VICTORIA.
Refunfuño mientras sigo a Salvatore por todo el pasillo hacia su despacho. Me sorprende lo oscuro que está el camino; suelen estar las luces encendidas, pero me dejo guiar por él.
Al entrar, me encuentro con una linda sorpresa: Coraline está sentada esperando. Su cara al verme entrar tras Salvatore es todo un espectáculo.
—Bien, Victoria, te presento a Coraline, la hacker encargada de la seguridad e investigación —añade Salvatore a la información. Le sonrío y me siento a su lado.
—¿Qué es lo que quieren en medio de la madrugada? —pregunto irritada de verle la cara a Coraline.
—Necesito que le indiques los datos y todo lo que necesitemos para saber qué nos vamos a encontrar en la institución a la que vamos —indica Salvatore. Asiento ante su petición.
—Armando Monterrey. Contáctenlo a él. Si tiene algo de más importancia en lo que los ayude, me dicen; si no, me retiro —le digo mirándolo, mientras ella murmura algo.
—Como si necesitara tu ayuda —susurra, y de forma inevitable, le respondo de la misma manera.
—Siempre necesitarán de mi ayuda, aunque lo niegues —le guiño el ojo—. Me retiro.
Anuncio y finalmente salgo de ese lugar y me dirijo nuevamente a la habitación. Esta vez, el poco sueño se ha esfumado por completo. Me introduzco en la ducha, esperando que me dé un poco de sueño. Pero parece que hoy no podré conciliarlo.
Después del baño, no pude dormir. Pase a ver el sol por la ventana. Los sonidos de pasos resonaban por toda la estancia, y una hora después, ya tenía a mamá Ruth presentándome a las dos muchachas de servicio. Si no fuera porque conozco a Gabriela, desconfiaría de ella también. Hay algo que no encaja con Alondra; no me termina de convencer su inocencia y nerviosismo de dañar algo, y en sus ojos se ven todas sus emociones.
La puerta se abre, y ni siquiera me molesto en voltear. Sus pasos son un tanto ligeros y quisquillosos, como si temiera ser descubierta.
—Deja eso en la cómoda, Alondra, y vete.
—Sí, señora.
—Yo no soy la dueña de nada de lo que ves aquí, así que no me llames señora.
No sé qué gesto hace; no me importa. Yo solo sigo viendo el sol. Ella sale de la habitación, y el sonido de la puerta es lo que me indica que lo ha hecho. Despego mi mirada de la ventana y me acerco a la charola de comida sobre la cómoda. La reviso toda, y al no encontrar lo que busco, reviso la comida. El olor del jugo que está en la charola no es el mismo que el de la fruta natural; está alterado a tal punto que el color cambia cuando lo revuelvo.
—Maldita perra, me quería matar —murmuro, mirando a la puerta.
Me acerco y toco la puerta desde dentro. La cabeza de uno de los hombres que están de guardia se asoma.
—Avisen a Daniel, que se le requiere en mi estancia — anuncio.
—Usted no está en posición de dar órdenes —dice con la mirada altiva.
Arqueo una ceja y lo miro con suficiencia. Me posiciono frente a su cara y le asesto un golpe en el centro, haciendo que su nariz sangre. El otro hombre arquea una ceja y se acerca para tratar de someterme.
—Ni siquiera lo intentes si no quieres terminar sin una mano — le advierto, limpiando la sangre de mis nudillos que ahora pertenece a la nariz del otro hombre.
—¿Y más o menos cómo me vas a quitar una mano? Si ni siquiera tienes un arma para hacerlo —se burla.
Me encojo de hombros y ladeo un poco la cabeza.
—Con lo que tenga a la mano sirve, por ejemplo... esto —saco el arma que le quité a su compañero y le doy un tiro certero en la cabeza.
—No te quité una mano, pero sí la vida.
El sonido del disparo alerta a todos en la casa. Se reúnen en el umbral de la puerta de mi habitación. Me doy la vuelta y dejo el arma a un lado del otro hombre. Camino hacia mi lugar principal para ver el sol por la ventana.
—Mamá Ruth, ¿quién se encargó de preparar mi desayuno hoy? —pregunto para confirmar mis sospechas.
—Alondra, ¿por qué? —responde.
—Porque Alondra alteró a un punto de muerte el maldito juego y ni siquiera fue sutil a la hora de escoger su veneno —me doy vuelta y miro a la susodicha, que tiene una cara de sorpresa.
—Eso es mentira, me está juzgando sin conocerme bien —dice, poniendo una mano en el pecho haciendo drama.
—Pues mira, no necesito conocer a alguien para acusar lo que he visto. Tienes una actitud extraña desde que llegaste hace una hora y media, más o menos. Tienes miedo de romper algo; tus pasos son sigilosos, como si quisieras vigilar a alguien. Tu voz es apenas audible. Estás entrenada, eso es. Estás entrenada para vigilar a alguien y a su mafia entera —la acuso.
Salvatore no ha aparecido, y eso es un punto a favor para mí.
—¿Qué es todo este maldito escándalo? —maldita sea, lo invoque.
—Pues mira, te explico —me doy vuelta hacia la ventana nuevamente, ya que traes a Caden en brazos y mi otra personalidad no lo soporta —. Alondra, o debería decir Catalina, es una infiltrada. La descubrí en tan solo una hora y media, tal vez menos. Sus pasos son sigilosos, su mirada asustada y demuestra sus emociones por sus ojos. Además, no sabe escoger un buen veneno sin alterar el producto donde lo vierte. Su voz es apenas audible, eso me da una idea, pues tiene un micrófono en su oreja izquierda. Está entrenada para vigilar a tu mafia —explico con más detalle.
—¿Y qué te hace creer que realmente es una infiltrada? —me cuestionas, maldita sea, ¿por qué tiene que ser tan preguntón?
—Por el maldito tatuaje en su brazo. El uniforme que lleva cubre una gran parte, pero no la más importante: la cola de la serpiente —anuncio, apretando los dientes cuando el picor en mis brazos se hace presente.
—Eso es mentira. No le puse nada a tu bebida, y no tengo un tatuaje de serpiente en ningún lado —se excusa Alondra.
—Muy bien —ladeo la cabeza —, entonces, si no alteraste nada, puedo hacer esto.
Me acerco al jugo y lo examino para ver la intensidad del veneno. Mis sospechas son ciertas; puede derretir todos los órganos que toque. Lo agarro y me encamino hasta donde ella está ubicada.