El lado oscuro de la mafia

CAPITULO 16✓

VICTORIA.

Mi cuerpo entero pica, y mis venas se marcan en mis brazos. Lo único que no me permito saber es el color de mis ojos; ella quiere tomar posesión de mí.

El sonido de la voz de Alondra sigue alterándo me cada vez más. Me acerco a ella con altivez y arranco de ella el seguro de la bomba. La dejo gritando, tratando de sacarse a los hombres de Salvatore. Luego, corro hacia la sala de la casa, donde Salvatore está sentado, presionando su herida cerca de la rodilla.

Lo levanto y lo llevo al final del pasillo, descendiendo por las escaleras para salir al patio trasero. Pero él me detiene.

—Por ahí no —dice, señalando hacia otro camino—.Los hombres de los Becker están afuera.

Asiento y sigo la dirección que me indica. Corro, y Salvatore cojea a mi lado. Llegamos a un pasillo sin aparente salida. Salvatore recorre la pared con las manos y presiona un punto específico a su izquierda. Una puerta se abre a su derecha.

Él baja primero, y yo lo sigo desde atrás. Observo cómo encierran a Catalina en una habitación, mientras los hombres corren en nuestra dirección.

La luz se abre paso en la oscuridad, revelando el camino mientras sigo ayudando a Salvatore a bajar las escaleras. Su brazo aún sobre mis hombros me permite ver su perfil, y en un instante, me doy cuenta de que es sorprendentemente parecido a él: la misma voz profunda, la mirada penetrante. En mi mente, el clic suena demasiado rápido, y la luz verde parpadea junto a la roja. ¿Por qué no lo noté antes? Él y yo somos las malditas piezas de ajedrez. Tendré que hablar con alguien antes de comenzar con el plan antes de tiempo. Esto te costará caro, Davide. Eso te lo aseguro.

Uno de los hombres de Salvatore se adelanta para abrir la puerta frente a nosotros. El otro es casi un estorbo.

—Muévete —sugiero y saco el arma de la espalda de Salvatore.

El fuerte estallido amenaza con machacar mi cerebro. Mis oídos zumban, pero mantengo la compostura y retomo el camino cuando la puerta milagrosamente se abre después de eso.

La luz del sol se filtra entre mis pestañas, y vuelvo a respirar aire limpio. Salvatore se suelta de mí y comienza a caminar en la dirección opuesta a la que deberíamos seguir. Sus hombres lo siguen, como estúpidos obedientes, sin interrupción, ignorando sus gritos furiosos. Si mal no recuerdo, el aeropuerto está en esta dirección. Una mano se posa en mi brazo, arrastrándome. No opongo resistencia; dejo que me guíe, como un ciego confía en su perro guía.

—Sé caminar —digo, pasando junto a sus hombres.

Salvatore no responde. Genial, simplemente genial. Respiro hondo y dejo el enojo a un lado. La caminata hasta el vehículo que logré vislumbrar transcurre en silencio. Al parecer, el rey, como supongo que es su denominación en el tablero, es más temperamental de lo que pensé.

Maldito arrogante. Lo odio.

—Sube —ordena.

—No soy un perro, ¿sabes? —le contradigo y rodeo el vehículo por el otro lado.

Veo cómo niega con la cabeza, y contengo las ganas de gritarle toda la maldita información en la cara. Pronto, le diré al muy maldito todo lo que pienso.

Toca el techo al montarse completamente, y mi cuerpo colapsa. La oscuridad me absorbe cuando toco un simple centímetro del asiento.

Y así, el enemigo de tu enemigo debe ser tu amigo. ¿Entiendes, Alessandro?

—Sí, lo entiendo, padre.

Miro a través de la pequeña abertura de la puerta. Mi hermano mayor, siempre adelantado para su edad. Mi corazón late con fuerza al ver a mi padre acercarse al estante a su lado. El pigmento morado sale del libro que intenta sacar. Abro la puerta, ignorando por completo a Alessandro.

Victoria, ¿cuántas veces te he dicho lo que pienso de las bromas? —me reprende, y solo me encojo de hombros

—Muchas. Pero no vine por eso. Necesito tu ayuda para algo más grande —muevo mis manos en el aire.

—¿Qué es, si se puede saber? —se limpia el color morado de su cara, y evito reírme mientras el tinte queda marcado.

—Te va a quedar marcado el color —murmuro y sonrío—. Ah, bueno. Es una pequeña apuesta que hice con el tío Filip.

—¿Qué apuesta hiciste ahora con el tío? —Alessandro se entromete, y yo le saco la lengua antes de jalar a papá del brazo que no está manchado.

—El lobo pierde el pelo, pero no el hábito —sonrío mirándolo, y él me devuelve la misma sonrisa.

Despierto como si me hubiera ahogado en medio del mar. Empiezo a toser mientras busco respirar, y cuando el aire entra por fin a mis pulmones, me doy cuenta de que estamos a más de trescientos pies de altura.

Veo a Salvatore apretándose la sien. Observo todo con detalle a mi alrededor y simplemente me concentro en él.

—¿Hacia dónde nos dirigimos? —pregunto.

—Dinamarca —responde, y su teléfono suena.

No escucho la conversación. En cambio, me concentro en lo que puedo apreciar a través de la ventana, aunque no es mucho. El maldito asiento me incomoda, pero me acomodo hasta encontrar una posición adecuada.

—Capo, estamos en zona de aterrizaje —avisa el piloto a través de las bocinas.

Salvatore asiente y da una indicación a una de las azafatas. Su teléfono suena nuevamente, y aunque no presto atención al principio, llega un momento en que mencionan mi nombre. Lo miro fijamente, y él me pasa el teléfono.

—Diga

—Señorita Victoria, soy Zack. Mamá Ruth me llamó hace unos veinte minutos. En estos momentos, Salvatore piensa que estás hablando con ella.

—Perfecto, Mamá Ruth, ¿hay algo más que deba saber?

—Sí. La casa a la que deben llegar está en las afueras, no donde se encuentra la mayor parte de la organización. JB los estará esperando en la entrada, y Mamá Ruth y el mano derecha están en la casa.

—Perfecto, gracias. Nos vemos allá.

Le paso el teléfono a Salvatore y dejo de mirarlo. El avión comienza a aterrizar, y mi vista se queda fija en un punto específico.




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