a los ojos escaneando mi cara. Sus ojos demuestran inquietud, algo absorto en si mismo sonríe de una manera algo extraña.
—Hay algo en la casa para ti; se le fue entregado a mamá Ruth directamente.
—De acuerdo, sea lo que sea, necesito los escuadrones listos en caso de que llegue la hora de ir por el bastardo.
—No lo dudes.
El camino se hace corto entre pensamientos. Las grandes rejas metálicas se abren; las noticias llegan a medida que bajo del vehículo.
—Capo, esto lo trajeron antes de que usted llegara —dice y me entrega un porta planos.
—¿Quién lo trajo? —le digo abriendo el porta planos y saco lo que está en su interior.
—Uno de los hombres de Edgardo Montenegro. Alguien lo mandó; la camioneta en que venía era robada de la Interpol. El hacker rastreó la placa y dio con que Edgardo es alguien influyente en dicha organización.
No me sorprende. Daniel llega a mi lado sudoroso y levemente agitado; el olor que desprende no es muy agradable. A sus espaldas se escucha un ruido fastidioso.
—Mamá Ruth recibió el porta planos, lo revisó y las noticias que hay no creo que sean muy buenas.
—El plano contiene puntos estratégicos para atacar en puntos precisos —paso mi mirada sobre el hombro de Daniel.
—El que hizo este plano sabe cómo entrar y salir sin sufrir ningún riesgo de muertes; eso nos lleva a que quien lo hizo es alguien interno en la organización de Edgardo.
—Así es, y todo indica que te quieren llevar a un ataque asegurado sin sufrir bajas. Tienes que tener cuidado; nadie pasa por donde no está marcando el plano. Sigan cada línea trazada en él; no se dejen llevar por lo que otros les digan. Y esto venía en el porta planos: son los horarios del cambio de guardia —un sutil secreto se esconde en la mirada que me dedica.
—¿Otra cosa, mamá Ruth?
—La esposa de Edgardo solo habla dos idiomas: danés e inglés —levanto una ceja en su dirección pero ya se dio la vuelta para irse.
—Tengo una estrategia para entrar, pero llevará un tiempo acomodar los escuadrones.
—Te escucho —empieza a hablar; su idea es buena pero el sol se empieza a ocultar y las horas están contadas.
Los gritos empiezan una vez que terminamos de acordar la ruta y el plan de ataque; un sonido irritante en mis oídos: se escucha un pitido ensordecedor. Después de que Daniel da las órdenes, se escucha el "sí" por parte de todos; están en fila por escuadrón. En cada escuadrón hay un ex militar con honores; en total son seis.
Las camionetas están preparadas; están montando los armamentos. Se utilizarán dos camionetas por cada escuadrón y sus refuerzos por si algo sale mal.
Un toque en mi hombro y se me es entregada una carpeta con toda la información de mi objetivo.
Nos detenemos una cuadra antes; todos están dispersos por los callejones traseros de la casa. Daniel da la orden de empezar el operativo. Bajo del vehículo y, trazando el plano mentalmente, me dirijo por la parte trasera de la casa. Encuentro una puerta pequeña por donde puede pasar una persona de un metro cincuenta, no de mi tamaño. Hago pasar al escuadrón que va conmigo.
El escuadrón completo termina de pasar; cierro la puerta y camino con cautela por la parte trasera hasta encontrar la puerta que da a la cocina. Tiene seguro; reviso en los bolsillos del pantalón y encuentro un par de ganzúas. Las introduzco en el seguro del pomo y, en dos movimientos, ya la tengo abierta.
A lo lejos se escuchan pasos que se acercan cada vez más. Me volteo rápidamente encontrando a uno de los guardias de seguridad de Edgardo. Le apunto a la cabeza; cuando me ve, también levanta el arma que lleva. Disparo primero; el arma que cargo tiene silenciador, así que no me preocupo por alertar a alguien.
—Estoy dentro —digo por la radio que tengo para comunicarme con Daniel.
Atravieso varios pasillos hasta dar con la entrada de la casa. Sigo el pasillo recto hasta escuchar la respuesta de Daniel y paro al ver unas puertas dobles abiertas. Enfrente de estas hay un espejo.
—Edgardo está en la sala, ¿dónde estás?
—Cerca de donde está Edgardo. Voy en su dirección; tiene las puertas dobles abiertas. Te espero —digo, viendo por el reflejo que da el espejo frente a las puertas de la sala.
—Voy enseguida. Maten a todos los hombres de seguridad de la casa, busquen a la esposa y a los hijos de Edgardo —da la orden y apago el intercomunicador. Sigo avanzando con cautela, pero antes de llegar, se me atraviesa una persona de servicio.
Le tapo la boca antes de que grite, saco el cuchillo de su funda y lo presiono en su garganta.
—Haz silencio. Solo haz lo que te digo o pagarás las consecuencias, ¿entendido? —susurro cerca de su oído para no llamar la atención de nadie. Asiente asustada.
Coloco la navaja en su espalda y la dirijo hasta las puertas dobles. Se queda estática antes de mirar a Edgardo, mira sobre su hombro y pongo un poco más de presión en la navaja.
—Señor... tienen visita —anuncia asustada.
—¿Quién es? Y deja esa estúpida mirada en tu cara; nadie te hará nada —le dicta, pero ella solo niega con la cabeza ante su petición.