El ladrón de sueños

I

El fen es peligroso para la humanidad, una soñadora sin control es capaz de destruir la noche.

Ivenik O´Delly. Divinidades libro I

La capucha en mi cabeza no me dejaba ver quién era mi secuestrador, pero podía escuchar varias voces. Una de ellas era la de una mujer o una muchacha muy joven.

Traté de gritar, pero la amordaza en mi boca me lo impedía.

La cabeza me daba vueltas y apenas podía concentrarme. Estaba confundida, asustada y débil. Entonces escuché su voz y tuve un déjà vu. De esos que te hace cuestionarte si en realidad es solo tu mente jugándote una mala pasada o si realmente ya has vivido ese momento.

—¡Estás loca! —le dijo—. El tejedor nos asesinará por esto.

Dio un golpe en algo que se escuchó como la pared.

—No sabe que fui yo —le respondió la voz temblorosa de la mujer—. Escucha. Lo hice por ti. Con ella podrás tener tu libertad. Podrás pedirle lo que quieras al tejedor. Además, sé que llevas tiempo creando este plan.

—Pero no así, aún tienen que pasar tantas cosas —escuché el chasquido de una lengua—. No importa. Haré lo que estaba planeando hacer desde hacía tiempo. Y rezaré porque todo salga bien.

Entonces escuché un aullido espantoso, como si fuese algún tipo de perro infernal o quizás un mensajero de la muerte enviado a llevarse a las almas pecadoras al infierno.

—Son los sabuesos de la noche —dijo la voz masculina que me resultaba familiar—. Es él quien viene por nosotros. Va a matarnos por tu culpa.

Escuché la puerta abrirse y sentí la brisa fría de la noche de luna llena. El viento comenzó a colarse con algo de violencia y romper algunas cosas en un armario.

Hubo un silencio ensordecedor y una tensión palpable que no duró mucho tiempo. Porque segundos después la habitación se llenó de disparos, aullidos, gritos de espanto, sillas y mesas rotas. Algunos gritos de personas y el rugir otros de animales. Quizás de los sabuesos.

No. Los sabuesos no rugen, ladran. Entonces ¿qué bestia había invitada a la masacre?

Mi respiración se volvió inestable. Intenté soltarme, pero fue inútil. Cada vez que escuchaba o sentía a que alguien era empujado cerca de mi pegaba un grito de espanto. Derramé dos lágrimas que se reunieron en mi pecho.

«Voy a morir aquí. ¡Oh, Dios! ¡Voy a morir! No quiero morir » —pensé.

«No lo harás» —me respondió una voz en mi cabeza.

Entonces alguien me quitó la capucha.

Mis ojos se tomaron un momento para adaptarse a la luz. La figura borrosa de un hombre frente a mí me alzó en peso por un brazo.

Me colocó frente a él, puso una mano sobre mi hombro derecho y me amenazó con algún tipo de arma, poniendo la punta del cañón en el medio de mi columna vertebral.

Mis manos parecían danzar, correr, hacer cualquier cosa en lugar de quedarse quietas. Mis piernas se movían por inercia, porque el miedo bien podría haberme paralizado. No entendía qué estaba sucediendo, estaba bajo las influencias del alcohol de la fiesta de la noche anterior, pero temía por mi vida.

—¿Quién eres? —pregunté. Ahora en un tono más decidido.

—Camina y cállate —me ordenó él.

Intenté ver quién era, pero sus constantes empujones me lo impidieron.

Me llevó por todo un camino hasta una cabaña que se encontraba justo en una colina que no quedaba lejos de mi casa. Justo detrás de nosotros apareció mi padre, sujetando a una joven que no podría ser mayor que yo.

Miré al joven y arrugué el ceño, lo conocía, lo había visto varias veces ese día. Sobre todo en el mercado cuando se había acercado a mí poniendo una excusa estúpida sobre no saber cuál era el pasillo de los líquidos.

—¡Déjala ir! —le gritó a mi padre.

—Sabes que no lo haré —le respondió él con parsimonia y serenidad—. Me traicionó. Tiene que pasar por el suero. Es la ley.

—El suero la matará. Lo sabes.

—Si es así, entonces es lo que Hipnos deseó para su destino.

Mi padre sacó una jeringuilla, de esas que usan las personas que son alérgicas. De compresión. Apuntó al cuello de ella.

El joven dio un paso en dirección a ellos con la mirada clavada en su cuello y la mano libre, levantada hacia él con el intento desesperado de hacerle recapacitar.

—¿Crees que no sé sobre tu pequeño plan? —le preguntó papá—. Sé, todo lo que sucede en mi pueblo.

Le dijo y apuntó al suelo, tomó una piedra y la lanzó. Entonces un círculo de color azul apareció enfrente de suyo.

No entendía nada de lo que estaba pasando y tampoco estaba muy sobria como para entender. Mis lágrimas corrían como mares por mis mejillas y todo mi cuerpo temblaba.

—Papá, ¿qué está sucediendo? —hablé con espasmos y tartamudeando.

—¡Silencio! —me ordenó el secuestrador y puso su mano en mi garganta.

Sentí unas puntas filosas. Eran como cuchillos medianos que amenazaban con arrancar mi garganta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.