El ladrón y el príncipe sapo.

CAPÍTULO CINCO. EL PRÍNCIPE SAPO.

CASTEL.

―Bien, voy a ayudarte―dije, aun sin estar del todo seguro―. Pero primero debes decirme cómo terminaste así y qué es lo que exactamente quieres que haga por ti.

Ossian suspiró y miró alrededor, para después acercarse de nuevo a mí.

―Esa es una larga historia, así que será mejor que busquemos un lugar donde puedas pasar la noche y algo para curar tu herida.

Me levanté despacio, completamente empapado, lleno de lodo y sangre, y apreté mi brazo justo en la herida para evitar que saliera más de ese líquido rojizo.

―No pienso pasar la noche en el bosque, será mejor que caminemos―contesté observándolo.

―Ni siquiera hemos recorrido la mitad del camino, nos será más fácil salir de aquí en la mañana ―respondió, mientras colocaba los brazos en su cintura.

Suspiré resignado y le hice una seña para que comenzara a caminar, al parecer él tenía más conocimientos sobre ese sitio.

―¿No te llevarás el arma?—dijo señalando el cuchillo de hueso que aún yacía en el suelo.

―No—respondí simplemente.

―Tómalo, si esas cosas regresan, será nuestra única ventaja.

Quería negarme, pero era verdad; si volvíamos a enfrentarnos a ellos, el cuchillo nos sería de utilidad, no quería llevarlo conmigo, pero no tenía otra opción. Tomé el arma y la coloqué en la bolsa trasera de mi pantalón, le lancé una mirada al príncipe para que continuara y nos adentramos aún más entre el oscuro bosque.

La luna apenas y alumbraba un poco del camino, razón por la cual se me dificultaba avanzar, pues no lograba percatarme de todos los charcos y raíces, y varias veces estuve a punto de tropezar. Algunos sonidos de animales se escuchaban a lo lejos; búhos y grillos que salían por las noches; mezclándose con el ruido de las gotas al caer.

Para ese punto sentía demasiado frío y la pérdida de sangre me seguía debilitando, pero no iba a rendirme, había tenido peores heridas, así que eso no tendría por qué afectarme.

―¿Cómo es que sabes hacia dónde debemos ir?—pregunté con la intención de distraer mi mente del dolor.

―Ya antes he estado aquí ―dijo sin darle mucha importancia y llegamos a lo que parecía ser un sendero.

Caminamos un par de metros más, hasta que pude ver una estructura de madera. Eran los restos de una cabaña, al menos el techo parecía estar completo.

Seguimos hasta estar debajo de las tablas. Agotado, me senté en un trozo de tronco y eché mi cabeza hacia atrás.

―Deberías lavar tu herida― dijo Ossian para romper el silencio.

―Ya estoy empapado―respondí observándolo con obviedad.

―Tu brazo está lleno de tierra y la sangre se está secando― debatió, como si yo no fuera consciente de la situación.

Sin ánimos, me paré y saqué la manga de mi brazo herido, me acerqué hacia donde la lluvia seguía cayendo y comencé a limpiarlo. Tuve que morderme el labio para evitar gritar, pues sentía un ardor intenso y la sangre estaba volviendo a brotar

―Buscaré algo para comer― dijo el príncipe después de aclararse la garganta.

―No moscas para mí, gracias―respondí antes de que se alejara por completo y solo pude escuchar cómo emitía una risa falsa.

Cuando por fin eliminé todo rastro de suciedad, tomé el cuchillo y corté un trozo de mi camisa, para poder envolverla alrededor de la herida y hacer presión. Suspiré un poco aliviado y regresé a mi lugar, observé a los lados y me abracé, pues el frío seguía intensificándose.

Al parecer sería una larga noche.

Pronto Ossian regresó con un viejo recipiente de plástico lleno de arándanos. Con esfuerzo lo arrastró hasta donde yo estaba y se sentó a mi lado.

―Es todo lo que pude encontrar— suspiró, resignado.

―Lo entiendo, gracias ―dije con sinceridad, sorprendido por su cambio de actitud de los últimos minutos.

― Jamás había trabajado tanto en mi vida. ―Se quejó ― Ojalá estuviera en el castillo, en un banquete real —dijo con tono melancólico y yo solo asentí, mientras tomaba uno de los pequeños frutos y me lo llevaba a la boca—. Ahora mismo estarían calentando mis almohadas para poder ir a dormir en mi esponjosa cama―continuó hablando, mirando hacia el techo.

―Espera, ¿te calentaban tus cojines antes de dormir?—pregunté incrédulo.

―Claro, deberías probarlo ―respondió él, como si estuviera aconsejándome algo realmente importante.

―¿Acaso eres un bebé?—dije sin encontrarle sentido a lo que me había dicho.

―Soy un príncipe, mi comodidad es algo crucial―reprochó observándome.

―No sabía que tu "comodidad" ―dije haciendo comillas con los dedos y continúe hablando― era más relevante que todos los ciudadanos del reino y su situación.

―¿A qué te refieres?—preguntó confundido.

―A que tú estás quejándote por la temperatura de tus almohadas, y cientos de personas ni siquiera tienen hogar o sufren por el hambre, pero ninguno de los miembros de la realeza hace nada para arreglarlo.

―En mi defensa, yo aún no dirijo ninguno de los reinos, y además, no lo sabía, hace mucho que no visito las calles de los alrededores del palacio ―dijo apenado.

―¿Por qué no?—pregunté observándolo.

―Tiene años que no vengo a Bedland, además mis padres no permiten que salga mucho, debido a esto ―respondió mientras se observaba―. Ellos no tardarán en llegar desde Lypantopia, y si no me encuentran en el castillo de la princesa Myrcella, se desatará un caos.

―¿Quieres decir que ya mucho antes eras así?—dije frunciendo el ceño.

―Desde que tenía 9 años.

(...)

Lypantopia 16 años antes...

OSSIAN.

Mis fiestas de cumpleaños en el reino, realmente nunca fueron divertidas. Al menos no en ese entonces, que seguía siendo un niño.

Aquel año en específico me encontraba decepcionado. Por la mañana mis padres me habían enviado un par de regalos. Una espada del mejor acero, con un pomo hermoso, y una capa blanca con bordes dorados.




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