CASTEL.
Si no estuviese observando al príncipe; luciendo, diminuto y verde, aún tendría dudas de que lo que me contó realmente hubiera ocurrido.
―Es por eso que necesito que me ayudes, debo encontrar el anillo ―dijo Ossian observando mi reacción.
Estaba desconcertado. Un montón de preguntas invadían mi cabeza y no sabía con cuál iniciar. El mundo era realmente una incógnita, había más magia de la que podía asimilar y al parecer no solo era asombrosa, sino también peligrosa y mortal.
―Pero hace unos días tú lucías como un humano ―contesté finalmente mientras lo señalaba―. No imaginé que esto te ocurriera desde mucho antes.
―Lo sé, la argolla es lo que impide que me vea así ―dijo señalándose con ambas manos―. Tiene una especie de hechizo y, en cuanto la porte, vuelvo a tener una apariencia humana.
―No lo entiendo, ¿qué no el anillo fue lo que te hizo así en primer lugar? ―cuestioné con el ceño fruncido.
―En realidad tampoco comprendo cómo es que todo esto funciona, solo sé que al darle esa gota de sangre al hombre de los huesos, activé el hechizo y me condené a mí mismo ―respondió y su expresión fue de arrepentimiento.
No tenía idea de qué hacer, sabía que de alguna manera debía decir algo para reconfortarlo. Algo como que; no había sido su culpa o que era solo un niño cuando aquello ocurrió. Pero vamos, él era Ossian y yo un estúpido orgulloso, al que le costaba admitir que se había equivocado con respecto a algo. Aunque claro, el hecho de que el príncipe tuviera un pasado trágico, no justificaba ciertas actitudes que adoptaba con otra gente o hacia otras situaciones.
―¿Y dónde está el anillo que debemos recuperar? ―dije después de unos segundos.
―¿Entonces ese es un sí definitivo?—preguntó emocionado―. Lo ves, te dije que terminarías aceptando. Ahora solo dime cuánto me costará tu ayuda.
Alcé ambas cejas y le hice un gesto para que se callara. Sin duda, me estaba metiendo en un serio problema, pero yo nunca había sido conocido por ser muy razonable o pacífico. Así que acabé por subirme al tren con posible destino a mi encarcelamiento o a mi muerte.
―No hagas que me arrepienta ―hablé, mientras veía a Ossian con advertencia.
―Está bien, ya no lo mencionaré ―dijo alzando ambas manos en forma de disculpa―. En cuanto al anillo, estoy seguro de que está en el Gatito de oro.
Bueno, al menos no sonaba tan complicado. Quizás debía cuidarme de uno o dos guardias, pero entrar y salir de ahí, no debía resultar ningún problema. Solo debíamos esperar a que nadie hubiese encontrado aún la argolla, o entonces sí que estaríamos en apuros. La gente que iba a aquel bar, no era del todo honesta, así que si alguien tenía el objeto en su posesión, se negaría a entregarlo. Aunque con suerte podríamos negociar.
―¿Y cómo es que lo perdiste allí? ―Cuestioné saliendo de mis pensamientos.
―Bueno…
Parecía dudar si debía responderme o no. En su rostro verde se notaba cierta vergüenza y culpabilidad.
―Ossian ―dije, esperando su respuesta.
―He notado que olvidas dirigirte a mí de la manera adecuada ―reclamó intentando cambiar el tema.
―No me vengas con eso ahora, sabes que no soy uno de tus súbditos. ―respondí con seriedad.
El príncipe soltó un bufido y después desvió la mirada para seguir hablando.
―Bueno, digamos que inicié una pelea ―dijo sonriendo de forma nerviosa.
Alcé una de mis cejas, y lo observé atentamente. La historia se estaba tornando interesante.
―Yo... bueno, ya estaba bastante ebrio, Tina no paraba de ofrecerme bebidas...
―Dina ―interrumpí, mientras lo miraba con seriedad. ¿Acaso no podía aprender bien un solo nombre?
―Cómo sea ―dijo haciendo un gesto con su mano para restarle importancia―. Como te decía, Dina siguió ofreciéndome copa tras copa y ¿quién soy yo para negarme? Sobre todo a alguien tan dulce como ella…
No sabía si golpearlo por lo cínico que era o reírme por llamar dulce a Dina. La rubia podía ser linda y amable cuando quería, pero "dulce" no era un término que usaría para describirla.
―El punto es, que ya no estaba en mis cinco sentidos, y entonces el tipo calvo, el que suele cantar en el bar ―dijo haciendo señas para que le ayudara a recordar su nombre.
―¡Vladimir! ―respondí, perdiendo la paciencia.
―Vladimir ―repitió y continuó―. Entró nuevamente al bar, él sujetaba un tarro de cerveza y yo iba hacia donde se encontraba para pedirle ese dueto que le había prometido, pero entonces me sentí muy mareado y terminé empujándolo, hasta el punto de tirarle su bebida encima. El tipo reaccionó muy enojado y me tomó por el cuello. No sabía dónde se habían metido mis guardias, así que antes de que pudiera darme el primer puñetazo y me tirara los dientes, me quité el anillo, pero salió volando y, en cuanto notaron la presencia de un sapo y que yo había desaparecido, todo se descontrolo. Tuve que saltar por la ventana —dijo e hizo una especie de puchero.
Hice esfuerzos para reprimir una sonrisa; todo lo que decía me parecía de cierta forma graciosa. Hubiese deseado ver a Ossian verdaderamente asustado, a punto de ser golpeado por el grandullón de los tatuajes, pero bueno, con suerte se presentaría la oportunidad.
―¿Y nadie notó que tú eras el sapo?—hable finalmente ―¿No intentaron seguirte?
―Si lo notaron debieron pensar que se trataba de algún efecto de la bebida, todo el mundo estaba igual o peor que yo ― dijo pensativo, seguramente estaba recordando aquella escena ― Después, intenté regresar por el anillo, pero fue cuando me secuestraron, me llevaron hasta aquella iglesia y entonces apareciste tú.
—Y me metí en este lío ― hable resignado, soltando un largo suspiro.
―Y ahora estamos acabados ―dijo con el mismo tono, mientras asentía con la cabeza, y ambos nos quedamos pensativos por unos segundos. ―¿Tu brazo está bien? ―habló nuevamente, rompiendo el silencio.
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Editado: 19.06.2025