Silencia mi canto de guerra y envíame a la tierra de los muertos mientras le canto una última balada a Hipnos: el dios del sueño.
Cantares de Vienna, Seres Malditos.
El espíritu desapareció como un humo antiguo, mientras el eco de su voz aun resuena en la montaña, y mis manos soltaron al joven que cayó de rodillas en una especie de trance. Sus ojos se tornaron azul glacial, como el hielo que cubre los lagos, y rugió como si fuese una fiera defendiendo su territorio.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, como si unos dedos invisibles me tocaran mi espalda con la intención de incomodarme. Ahogué un grito que se convirtió en un nudo en mi garganta.
En cuanto tuve la certeza de que mi cuerpo me volvía a pertenecer, corrí con todas mis fuerzas dando zancadas enormes y torpes hasta llegar a mi padre.
Tropecé y caí frente a sus pies.
Me levantó con una sola mano, como si mi cuerpo no pesara más que una pluma, mientras con la otra mantenía la jeringuilla apuntando al cuello de la joven. Lo miré aún confusa por lo que acababa de suceder.
«¿Qué era esa criatura? ¿O acaso era un hombre?»
Miré hacia atrás y temblé al ver al hombre bestia. No tenía idea de lo que estaba sucediendo, pero era obvio que teníamos que huir de allí.
—¡Vamos! —le dije con la voz quebrada por el miedo.
Él negó con la mirada.
Mi corazón se aceleró tanto que podía escuchar un “bum, bum” en mi cabeza.
—Tengo que comprobarlo, tengo que verlo con mis propios ojos —me dijo y distinguí un brillo extraño en sus ojos.
¿Quién era este hombre? Ese no era el padre que conocía; aunque en realidad no lo conocía mucho. De hecho él era prácticamente un extraño, porque ¿qué tan bien puedes conocer a alguien si solo lo ves una vez al año o quizás dos?
—¿Ver qué? —murmuré, confundida.
El joven se levantó con aire de Dios de la muerte o demonio maldito. Transformado en un hombre-bestia.
Al verlo la sangre se me heló y volví a escuchar los latidos de mi corazón estallar contra mi cabeza que aun luchaba contra los efectos del alcohol.
Sus ojos de bestia y sus garras parecían buscar algo con sumo ahínco. Y cuando se detuvo en mí, mi corazón que latía aceleradamente, se detuvo de súbito.
—¡Quédate quieta! —me dijo mi padre y eso hice, aunque en realidad no podía hacer otra cosa porque el miedo no me dejaba moverme.
Él se me acercó con pasos agigantados y, cuando estuvo frente a mí, agarró uno de mis brazos y levantó uno de los suyos. Listo para agredirme.
—No te muevas —me ordenó mi padre.
Intenté rebatir, pero por alguna razón me quedé viendo los ojos color azul de la bestia. Había un hilo de humanidad en ellos y era ese humano detrás de la bestia el que me recordaba a alguien. Alguna persona que había conocido en el pasado. Puse una de mis manos en su mejilla, sin saber por qué lo hacía, era como si de pronto un sentimiento añejo saliera a relucir, como si nos hubiéramos conocido antes. Él dudó por unos segundos, suavizó su mirada, y la mano que me sostenía tembló. Sin embargo duró menos de unos pocos segundos.
En cuanto volvió en sí se giró hacia mi padre. Su voz, grave y quebrada, fue un susurro de muerte: “Si no la dejas ir, la asesinaré. Sabes que lo haré.”
Mi padre le dedicó una sonrisa amplia, vesánica, como si no creyera en su palabra o como si no le importara. Era obvio que no le interesaba lo que me sucediera, para sentir algo por alguien debes tener algún tipo de vínculo y a él nunca le interesó crear esa conexión.
En un movimiento preciso, casi ritual, hundió la aguja en la carne de la joven. Un estremecimiento me sacudió, y supe, con una certeza, que la muerte se acercaba.
Derramé dos lágrimas que cayeron en mi pecho mientras veía sus garras acercarse a mi rostro. Apreté los ojos y deseé que se detuviera. Lo deseé con todas mis fuerzas. Lo pedí con mi ser.
Pasaron cinco segundos. Diez. Quince.
Abrí los ojos y lo vi. De rodillas. Con la cabeza gacha, las manos sobre sus muslos y sin moverse. Como si estuviera esperando una orden. Como si estuviera diciéndome eres mi amo. Me agaché para verlo a los ojos y pude ver su frustración y odio. Claramente, quería hacerme daño, pero por alguna razón no podía hacerlo.
Era fascinante lo que acaba de ocurrir. ¿Cómo lo había hecho? No tenía la más remota idea, pero algo dentro de mi se sintió cálido.
Mi padre soltó una carcajada de satisfacción. Se alisó la barba y se le acercó, dejando detrás a la chica que había caído al suelo con espasmos repetidos.
Giré a verla sin saber qué hacer. Me tambaleé por el alcohol en mis venas y le pedí a mi padre que la ayudara. Estaba muriendo, lo podía ver. Parecía una especie de sobredosis.
—Este es el más rebelde que he tenido. Es tan resistente al fen que ninguno de mis extractos le hace efecto —dijo ignorando mi súplica—. Pídele que se levante.
—La chica...
Me tomó por un brazo con agresividad y me llevó a su rostro donde me vi reflejada en sus ojos azules.
#4714 en Novela romántica
#1211 en Fantasía
romance paranormal, romantasy, fantasía urbana y fantasía oscura
Editado: 15.10.2025