Era una lápida delicada aquella qué tenía grabado el nombre de mi mejor amigo. No paraba de mirarla, ni de contemplar con tristeza el nombre qué llevaba grabado en ella.ocurrió tan rápido, qué apenas tuve tiempo para digerir el estrepitoso sonido, de aquel choque qué había provocado la muerte de todo lo qué me quedaba en esta vida.
Era un suicidio, eso estaba claro. Pero de todas formas, me dolía el no tenerle a mi lado. El pasar de los días aumentaba mi vacío interno y me conducía de manera consciente o inconsciente al cementerio, en el cual pasaba horas y horas.
─¿Sabes, Magnus?, tu lápida es muy linda ─ acaricié el trozo de mármol con la yema de los dedos de mi mano izquierda ─definitivamente el mármol va contigo ─.
Las primeras gotas de lluvia cayeron, seguidas después de un montón más. Levanté la vista y el cielo se encontraba de un color grisáceo, casi negro. Sin embargo a mi no me importaba, yo solo quería quedarme ahí. Tenía la esperanza de qué, de una manera u otra, un Magnus James apareciera de la nada y me dijera qué todo había sido un juego, y qué en realidad aquel ataúd y aquel trozo fabricado con mármol no eran de su pertenencia.
─De verdad, no sabes cuanto quiero preguntarte el por qué Magnus. No estabas tu solo en el mundo y tenías mucha gente qué te amaba...Entre ellas yo. Me dejaste sola idiota─ las lágrimas inundaron mi rostro, mojandole más qué las mismas gotas de la lluvia torrencial.
─Magnus James siempre fue buena persona, Valeria─ había alguien tras de mí, y no me había percatado de ello.
Fue entonces, en aquel momento qué quise voltear mi cabeza para ver al susodicho qué se encontraba tras de mí, qué recibí el doloroso golpe en la nuca. Aquel qué me arrebató la vida. Sin embargo, se qué antes de morir recostada de la lápida de mármol perteneciente a Magnus, aquel hombre dijo algo qué yo no pude comprender, y de lo qué no recuerdo en lo más mínimo. (Pero lo necesitábamos en el otro lado).
Y eso es todo lo qué recuerdo qué pasó, antes de despertar con ropajes de seda y gritos desesperados saliendo a toda prisa de mi garganta. Lo siguiente qué sucedió, fue qué mi habitación se llenó por completo de sirvientas, qué me miraban preocupadas.
─Señorita, ¿tuvo un mal sueño? ─ Me llenaron la cabeza con esas preguntas. ¿Un mal sueño?, ¡si, claro!, la muerte fue mi mal sueño. Y se qué ella fue totalmente real, aun sentía el dolor punzante en mi nuca.
La historia sigue de la siguiente manera, mis padres irrumpieron rápidamente en mi alcoba al ser llamados por las sirvientas, trataban de tranquilizarme, sin embargo yo me encontraba abrumada. Aquel sitio, en definitiva, no era mi hogar. Yo no tenía padres, ellos me dieron en adopción y cuando en el orfanato, con 16 años nadie quería adoptarme, escapé. En mi vida nunca anterior, como decidí llamarla, nunca había tenido sirvientas qué velaran por mis cuidados y mi salud. Lo más cercano a eso qué llegué a tener, fue la madre de Magnus, qué siempre buscaba qué yo estuviera bien.
Quisiera o no quisiera, debía de aceptar qué había reencarnado. Pero lo más extraño de todo, es qué conocía a todas aquellas personas, ya qué formaban parte de una novela qué había leído. Amaba leer en mi otra vida…Solía escaparme con Magnus de las clases para irnos a la biblioteca y leer durante horas, o bueno, hasta qué tocara una materia importante, o simplemente la madre de mi amigo nos encontrara allá, sumergidos ambos cada quien en su propia lectura...Oh Magnus James, no sabes cuanto te extraño…
Mi nombre en esta vida, era Lilieth Rossemary Agarth Ciprés I, algo largo y demasiado sofisticado para mi gusto. Pero a fin de cuentas, provenía de una familia adinerada, debido al comercio de las llamadas “Gotas doradas”, qué consistía en una medicina muy famosa en toda la región sur de Orpheslia. Esta vida resultaba un tanto inquietante para mí, sobre todo porque sabía lo qué me deparaba en ella.