El lado oscuro de la vida

Capítulo 6- Bomba de felicidad

Carlos trota, se mueve y es como si pudiera ver el mundo ir en cámara lenta, pudiendo divisar los pequeños mechones de cabello que cuelgan de su frente alzarse lentamente y luego volver al descanso, sobre lo húmedo de su frente. Le es posible captar el cómo los cordones que cuelgan de su sudadera se columpian en el aire. Intercepta el sonido agonizante de su respiración, los latidos de su corazón resonando en sus oídos, y las olas de aire helado acariciar ambos lados de su rostro. Es lo que pasa cuando te detienes un momento y observas, el mundo pasa a tu alrededor, mucho más lento de lo común.    

Hoy era el día en el que Carlos llevaría a sus hijos al jardín de niños y hablaría con la madre del niño. Los pequeños usaron como arma el que ya habían visitado la tienda y habían demostrado total compostura y además ayuda, así que le pidieron a su padre que los llevara diario con él, Carlos concordó con sus argumentos, pero difirió en la idea de llevarlos a diario a la tienda, solamente pudo prometerles que podría llevarlos dos días a ella, pues seguía pensando que la tienda no es lugar para unos niños, ellos no se mostraron muy satisfechos, pero eso era mejor que nada. Carlos entiende que quieren pasar tiempo con él, y no hay nada que él desee más que eso, pero el estar en la tienda los agota demasiado, así que ha de ceder a su petición, pero con moderación.

Isabel lo ha estado visitando todos los días, apareciéndose en sus clases, mientras charla con las chicas para preguntarle si acaso alguna de ellas consigue atrapar su atención, o cree que pudiera darse algo si acaso se intentase. Carlos le ha respondido en todas las ocasiones con un rotundo no.   

Al igual que siempre, siendo fiel al mismo patrón que se repite a diario una y otra vez, Carlos toma asiento en esa banca del parque que conoce toda la historia, secretos, anhelos, felicidades y tristezas de Carlos Salvatierra. Toma su botella de agua y bebe un poco, solo lo hace por el simple hecho de que sabe que debe hacerlo, Carlos no consume demasiada agua, la botella casi llega entera aún incluso después de él haber corrido por una hora. Mientras lo hace, siente una brisa más fría estrellarse en su lado derecho.   

—Buenos días Isabel. —le dice al girarse a ella. — ¿Cómo amaneció en el cielo?

—No lo sé. —mueve sus hombros un tanto. —Justo ahora estoy aquí  

— ¿Cómo le hiciste para lograr venir aquí?, ¿cómo los convenciste de que esto no era una pérdida de tiempo?

— ¿Sigues creyendo que es una pérdida de tiempo?  

— ¿No es acaso lo que te he venido repitiendo todos estos días? —alza sus cejas. —Yo te entregué mi corazón, y se fue contigo

—Te lo devuelvo —sugiere ella enseguida

—No es así de fácil. —dice con una media sonrisa irónica. —Sabes que no lo es, porque además cruzó una línea mucho más poderosa que todo el que pudiera residir en este mundo. Se fue para no volver, no vengas a decirme que lo pones devuelta a mi disposición porque jamás es así de sencillo. —ella asiente lentamente

— ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? —a Carlos se le escapa una risita apenas ella termina de formular la pregunta

—Me deslicé por aquel resbaladero —señala uno a un par de metros de distancia—y apenas aterricé corrí a uno de aquellos columpios. —sonríe ameno al contar. —Para cuando me giré vi a una pequeña niña cruzada de brazos y mirándome profundamente enojada —ambos ríen

—Divisé ese columpio desde la entrada. —se defiende ella. —Era injusto el que me lo ganaras

—Tal vez, pero mi pregunta hasta la fecha sigue siendo ¿no había acaso más columpios? —le pregunta a los ojos, sonriendo

—Yo no quería otro columpio, quería mi columpio —ella sonríe de igual manera y Carlos suelta una discreta carcajada  

— ¿Tu columpio? —repite con humor

—Sí, mi columpio. —responde ella en voz alta, muy jovial. —Desde que visité este parque ha sido mío  

—Deberías haber puesto una restricción —añade divertido

—Lo pensé. —lo mira. —Pero la caballerosidad no moría aún. —le sonríe tiernamente. —Te pusiste de pie y me cediste el asiento

—No te admires tanto, temía que tus ojos se convirtieran en una verdadera arma pronto y terminaran matándome. —vuelven a reír. —No. —añade apenas las carcajadas se dispersan un poco. —Desde ese día supe, que te cuidaría y te seguiría a donde fueras

—Me esperabas a diario siempre. —continúa ella. —En esta banca, a la misma hora. Con una flor en tus manos —añade risueña y los ojos de Carlos se cierran lentamente, más su semblante no pierde lo jovial  

—Creía que eran las flores más hermosas del mundo —dice al abrir los ojos

—Para mí lo eran. Siempre lo fueron —le confiesa ella de inmediato  

—Varias veces te traje girasoles Isabel —le dice algo incrédulo

—Y adoraba los girasoles —él gira su cabeza

—Nunca supe si se volvió empatía o realmente era así —contradice, risueño

— ¿Alguna vez te mentí? —se miran directamente a los ojos

—No. —responde sereno. —Jamás

—Entonces no hay por qué dudar. —le dice sonriente. —Yo amaba cada detalle tuyo, porque cuando había tenido un pésimo día, yo sabía que tú me estabas esperando aquí, con esa sonrisa que nunca desaparecía de tus labios, con una flor y dispuesto a volver mi día, el mejor de todos hasta la fecha




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