El lado oscuro de la mafia

Capitulo 10

DANIEL.

Felicidad. Solo esa emoción se puede ver en el rostro de Victoria apenas carga al bebé. Salvatore no le quita los ojos de encima y, como si mi sufrimiento no fuera suficiente, me hace llevarla con el demonio de Tasmania. ¡Ese animal le descuartizó un brazo a un hombre!

Solo aceptar la orden sin decir una sola palabra es la solución, ya que no quiero terminar peor que esos hombres. Pero no por el perro, sino por Salvatore. Su cara era un poema cuando salimos del despacho.

—Hey tú, ¿puedes abrir?

Asiento a su petición pero me mantengo alejado de ellos mientras el perro no salga; todo estará bien. De un momento a otro, el animal sale y se lanza encima de mí. Me quedo tieso como una estatua, cerrando los ojos.

Siento una lengua pasar por mi cara y, justo en este momento, pienso en todo lo que pasé en mi vida. ¡No es justo! Me quitan al animal de arriba y puedo respirar.

—Levántate, no te hizo nada.

Se ríe de mí. La miro mal y me empiezo a quitar toda la baba de mi cara. Deja al perro dentro de la jaula otra vez.

—Eres igual a Salvatore, pero tú tienes una cara un poco más relajada.

—¿Disculpa? —le digo, ofendido por la evidente comparación con el ogro.

—Oh, hablas. Sí, estás disculpado. —Se ríe mirando mi cara.

Refunfuño bajo, haciendo que ella ría más; camino a las celdas con ella detrás y el bebé todavía sigue en sus brazos.

Me entrega al bebé al estar frente a los barrotes; ella entra, cierro con candado por seguridad. La desconfianza hacia ella es más grande que la que me tengo a mí mismo.

—Daniel.

Me sobresalto al escuchar la voz de Salvatore llamándome. No reacciono de inmediato a acudir a su llamado; tengo que entregar al bebé. Camino despacio a la cocina con una sensación de vigilancia en mí, la incertidumbre se instala en mi interior. Le entrego el bebé a mamá Ruth y salgo de ahí para dirigirme al despacho.

—Tardaste —dice, ordenando unos papeles del escritorio.

—Sí, pensé que estabas descansando —le digo, fuera de mí. La nieve cae en la copa de los árboles, llevándose mi atención por completo.

—Me estás escuchando, Daniel.

Muevo la cabeza de un lado a otro negando; empieza a repetir todo desde un principio. Mantengo mi concentración total en los planos.

Las últimas tres horas son aburridas; la motivación de salir de aquí es más grande y la hora de la reunión es en unos minutos. Me despido cuando el sonido del teléfono me indica que es hora.

VICTORIA.

La oscuridad me vuelve a recibir; me voy al lugar de la primera vez, ella se ha contenido. La nieve se ve caer desde la pequeña ventana y la temperatura en el lugar desciende.

Cierro los ojos un poco, esperando dormir.

Una suave brisa choca contra mi rostro; cierro los ojos por instinto e inhalo un poco, sonrío y me dejo guiar por el sonido del viento chocar contra las hojas. Cuando caigo en cuenta, me encuentro en el jardín.

—¡Madre! —grito, buscándola por todos lados.

—¡En el invernadero, pequeña!

Me informa y corro hacia el lugar. Sonrío cuando se une a mí un peludo de cuatro patas. Mis piernas son un poco cortas, pero consigo llegar antes que Hunter.

—Madre.

—Princesa, ¿estabas lejos?

—¿Por qué la pregunta, madre?

—Tu respiración está un poco...

—agitada, sí. Corría con Hunter para llegar aquí.

Camino detrás de ella mientras mueve una orquídea de lugar; son sus favoritas y huelen delicioso.

Tu padre vendrá pasado mañana, y tus hermanos también.

Sonrío emocionada con la nueva información que me está dando. Un sonido atraviesa el aire y de un momento a otro uno de los grandes ventanales se rompe y pequeños fragmentos de vidrio salen disparados en todas las direcciones. Mi madre me grita diciendo que me esconda, pero me es imposible reaccionar; es como si todo pasara en cámara lenta y el tiempo se detuviera.

Me carga y me lleva a un lugar seguro detrás de los pequeños almacenes y un poco más grandes que yo.

—Quédate aquí, no salgas escuches lo que escuches. ¿De acuerdo, Victoria?

Asiento con el miedo recorriendo mi cuerpo. Una sensación extraña se instala en mi pecho. Hunter llega hasta mí segundos después; en su collar trae una nota. La saco y la guardo entre mi vestido.

—¡Sal de dónde sea que te encuentres, Madeline!

Ezra, ¿qué quieres? —la voz de mi madre se escucha tranquila y me calma un poco.

—A la niña; ella es la clave de todo.

Mi corazón se acelera amenazando con estallar; el sonido de una bala perfora el aire y las lágrimas no se hacen esperar.

El tiempo parece detenerse y los pasos se escuchan cada vez más cerca, y luego lejos; me está buscando. Un sollozo intenta escapar, pero lo contengo. Hunter se pega más a mí y por error sus uñas golpean el piso.

—No te sigas escondiendo; ya sé dónde estás y si no sales te irá peor.

Su voz transmite miedo y parece como si fuera un robot y no una persona, tanto así que quedó paralizada en mi lugar. Cierro los ojos.

—¡Te encontré!

Dice tirando de la gran puerta haciendo que esta se abra; suelto un grito apenas lo veo. Una sonrisa amplia,pero sínica, sus ojos son atrayentes pero infunden miedo; camina muy despacio. Hunter le ladra, pero él aún así se acerca más hasta estar frente a mí.

Me despierto con el corazón acelerado; el sudor me recorre y parece que dormí más de lo que pensé.

—Me alegra que tuvieras pesadillas; ojalá te pudras en el infierno como tu madre.

—Muérete, Edgardo; le harías un favor al mundo.

No sucumbo al deseo de salir de aquí; mi garganta duele y la resequedad en mis labios es tanta que se me parten. Parece que llevo mucho tiempo encerrada. Miro la pequeña ventana, si a eso se le puede decir así. El sol apenas va saliendo; si no calculo mal, son las seis de la mañana. Los gritos desgarradores de alguien se empiezan a escuchar; las torturas son tan fuertes que pueden quebrar a una persona, pero no hablo de sus huesos, su espíritu se quiebra a tal punto de que si se vuelve a reconstruir, ya no queda la misma llama en la persona.




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