Creía que muchas cosas eran imposibles.
Entre ellas: tocar una estrella.
También creía imposible que existieran otros mundos, esos de los que mi padre hablaba en sus cuentos antes de dormir —mundos llenos de magia, de criaturas imposibles y de cielos que respiraban luz propia—.
Pero todo cambió la noche en que volví a encontrarme con él.
El hombre que, quince años atrás, no era más que un niño que miraba las estrellas conmigo.
Ahora, ambos éramos casi desconocidos.
Dicen que el destino existe. Que las cosas que suceden están escritas en algún lugar del universo.
¿Pero cómo se le explica eso a una mujer adulta que dejó de creer hace tanto?
¿Cómo decirle que los cuentos de su infancia eran advertencias disfrazadas de historias?
¿Que la vida no se resume en trabajo, rutina y café frío?
Soy Lyra Cross.
La mujer que juró que la Tierra era demasiado plana para esconder algún misterio.
Y, sin embargo, aquella madrugada de invierno… el universo decidió reírse de mí.
Una estrella cayó del cielo.
Literalmente, cayó en mi patio trasero, haciendo un cráter del tamaño de mis deudas.
Y con ella, llegó él.
Un hombre de mirada salvaje, con un aire de urgencia y un brillo peligroso en las manos. Quería la estrella.
Pero, claro, la regla de la vida es : quien la ve primero, se la queda.
No sabía entonces que aquella chispa en la tierra no era solo un fragmento del cielo, sino la estrella del equilibrio, la que sostiene los tres mundos mágicos que coexisten con el nuestro.
Ni que ese hombre —el mismo niño que me acompañaba a contar constelaciones— era El ladrón de estrellas, un ser marcado por el cosmos, perseguido por los suyos.
Y así, sin nada que perder, decidí seguirlo.
Dejar atrás mi vida gris para aventurarme hacia el lugar que papá siempre mencionaba entre risas: un mundo oculto, lleno de magia… y de peligro.
Esa noche no solo encontré a un hombre misterioso.
Encontré también a mi condena.
Porque, al parecer, tocar una estrella está prohibido para los humanos.
Y ahora todos los cazadores de estrellas quieren matarme para recuperarla.
Dicen que una humana no debe conservar la luz, ni caminar junto a quien nació para robarla.
Pero aquí estoy: viajando con un ladrón irresistiblemente atractivo, con la lengua más afilada que su espada, mientras el universo entero intenta destruirnos.
Así que hoy, en este día helado de mitad de invierno, lo juro ante el cielo que aún arde:
el ladrón de estrellas y yo devolveremos el equilibrio a los tres mundos mágicos… y trataremos de no morirnos en el intento..
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Editado: 26.11.2025