El lado oscuro de la mafia

CAPITULO 08✓

SALVATORE.

—Alejandro, responde, ¿hacia dónde nos dirigimos?

Lo dijo con tanta seriedad que lo miro mal por usar ese nombre; sabe cuánto lo odio y lo usa en mi contra.

—Voy a sacar un poco de información —le doy indicaciones al encargado de la mercancía en esa zona—. ¿Ahora me dejarás en paz?

—Sí, pero tengo que volver antes de las nueve.

—Bien.

Solo Dios sabrá por qué Daniel es tan desesperante. Estoy tan concentrado redactando información de la empresa a los nuevos inversionistas que quieren comprar acciones, que Daniel me da un codazo, haciendo que le preste atención al sonido del teléfono. Lo contesto y la risa de mamá Ruth es lo primero que se oye a través del aparato cuando hablo.

Mi niño, no te alteres cuando encuentres a tres de tus hombres heridos; les dije que no se acercaran al perro, pero nadie me hizo caso.

—Cuando llegue quiero el nombre de los tres hombres y llama al doctor para que los cure.

—Perfecto, nos vemos y cuando lleguen vengan a la cocina; tengo algo que decirles a los dos.

—Está bien.

Corto la llamada. Qué ineptos para no hacerle caso. El chasquido de unos dedos me hace mirar irritado a Daniel; me mira esperando una explicación que no le voy a dar.

—¿Qué? En serio, Salvatore.

Asiento y no puedo evitar mirar su cara de incertidumbre. Todo se pone tenso sin que nadie diga nada durante el viaje. La mejor opción fue mirar a la ventana y fingir que algo bueno se encontraba allí.

—Señor, llegamos.

La puerta es abierta y de inmediato me recibe mi asistente, habla sin parar de los nuevos inversionistas y la calidad del producto; finjo estar interesado en lo que dice mientras caminamos entre las mercancías. En una acción despreocupada, Daniel la aleja fingiendo que le dirá algo relevante.

despacho no se encuentra muy lejos y soy capaz de llegar sin una nueva interrupción; cierro con seguro la puerta, bajo las escaleras y el olor fétido se hace presente y se combina con el moho en el aire. Me reciben los gritos de los prisioneros; muchos creen conocer el infierno, pero siempre les presento uno nuevo. Y el infierno que les presento a algunos es la salvación; para muchos, lo peor; pero siempre lleva al mismo camino: la muerte.

Cada grito se talla en mi piel, cada llanto eleva mi sed de sangre y tal vez los haga llorar y con su misma sangre les daré una última oportunidad de estar en las celdas otra vez hasta que ya no puedan ver.

—¡Perdóneme la vida por favor! ¡No fue mi intención traicionar lo! —desde el exterior de la habitación se pueden escuchar sus gritos en un desesperado intento de que se le sea otorgado la compasión.

De forma despreocupada agarro lo primero que encuentro y entro a la sala donde yacen guindados con profundas cortadas ya infectadas.

—Jamás se le ha otorgado piedad a un traidor; por basuras como ustedes el mundo está ardiendo y el infierno no se le compara. Probablemente también ya han traicionado a sus familias; tuvieron mucho tiempo en sus miserables vidas para pensar muy bien las cosas, decidieron jugar con fuego y se terminaron quemando.

—¡Perdóneme la vida! ¡Por favor, piedad!

—Si hubiera perdón en las traiciones, el diablo estaría al lado de Dios, ¿no crees? Y aun así el traidor no muere completamente; es enviado con el diablo. Envíale un saludo de mi parte.

Les pongo cinta adhesiva en sus bocas para que no vuelvan a pronunciar alguna palabra, hundo mi dedo en una de sus heridas, haciendo que se remueva tratando de apartarme.

—Esto ya no es una simple advertencia; hoy le darán saludos de mi parte al diablo.

Camino a la pared y descuelgo la trampa para osos, la acomodo con mucha precaución en su pie. Se activa cuando él se remueve inconscientemente al ver la trampa bajo él. Me acerco a la mesa de implementos y agarro el alcohol, se lo vierto poco a poco en cada una de sus heridas.

Le quito la cinta y le tiro un poco de alcohol en sus ojos, y él empieza a removerse con más frecuencia.

—Ella me obligó, tenía a mi familia; ella está con ustedes por voluntad, ella lo está usando a usted como peón en su venganza; ella conoce a todos los involucrados en la muerte de su familia materna; ella tiene el paradero —llora descontrolado suplicando una vez más piedad.

—Ella, a ver, dime cómo se llama ella.

—No lo sé, solo sé su apodo; era la esposa de Lucifer.

Un clic suena en mi cabeza y poco a poco voy armando el pequeño rompecabezas; ella era la pieza clave. Levanto el arma y le disparo a la cabeza dos veces. Salgo de ahí y subo verificando que todo marche bien. No encuentro a Daniel por ningún lado y deduzco su paradero mientras voy saliendo. Ella tiene más influencia de la que pensé; juega conmigo, pero desde ahora ella será quien sea el peón en mi tablero.

Encuentro a Daniel en el vehículo viendo una película; me subo y arranca de inmediato mientras me limpio por segunda vez consecutiva.

—Te tardaste más de lo habitual —dice Daniel—. ¿Qué lograste encontrar?

—Uno de ellos no dijo nada, ni siquiera gritaba; ya estaba muerto. Pero el segundo fue de utilidad.

—Hablaremos cuando llegues de tu reunión.

Asiente, algo confundido cuando no lo miro. Fijo mi vista en la carretera cuando vuelve el maldito dolor punzante, pero más fuerte que antes. Cierro los ojos y me concentro, creando una estrategia de inversión para mañana. El movimiento se detiene abruptamente; al abrir los ojos, me encuentro en la entrada de la casa. Abro la puerta y sigo el camino al interior. Mi cuerpo se siente pesado y el dolor de cabeza no ayuda mucho.

Camino a la cocina sin molestarme en bañarme antes de entrar.

—Mi niño, ya están aquí.

—Sí, Daniel todavía no ha entrado, o eso creo. ¿Hay café? —pregunto acercándome a la barra.

—No hay café, pero sí hay té.

—Sirve de todas maneras.

Me acerco a servirme un poco cuando un llanto llama mi atención, pero se calla de inmediato como empezó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.