El ladrón y el príncipe sapo.

CAPÍTULO TRES. LA ENTREGA EN EL MUELLE.

Dejé atrás la iglesia y me dirigí con rapidez al punto de entrega. Observaba con atención a mi alrededor. No deseaba que nadie escuchara los sonidos provenientes de la caja, pues dar una explicación acerca de lo acontecido en ese instante, sería complicado. Porque ¿cómo le dices a alguien, que llevas un sapo dentro de un cubo de madera? Y que además ese anfibio hablaba, y que, por si fuera poco, se trataba nada más y nada menos que del futuro esposo de la princesa Myrcella.

Y hablando del Rey de Roma, o más bien del "príncipe de Lypantopia"; seguía insistente en que lo ayudara. Golpeaba una y otra vez la tapa de madera, intentando salir, pero yo no estaba dispuesto a ceder.

―Van a matarme si no me dejas libre― suplicó con insistencia.

―Si te quisieran muerto, ya lo estarías. Créeme que no les faltan motivos —le dije con tono fastidiado, apresurando el paso.

―Aun así, están secuestrándome y tú los estás ayudando ―respondió de forma acusatoria.

―Solo estoy haciendo mi trabajo ―contesté con seriedad.

No iba a contarle que me habían amenazado y que intentaba recuperar el collar de mi madre. Otra persona hubiese huido y negociado la vida del príncipe por muchísimo más unidades, pero yo solo quería recuperar aquel objeto y deslindarme de ese asunto lo más rápido posible.

―Duplicaré tu paga—soltó de repente.

― Jamás trabajaría para ti ―le aclaré, pues de ninguna manera quería relacionarme con él, no más de lo que ya lo hacíamos en ese momento.

―Solo dime una cantidad y yo te la daré ―volvió a insistir―. Necesito salir de aquí ahora, mi boda es en un par de semanas y, aunque la idea no me entusiasma, debo estar ahí.

Sonaba desesperado, y debía aceptar que una pequeña parte de mí, una reducida y escondida en lo más profundo de mi ser, sentía culpa al saber que muy seguramente le harían algo malo y que yo lo estaba entregando. Además, quería descubrir cómo había terminado convertido en un sapo, pero no tenía la opción de negarme a cumplir con la entrega, y su seguridad no debía significar nada para mí, pues no éramos amigos.

―Aunque te sorprenda, no hay nada que tú puedas ofrecerme y que yo quiera ―dije finalmente y dejé de caminar.

A unos pasos de mí, pude ver la silueta de un hombre; estaba de perfil, pero había reparado en mi presencia. Vestía un extraño traje negro y tenía el cabello rubio y liso, cubriéndole parte del rostro.

―¿Tienes el paquete? ―preguntó con voz grave y sin voltear a verme.

―Aquí está ―dije mostrándole la caja, y en ese momento el príncipe volvió a hablar e intentar levantar la tapa.

El hombre me miró de reojo, como si supiera que había descubierto lo que estaba dentro, y entonces tuviera que matarme, para no arruinar su plan.

―No necesito saber― hablé nuevamente, dándole a entender que no comentaría con nadie sobre lo que había sucedido―. Solo dame lo que se me prometió y me iré.

Pareció pensarlo por unos segundos y después me extendió un pesado saco de tela, en donde se encontraban las 40.000 unidades. En cuanto lo tomé, revisé ansioso el contenido, pero no logré hallar el collar de mi madre.

―Ahora vete ―dijo, intentando arrebatarme la caja donde se encontraba Ossian.

―No está completo―respondí, echando hacia atrás mi brazo para evitar que la tomara.

―No juegues con nosotros, o saldrás perdiendo ―dijo en tono amenazador.

― Prometieron que recuperaría el colgante de mi madre y no lo veo, así que hay un problema aquí.

El tipo se volteó finalmente en mi dirección, dejando al descubierto el tatuaje característico de los seguidores del Hombre de los huesos. (Probablemente, te estés preguntando: ¿Quién es el hombre de los huesos? ¿Y por qué es tan relevante?). Bueno, pues ese sujeto era una especie de brujo, quien, según las leyendas, podía invocar a ciertos espíritus o demonios, y hacer que habitaran por breves periodos de tiempo, en cuerpos que sus hombres se encargaban de hurtar de las tumbas del cementerio principal. Mientras los demonios poseían el esqueleto, el Hombre de los huesos podía controlarlos y obligarlos a que siguieran sus órdenes, y a cambio él debía entregar el alma de un inocente: ya fuera humano o animal.

Yo jamás había considerado que esa clase de historias fueran ciertas, pero, después de escuchar a un sapo hablar, era posible que ese tipo también fuera real. Aunque, de ser así, Ossian no solo estaría en riesgo, sino muchísima más gente. Si el hombre de los huesos era tan peligroso como se decía y tenía bajo su control al único heredero de Lypantopia y a un par de guardias de Bedland, sería capaz de dominar a ambos reinos.

No pretendía ser un héroe, pero tampoco se las facilitaría, no después de que incumplieran con su parte del trato.

―Veo que te has dado cuenta con quién estás tratando―respondió al notar que lo observaba.

―Con alguien que no se la pensó muy bien, cuando decidió rayarse la cara de forma permanente ―dije alzando ambas cejas―. Dime, ¿cuál es el lado tatuado?

―Solo te lo diré una vez, dame la caja y vete ahora ―habló disminuyendo la distancia―. Si quieres tu estúpido collar, pídeselo a Rogan. Ese guardia imbécil se negó a entregarlo.

Debía referirse al soldado del gran bigote. Era de suponer que no cumpliría y sería más complicado obtenerlo, pues seguramente el tipo estaba escondiéndose tras las puertas del castillo.

―En ese caso, creo que mantendré esto conmigo ―contesté apretando la caja contra mi pecho. ―Puedes quedarte con tus monedas ―dije, mientras le aventaba el saco y comenzaba a caminar.

―Te lo advertí, niño ―respondió enojado y sacó un largo cuchillo hecho de hueso.

―Se toman demasiado en serio su nombre ―, hablé con nerviosismo mientras observaba la filosa arma, pues podía defenderme, pero no era inmune a que me apuñalaran ―Carajo ―dije para mí mismo pensando en cómo saldría de esa.

―¿Qué está pasando allá afuera? ―preguntó Ossian, pero no respondí―. ¿Has decidido que vas a ayudarme, cierto? ―volvió a hablar.




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