La vida, en sí, qué es realmente, ¿es acaso un boleto de pasaje en un viaje por este mundo?, ¿con una parada cercana, o lejana?, ¿es acaso venir aquí para reunir mil y un recuerdos que luego te podrás llevar?, ¿es tristeza?, ¿es felicidad?, Carlos Salvatierra intentaba buscar y darle un concepto propio, pero las experiencias por las que había pasado en su vida estaban orillando a que dicho concepto se fuera en picada y ya no hubiera manera de elevarlo de nuevo, o, al menos eso es lo que las personas a su alrededor creen.
Carlos es un chico de casi veintiún años, se aproxima a terminar su carrera como licenciado en Contaduría Pública, por las mañanas se enfoca en ello, por las tardes y los fines de semana apoya a sus padres en la tienda de la familia que tienen en el centro de la ciudad, es un establecimiento de abarrotes, lácteos, salchichería y demás; por las noches y casi todo el resto de su tiempo, cuida de sus hermosos hijos gemelos, Edward Emmanuel y Cédric Cristóbal Salvatierra De León.
Justo ahora conduce de regreso a su casa en donde los dos pequeños le aguardan, ansiosos de verlo y contarle con pelos y señales todo lo que hicieron en el jardín de niños ese día. Para Carlos, ese momento, ese preciso momento era el más feliz de su día, cuando los veía, los abrazaba, y se deleitaba de ese color verde en sus ojos, que lo llenaban de felicidad y tristeza al mismo tiempo, como un encuentro de emociones, que lo aborda día a día.
Mientras él iba a la universidad o a la tienda, su madre cuidaba de sus hijos, él está muy consciente de que les debe mucho a sus padres, ya que a pesar de haberse convertido en padre a edad muy temprana, no le retiraron el apoyo, sino todo lo contrario, se ofrecieron a cuidar a sus hijos, para que él continuara con sus estudios, y los finalizara.
Carlos es un chico que se ha vuelto solitario en los últimos cinco años, la gente a su alrededor apenas y le escucha hablar, se le mira desolado, todo el tiempo, apagado y triste, excepto cuando sus hijos están a su lado, este se muestra como el hombre más feliz del mundo, lo que menos quiere es que sus hijos crezcan viendo como imagen paterna a un chico deprimido. Muy temprano, antes de que sus hijos despierten y tanto él como ellos deban ir a estudiar, él sale a correr, acompañando al ascenso del sol, día con día, sin falta.
Es un chico moreno claro de ojos color marrón, cabello negro y arreglado en un peinado casual, algo alto, delgado y atlético, un chico sencillo, pero que resulta atractivo ante la vista de las chicas que se desviven porque siquiera las mire, y otras que conocen al derecho y al revés su historia, prefieren permanecer lejos de él.
Ese chico cuya gran parte de su corazón aun sigue destrozada por un evento que marcó su vida, tiene que aprender a vivir con ello, más, sin embargo, toda su familia duda en si realmente lo está intentando.
Carlos abre la puerta y ese solo sonido de las bisagras al extenderse pone en alerta a dos tiernas criaturas.
— ¡Papá! —gritan ambos niños corriendo desde la sala hasta su encuentro. Carlos deja caer su maletín en el suelo y se prepara para atraparlos a ambos
—Hola campeones —dice con voz sumamente alegre en el momento en que los toma y se pone de pie con ellos en brazos
— ¿Cómo te fue papi? —le pregunta uno de los niños con una voz sumamente dulce
—A mí muy bien. —responde y sonríe mientras camina con ellos de regreso a la sala. —Y a ustedes ¿qué tal?, cuéntenme —se sienta y los reposa en el suelo
—Hoy hicimos dibujos con pintura y esponja papá —responde el otro niño. Ambos tienen la piel morena clara y el cabello negro de su padre, excepto por esos ojos color verde que no responden a los suyos.
—Pero que interesante —alaga él con emoción— ¿y puedo ver el resultado?
—Claro papi —responde el niño que responde al nombre de Edward y luego ambos corren a un mueble al fondo. Toman un par de hojas y regresan
—Mira papá —el niño que responde al nombre de Cédric le entrega su trabajo, una hoja con varias manchas color azul en ella
—Y esta es la mía —añade Edward y le da la suya. Carlos las analiza, con una media sonrisa debido a que no le encuentra forma a ninguno
— ¿Cuál te gusta más papá? —le pregunta Cédric
—Ambas —responde Carlos sin dudarlo—porque saben qué —los mira a los ojos—cada uno es único, cada uno es un tipo de arte, su arte —les sonríe
— ¿Qué es arte? —le pregunta Edward con voz dulce e inocente
—Arte campeón es todo aquello digno de admirarse —le contesta a los ojos—es todo aquello por lo que puedes pasar horas mirando, o escuchando, y no importa cuánto tiempo lo hayas hecho, siempre lo sentirás como la primera vez
—Como la foto de mamá —asume Cédric y la expresión de Carlos se muere
—Sí —confirma e intenta revivir su semblante alegre—como la foto de mamá campeón —soba cariñosamente su nuca y le sonríe
—Cristóbal, Emmanuel —se escucha la voz de una mujer. Todos se giran en esa dirección—vayan a lavarse las manos para pasar a comer —se trata de la abuela de los pequeños. Una mujer algo robusta, de estatura promedio, piel morena clara, cabello negro y lacio
— ¿Vamos papá? —le invita Edward